La alhambra; leyendas árabes. Fernández y González Manuel
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СКАЧАТЬ todas partes, en todas direcciones, encontraba la roca tajada, áspera, húmeda y nada mas.

      – ¿Me habré engañado? se preguntó.

      Y volvió á salir.

      Pero aquella era la estrecha grieta cubierta de maleza por donde habia penetrado la noche anterior.

      Para confirmarle en ello estaban allí las ramas que habia cortado con su yatagan para abrirse paso.

      Sin embargo, aunque penetró una y otra vez, solo halló una estrecha escavacion en la roca, en la cual no habia ninguna abertura.

      Desesperado, abandonó aquel lugar y subió á las cortaduras del rio y rodeó por los cármenes, buscando el postigo por donde le habia dado salida la dama blanca.

      Pero no halló la cerca.

      En cambio se perdió en un laberinto de enramadas, que se intrincaban mas á medida que el príncipe se revolvia mas en ellas.

      Llegó un punto en que quiso salir y no pudo. No encontraba la salida, ni aun lograba dar con el rio cuya corriente le habia guiado.

      – ¿Habrá aquí algun encantamento? dijo.

      Y apenas habia hecho esta esclamacion, cuando oyó un ronco ladrido, y poco despues se vió acometido por un enorme perro campestre y por una ronda de labradores armados de chuzos, uno de los cuales llevaba una linterna.

      Cuando esto acontecia habia pasado ya largo tiempo. Era la media noche.

      – Hé aquí el ladron de nuestras hortalizas…

      – El talador de nuestras flores.

      – El caballero que se divierte en matar nuestros perros y seducir nuestras hijas, esclamaron en coro aquellos hombres, con gran sorpresa del admirado príncipe.

      La verdad del caso era, que como aquellos honrados labriegos tenian mugeres y parientas hermosas, algunos jóvenes caballeros habian dado en la flor de ir á meterse en vedado por aquellos frondosos cármenes, pisando las flores que encontraban á su paso, pero con la cautela y la malicia del ladron, favorecidos por alguna de las flores pisadas, y el príncipe Mohammet pagaba sin culpa las culpas de otros.

      – ¿Qué decis de vuestras flores y de vuestras hijas? dijo el príncipe: yo no vengo ni por las unas ni por las otras: me hé perdido en vuestros cármenes y os ruego que me saqueis de ellos.

      – ¿Qué te saquemos? pues ya se vé que te sacaremos: esclamaron los rústicos, pero será para llevarte preso al rey que nos hará justicia.

      Estremecióse el príncipe.

      – Vosotros no hareis eso, dijo, cuando sepais quién soy yo.

      – Seas quien fueres, por ladron te tenemos ¿no has pasado nuestros términos de noche sin nuestra licencia?

      – Yo no he encontrado cerca alguna.

      – Tu has escalado la cerca: por lo mismo morirás ahorcado.

      En efecto el príncipe habia saltado una pequeña tapia.

      – ¿Y para qué queremos llevarle al rey? dijo otro: nosotros podemos ahorcarle, ¿acaso no es un ladron armado? ¿no sabeis que el que coje á un ladron armado puede ahorcarle allí donde le pille?

      – Pero yo no he hecho resistencia: esclamó el príncipe.

      – ¿Y quién sabe si la has hecho ó no? ¿lo dirás tú despues de muerto?

      – Si vosotros me ahorcárais, mi padre os descuartizaria vivos, contestó con altivez el príncipe.

      – Es que nosotros tenemos un padre que nos defenderá del tuyo por poderoso que sea: porque nuestro padre es el poderoso y justiciero rey Nazar.

      – Pues bien de rodillas ante su hijo el príncipe Mohammet, dijo con altivez el jóven.

      – ¿Tú el príncipe Mohammet, el valiente y virtuoso hijo del rey Nazar? dijeron los rústicos: no puede ser; ¿qué tiene que buscar nuestro buen príncipe por estos sitios y á estas horas?

      – Es un mal caballero que miente por salvarse.

      – Un burlador de la justicia del rey y de nuestra honra.

      – Un libertino.

      – Un infame.

      – Ahorquémosle.

      – No; casémosle con la muger que vendrá á buscar y que sin duda es hija de uno de nosotros.

      – Yo no conozco á vuestras hijas: os repito que soy el príncipe Mohammet.

      – Pues bien; te llevaremos al rey, y el rey dirá si eres príncipe ó no.

      Y arremetiendo á él, y sin que el príncipe pudiera valerse, le arrastraron consigo, le llevaron al otro lado del rio, y por el camino y la puerta de Guadix le metieron en el Albaicin.

      X

      LA TORRE DEL GALLO DE VIENTO

      Aun velaba el rey la misma noche en que habia dado audiencia á Yshac, cuando un esclavo, el mismo que le habia anunciado la llegada del astrólogo, le anunció que unos labradores traian preso al príncipe Mohammet.

      Porque el príncipe habia sido reconocido en el alcázar, y se habia detenido á los labradores, que estaban aterrados por su torpeza en haber preso al príncipe.

      Nublóse el semblante de Al-Hhamar.

      Era el primer disgusto que le daba su hijo.

      Mandó que introdujesen al príncipe y los labradores.

      El príncipe se presentó confuso.

      Los labradores aterrados se arrojaron á los pies del rey Nazar.

      – Perdon, señor, perdon, esclamaron: nosotros no conocíamos al esclarecido príncipe, tu hijo.

      – El nos dijo quien era.

      – Pero nosotros no le creimos.

      – Porque los caballeros de Granada se entran de noche en nuestros cármenes.

      – Y nos roban las flores…

      – Las flores de nuestra alma.

      – Nuestras esposas y nuestras hijas.

      – Y creimos que el príncipe fuera uno de estos ladrones.

      – Porque le encontramos dentro de nuestros cármenes.

      – Que están cercados.

      – Que están guardados.

      – Nosotros no sabiamos que era el príncipe.

      Impuso el rey Nazar silencio á los labradores, que hablaban á un tiempo y en coro, impulsados por el miedo, y preguntó á su hijo:

      – ¿Es СКАЧАТЬ