La alhambra; leyendas árabes. Fernández y González Manuel
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СКАЧАТЬ eso de tiempo en tiempo murmuraba exhalando un profundo suspiro:

      – ¡Aun no es tiempo que yo sea feliz!

      VIII

      LA VENTA DE UNA MUGER

      Era ya tarde.

      En medio de su distraccion escuchó el rey Nazar el ruido sonoro de las pisadas de alguno que se acercaba.

      Entonces compuso su semblante para que nadie pudiese comprender por él lo que pasaba en su alma.

      Levantóse el tapiz de una puerta, y un esclavo negro magníficamente vestido con un sayo de escarlata y con una argolla de oro al cuello, se prosternó y dijo con voz gutural y respetuosa:

      – ¡Magnífico sultan de los creyentes! un viejo enlutado solicita arrojarse á tus plantas: dice que vá en ello mas de lo que puede pensarse.

      Al oir el rey Nazar que le buscaba un hombre enlutado, se apresuró á mandarle introducir, lo que en aquella hora no hubiese hecho por nadie, ni aun por sus mismos hijos.

      Entró en la cámara algun tiempo despues un hombre alto, pálido, enteramente cubierto por un turbante blanco, y por un ancho alquicel, blanco tambien, sin dejar descubierto mas que un semblante huesoso en cuyas profundas órbitas se revolvian dos ojos brillantes como carbunclos.

      Aquel hombre no se prosternó ante el rey Nazar: por el contrario adelantó hácia él, rígido, enhiesto, sin producir ruido al andar, como un fantasma, y con la mirada candente y fija en el rey Nazar, que retrocedió.

      – ¡No me conoces, Al-Hhamar, el vencedor y el magnífico! dijo deteniéndose á poca distancia del rey.

      – Tú eres el viejo que acompañaba á la doncella blanca, dijo el rey Nazar sin poder dominar su fascinacion.

      – Sí, yo soy el astrólogo Yshac, contestó aquel hombre permaneciendo inmóvil en el sitio donde se habia parado.

      – Tú eres el que me dijiste, cuando yo te ofrecia montañas de oro por la doncella blanca: aun no es tiempo.

      – Yo soy.

      – ¿Y á qué vienes?

      – Vengo á venderte á Bekralbayda.

      – ¡A vendérmela! pide cuanto desees, cuanto quieras.

      – Yo no quiero dinero.

      – ¿Qué quieres pues?

      – Dos cosas solas.

      – Habla.

      – Quiero que Bekralbayda sea doncella de tu esposa.

      – ¡Ah! ¡poner junto á la terrible Wadah, á ese arcángel del sétimo cielo! ¿Sabes tú quién es Wadah?

      – Soy astrólogo y mago: lo sé.

      Tembló imperceptiblemente el rey Nazar.

      Ni uno ni otro se habian movido del sitio donde se habian parado.

      Vistos á cierta distancia parecian dos sombras; la una blanca, y la otra negra, que no se atrevian á unirse, que se rechazaban.

      – ¿Sabes que la sultana Wadah está loca?

      – Lo sé.

      Por un cambio natural en la disposicion del ánimo del rey, preguntó con ansia á Yshac.

      – ¿Sabes por qué causa está loca la sultana?

      – Sí.

      – Dímelo.

      – Aun no es tiempo.

      El rey se estremeció de nuevo.

      – ¿Y sabiendo que está loca la sultana quieres poner á su lado á Bekralbayda?

      – Sí.

      – ¿Pero cómo pueden satisfacerse mis amores estando Bekralbayda al lado de la sultana?

      – Ese es negocio tuyo.

      – ¿Y qué mas quieres para entregarme esa doncella aunque sea de ese modo?

      – Ser tu astrólogo: vivir en tu alcázar.

      – ¡Y nada mas pides! esclamó con asombro el rey Nazar.

      – Nada mas quiero, contestó con voz cavernosa el astrólogo.

      – Puedes traer mañana á Bekralbayda al alcázar.

      – Pues bien; mañana la traeré. A Dios.

      Y salió tan silenciosamente como habia entrado, dejando fascinado y mudo al rey Nazar.

      IX

      DE CÓMO EL PRÍNCIPE MOHAMMET ESTUVO Á PUNTO DE SER AHORCADO POR LADRON

      Bekralbayda era feliz.

      Es verdad que aun no sabia el nombre de sus padres, pero sabia el de su amado.

      Las sombras y el silencio habian protegido el delirio de sus amores con el príncipe.

      El príncipe, por su parte no podia ser tampoco mas feliz: la muger de su amor era suya en cuerpo y en alma.

      Los dos amantes se habian separado antes del amanecer, dándose cita para la noche siguiente.

      Yshac-el-Rumi habia pasado la noche en vela, inmóvil, apoyado en el alfeizar del ajimez.

      La dama blanca habia dado salida al príncipe por el portillo de una cerca.

      Bekralbayda, embellecida por un nuevo encanto, se habia dirigido á su retrete, se habia arrojado en su lecho y habia dormido un sueño de amores.

      El príncipe se habia encaminado á la Colina Roja, y se habia ocultado en las ruinas del templo de Diana.

      Pero antes de entrar en ellas, habia arrojado una mirada al frontero Albaicin á la casa del Gallo de viento, y habia esclamado al ver el reflejo de una luz en un ajimez del retrete del rey Nazar:

      – ¿Porqué velará á estas horas mi padre?

      Pasó el dia: un diáfano y radiante dia de primavera.

      Llegó la noche.

      Una noche serena, lánguida, tranquila, sin luna, pero dulce y misteriosamente alumbrada por los luceros.

      El príncipe salió de las ruinas del templo, bajó á la márgen del rio y se encaminó á la casita blanca del remanso.

      A la casita donde, sin duda, impaciente y estremecida de amor como él, le esperaba Bekralbayda.

      Pero esperó una hora y nada interrumpió el silencio y la soledad de aquellos lugares.

      Pasó aun mas tiempo y nadie vino á llevar al príncipe junto á su amor.

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