La alhambra; leyendas árabes. Fernández y González Manuel
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СКАЧАТЬ á su familia.

      – Y si no conoces el amor, si no me amas ¿cómo en nombre de tu amor me has llamado? ¿te lo aconsejó acaso Abu-al-abu?

      – Sí.

      – ¿Y fué tambien Abu-al-abu el que llevó tus versos á mi alcazaba de Alhama?

      – Sí.

      – ¿Pero para qué me has llamado?

      Bajó los ojos de nuevo Bekralbayda, su rostro se cubrió de un rubor vivísimo, tembló y quiso en vano pronunciar algunas palabras.

      El príncipe insistió, y entonces ella, levantó el bello y purísimo semblante, miró frente á frente con ansiedad al príncipe y contestó.

      – Te he llamado para ser tu esclava.

      Y luego se cubrió el rostro con las manos, y procuró en vano contener su llanto.

      – Aquí hay un misterio que no comprendo, luz de mis ojos: ¡tú mi esclava! ¡tú, que eres la señora de mi alma! ¡tú, por quién únicamente vivo! ¡tú lloras por mi causa! ¿qué misterio es este, sol de hermosura? ¿qué maldicion pesa sobre nosotros que así te aflije mi presencia? ¿Será acaso que Eblís10 se ha puesto entre nosotros, encerrado en el cuerpo de Abu-al-abu?

      Al pronunciar el príncipe estas palabras sonó á alguna distancia de él, á sus espaldas, la misma carcajada acerada, fria, sarcástica, burlona, que habia escuchado antes.

      Bekralbayda volvió azorada el rostro á donde habia sonado la carcajada, y el príncipe se puso violentamente de pie.

      – ¡Ah! dijo la jóven á media voz, como para sí misma. Ya lo sabia yo. ¡Estaba ahí!

      – ¿Quién estaba ahí? preguntó el príncipe que habia escuchado estas palabras.

      – Abu-al-abu, contestó la jóven en el mismo tono.

      – ¡Oh! ¡buho maldito! esclamó el príncipe.

      Entonces resonó otra vez la carcajada pero lejana, muy lejana.

      Entonces asió con ánsia Bekralbayda las manos del príncipe.

      – ¡Oh! esclamó con acento ardiente y precipitado: ¡estamos un momento solos! ¡quien se rió antes, quien se ha reido ahora: no es el buho, es Yshac-el-Rumi: el viejo que me guarda!

      – ¡Ah! esclamó el príncipe.

      – El fué quien me llevó á Alhama: él quien me hizo reparar en tí: él quien comprando á uno de tus esclavos, introdujo en tu cámara unos versos; él quien arrancó la flecha; quien puso en ella la gacela… él quien te ha traido aquí.

      – Pero…

      – Necesitamos aprovechar el tiempo; yo te amo, te amo, príncipe, como me amas tú; y…

      La jóven se detuvo, miró entre la espesura á un ajimez de la casita blanca y esclamó con alegría.

      – ¡Estamos libres, enteramente libres! ¡podemos hablar cuanto queramos sin temor de ser escuchados! ¡podemos comprendernos!

      – No te entiendo.

      – ¿Ves aquel ajimez?

      – Sí.

      – ¿Ves un hombre que esta apoyado en él, y tras el cual se vé el reflejo de una lámpara?

      – Sí.

      – Pues bien, aquel es Yshac-el-Rumi.

      Dicho esto Bekralbayda respiró libremente como quien descansa de una larga jornada, guardó algun tiempo silencio y luego dijo al príncipe.

      – Escúchame, te voy á contar una historia.

      El príncipe escuchó con toda su alma.

      V

      UNA HISTORIA MUY SENCILLA

      Una alborada de primavera subió Yshac-el-Rumi, al terrado de su casa.

      En él encontró un canastillo de palma primorosamente labrado, y cubierto de hermosas flores.

      De entre las flores salia el vaguido de una criatura al parecer recien nacida.

      Yshac quitó las flores y encontró debajo una niña vestida de blanco.

      Pendiente del cuello de la niña se veia un amuleto, y á su lado un pergamino en que estaban escritas estas palabras:

      «Una sultana la ha dado á luz. Las buenas hadas la han llamado Bekralbayda.

      »Que ojos humanos no vean su hermosura, porque seria desgraciada y lo serias tú.»

      Yshac, me sacó del canastillo, llamó á una nodriza y me crió secretamente.

      Porque aquella niña, como te lo ha dicho mi nombre, era yo.

      No recuerdo los primeros años de mi infancia.

      Sin embargo, algunas veces como un sueño lejano, confuso, creo recordar á una muger.

      Recuerdo tambien confusamente que era muy jóven y muy hermosa.

      Yshac afirma, sin embargo, que no me vió otra muger que mi nodriza, que era una rústica que nada tenia de hermosa, mientras que la muger que yo creo recordar era hermosísima.

      Pasaron los años.

      Este jardin, estos árboles, estas fuentes han visto mi infancia y mi juventud; fuera de ellos yo no habia visto nada, ni persona humana, mas que á Yshac-el-Rumi, que se ocupaba en cultivar mi espíritu.

      Parecia que viviamos solos.

      Yo no escuchaba en la casa ruido alguno.

      Y á pesar de esto bastaba con que yo estuviese durante algun tiempo fuera de mi retrete, oyendo la sabia palabra de Yshac, que me sujetaba todos los dias á muchas horas de estudio, para que al volver viese renovadas las flores en los búcaros, renovado el fuego y los perfumes de los braserillos, limpio y arreglado el lecho.

      Yshac no se habia separado de mí; luego alguien, á quien yo no sentia, á quien yo no veia, nos acompañaba en la casa.

      Yo preguntaba á Yshac, pero Yshac callaba.

      Cuando insistia solia responderme.

      – Aun no es tiempo.

      Yo me entristecia al pensar en el misterio que me rodeaba.

      Porque Yshac me habia enseñado á leer, á escribir, á componer frases valiéndome de las flores, y me habia dado libros en que se hablaba de un mundo que yo no conocia, de un mundo en que habia poderosos y nobles reyes, hermosas sultanas, valientes caballeros, enamorados, damas, fiestas, aventuras, amores.

      ¡Oh! yo ansiaba conocer todo esto, y cuando espresaba mi deseo á Yshac me decia:

      – Aun no es tiempo.

      – ¿Pero СКАЧАТЬ



<p>10</p>

El espíritu de las tinieblas entre los árabes.