Название: El Criterio De Leibniz
Автор: Maurizio Dagradi
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Героическая фантастика
isbn: 9788873044451
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Tenía que esforzarse al máximo en su estudio y su comprensión, con una teoría que lo explicase y permitiera utilizarlo. Se lo debía a la ciencia, a Marlon y a sí mismo. Si McKintock quería usarla para sostener la universidad, que lo hiciera. La Universidad de Manchester era todo para Drew, le había dado trabajo durante treinta años, un trabajo prestigioso al lado de muchos premios Nobel; era su casa durante muchas más horas al día que su propio domicilio, y los compañeros y los alumnos lo respetaban. Gracias a la universidad podría colaborar con otros científicos como él, vinculados a los ateneos más importantes del globo. Se sentía en deuda, y donar al menos una parte de los beneficios del descubrimiento a la universidad le parecía una manera de devolver lo recibido.
El techo no era tan oscuro como hasta ese momento; se asomó por la ventana y vio que la aurora ya había disuelto la noche, irradiando una claridad portentosa y creciente sobre Manchester; el preludio de un amanecer espléndido. La misma aurora que él estaba viviendo en la dilución progresiva del misterio científico que habría intentado, junto a sus compañeros, transformar en el amanecer de un conocimiento superior para la humanidad.
Se levantó, en absoluto cansado, y descubrió que tenía muchísima hambre. Se preparó un desayuno sustancial y lo consumió con satisfacción, pensando mientras tanto en cuál sería la hora más correcta para llamar a los colaboradores que había elegido para el proyecto. Tenía que llamar inmediatamente a Kobayashi, porque en Osaka ya era por la tarde. Justo después tendría que llamar a Kamaranda, porque trabajaba en Raipur, en el noreste de la India. Schultz en Heidelberg y Novak en Oslo estaban mucho más cerca de su huso horario, por lo que a ellos podría llamarlos más tarde durante la mañana.
Se vistió y salió al encuentro del alba, derecho a la Universidad, y al inicio de una aventura que lo llevaría donde él no habría podido imaginar jamás.
Capítulo VIII
Drew llegó a su estudio después de haber atravesado patios vacíos y de haber recorrido pasillos desiertos. Todavía era demasiado pronto para que hubiera estudiantes, empleados o profesores en el campus, como ya sabía por las otras veces en las que había llegado a primerísima hora a la universidad. Le gustaba vivir ese momento en el que el inmenso ateneo parecía dormir en la bruma matinal, como un leviatán yaciendo para descansar, pero poseedor de la potencia que en poco tiempo se habría liberado durante la acción. Buscó el número de Kobayashi en su agenda y llamó. Respondió una voz sutil, en japonés.
—Moshi moshi5.
—Drew desu ga, Kobayashi-san onegaishimasu6? —respondió Drew con su japonés básico.
—Buenos días, profesor Drew —la interlocutora conmutó inmediatamente al inglés, al reconocerlo—. Soy Maoko. El profesor Kobayashi me ha hablado de usted. Desgraciadamente, ahora está dando una clase, pero acabará dentro de poco. Lamento muchísimo no poder ponerles en comunicación ahora mismo, profesor.
Drew se acordó de cuando lo había visto la última vez, hace unos meses, en una conferencia; Kobayashi le había hablado de su brillante alumna, Maoko Yamazaki, que estaba saltando cursos y acabaría la carrera antes de los tiempos convencionales. Era un placer poder hablar con alguien con tales dotes, y, al mismo tiempo, apreciaba la exquisita educación de la que los japoneses hacen gala durante las conversaciones. La muchacha sentía verdaderamente no poder ponerlo en comunicación con Kobayashi; no fingía de manera hipócrita como habría hecho un occidental.
—Le agradezco su amabilidad, Maoko-san7. ¿Sería tan amable de pedirle que me llamara en cuanto volviera? Es muy importante —preguntó Drew.
—Por supuesto, profesor. ¿Puede darme su número...? ¡Oh! ¡Aquí está el profesor Kobayashi! Se pone inmediatamente. Le deseo que tenga un buen día.
«Increíble», pensó Drew, «Maoko sabía que Kobayashi iba a volver muy pronto y, sin embargo, para no hacerme esperar, había preferido que me llamara él más tarde. Un occidental habría dicho simplemente: espere un momento, llegará dentro de poco. Verdaderamente, tenemos mucho que aprender de los japoneses, en lo que a educación se refiere».
—¡Drew-san, amigo mío! —exclamó Kobayashi en el teléfono con alegría—. ¿Qué te hace llamar a un comedor de arroz como yo?
—Hola, Kobayashi. Necesito tu ayuda en una investigación bastante complicada. ¿Tienes tiempo para mí?
—Por supuesto, Drew-san. Acabo de terminar un trabajo para el nuevo acelerador de partículas que están construyendo en Chiba y tengo unas semanas de descanso. ¿Qué necesitas exactamente?
—He topado con un fenómeno extraño que requiere un profundo estudio. Se manifiesta solo en presencia de cantidades precisas de energía y me gustaría comprender el mecanismo que lo gobierna. Como trabajas cotidianamente con los niveles de energía que me interesan, he pensado que podrías ocuparte de esta parte de la investigación. ¿Qué opinas?
Kobayashi se sentía halagado.
—Tu petición me honra. Acepto sin dudarlo. ¿Cómo piensas proceder?
—Sobre todo, necesito que vengas a Manchester para que te pueda mostrar el fenómeno y el montaje que lo produce. Después, junto a los otros científicos del grupo que estoy formando, intentaremos construir la teoría que explique lo que pasa. ¿Te parece bien?
—Naturalmente, Drew-san. ¿Quiénes son los demás?
—Kamaranda para los cálculos, Schultz para la relatividad y... ejem..., Novak para la estructura fina de la materia.
—¿Novak? ¿Jasmine Novak? —soltó Kobayashi, pero se contuvo enseguida—. Drew-san, amigo mío, sabes que he tenido discusiones muy desagradables con Jasmine Novak. No consigo ponerme de acuerdo con ella. En la última conferencia, en Berna, se levantó en medio del público al final de mi exposición y proclamó: «Profesor Kobayashi, ¿está usted convencido realmente de lo que dice? He identificado, en su exposición, tres, y digo bien, tres, errores fundamentales de apreciación...» y a partir de ahí empezó a deshacer trozo a trozo mi tesis, con los científicos del público escuchándola como si fuera un oráculo y yo haciendo el papelón del principiante. Te lo ruego, Drew-san, amigo, ¿no tienes ninguna alternativa?
Drew estaba al corriente del numerito de Novak con Kobayashi, pero no, no tenía ninguna alternativa.
—Nobu-san, querido amigo, eres el mejor en tu campo y nadie puede igualarte. Novak tiene un carácter difícil pero también una mente excepcional; por eso precisamente pudo encontrar algunos puntos en tu trabajo que ella consideraba «errores fundamentales» pero que, sin embargo, para todos los demás, parecían solo detalles que había que afinar. Justamente, necesitamos una mente como la suya en nuestro grupo. ¿Crees que podrás trabajar con ella?
Kobayashi cedió:
—De acuerdo, Drew-san, amigo mío. Lo haré por ti y por la ciencia. Pero te lo ruego, deja que venga Maoko-san también. Es excepcional y me ayudará a soportar a Jasmine-san.
Drew СКАЧАТЬ