La alhambra; leyendas árabes. Fernández y González Manuel
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СКАЧАТЬ príncipe adelantó hácia Bekralbayda, dudando de sus ojos, de su razon; creyéndose entregado á un sueño.

      Sin embargo, aquel no era sueño.

      Llegó al fin junto á ella.

      La jóven estaba al lado de una fuente.

      Tenia la cabeza baja, la vista fija en el césped, y el príncipe á pesar de la luna creyó ver teñido de rubor su semblante.

      – ¡Alma de mi alma! esclamó el príncipe contemplándola estasiado.

      – ¡Alma de tu alma! esclamó Bekralbayda levantando sus lucientes ojos negros y posando su mirada sobre el príncipe: ¡alma de tu alma, yo!

      – ¡Oh! ¡sí! desde el dia en que te ví no aliento: desde el dia en que te ví te guardo en mi memoria, como un consuelo y como un infierno: desde el dia en que te ví, lo he olvidado todo para no pensar mas que en tí: no he vivido sino para tí: solo por tí he esperado.

      – ¿Y dónde me has visto, señor?

      – ¡Ah! ¿has olvidado, sultana, el lugar donde te he visto?

      – Solo una vez, dijo Bekralbayda, he visto damas cubiertas de joyas y galas; caballeros resplandecientes cabalgando en briosos corceles; soldados y banderas; fiesta régia; alegre música, toros y cañas: me habian hablado mucho de ello, habia leido poemas en que se contaban todas estas grandezas, me habian dicho que sería un dia sultana: pero yo no he salido nunca de aquí; ni he visto nunca mas que…

      Bekralbayda se detuvo.

      – ¿Mas que á quién? dijo con cierto celoso anhelo el príncipe.

      – Yo no puedo decir quien es la persona á quien veo junto á mí desde mi infancia.

      – Pero esa persona…

      – Es un hombre…

      – ¿Un hombre viejo?..

      – Sí, un anciano.

      – ¿El que te acompañaba en las fiestas de Alhama?

      – Sí.

      Tranquilizóse el príncipe.

      – ¿Y no recuerdas haberme visto en las fiestas?

      – No reparé en nada; aquella magnificencia, aquel esplendor, aquella multitud de damas y caballeros me aturdian.

      – Pues en esas fiestas te conocí y te amé.

      – ¡Amor! ¿y qué es amar? dijo Bekralbayda.

      – ¡Oh! ¿no sabes lo que es amor?

      – ¡El amor! le he visto en palabras en los poemas: he comprendido que amar es morir.

      – El amor es la vida cuando el ser que amamos nos ama.

      – ¿Y cuando no somos amados?..

      – El amor es la muerte.

      – ¡Ah! ¿el amor es muerte y vida?

      – Escucha: dijo el príncipe asiendo una mano á Bekralbayda y llevándola á un banco de cesped donde se sentaron: el amor es la vida, cuando se satisface: el amor es la muerte cuando se desea sin esperanza.

      – No te entiendo.

      – Entonces si no me entiendes, ¿cómo has escrito la gacela en que que llamabas y que me has arrojado con mi flecha?

      – ¡Ah! ¡tu flecha! esclamó estremeciéndose Bekralbayda.

      – ¿Por qué tiemblas alma mia?

      – ¡Tu flecha!.. estaba yo reclinada en mi divan: acababa de cantar un antiguo romance de los amores de una hada.

      – ¡Ah! ¿con que ese romance no lo cantabas para mí?

      – No, hace mucho tiempo que lo sé de memoria, contestó sonriendo Bekralbayda.

      Sofocó un suspiro de despecho el príncipe.

      – Acababa de cantar, continuó Bekralbayda, cuando entró precipitadamente por la ventana Abu-al-abu.

      – ¿Y quién es Abu-al-abu?

      – Es un buho á quien por viejo he puesto yo ese nombre.9 Tras Abu-al-abu entró una flecha, que cortó la rosa que yo tenia prendida en los cabellos y se clavó detrás de mí en la pared.

      Estremecióse el príncipe con aquel relato: al querer matar al buho habia cortado con su flecha la corona de flores de la muger de su amor.

      Los moros eran muy supersticiosos, y tenian una gran sutileza para aplicar una causa á un acontecimiento algo estraordinario: Mohammet Abd-Allah creyó que no habiendo acertado al buho con su flecha, y habiendo estado á punto de matar con ella á Bekralbayda, se esponia á causarla la muerte si mataba no ya á Abu-al-abu, sino cualquier otro buho.

      Los buhos, pues, se hicieron sagrados para el príncipe.

      Por nada del mundo hubiera disparado sobre un buho.

      Pero el amor y la hermosura de Bekralbayda, le habian inspirado una consecuencia sumamente lógica, considerada la cuestion bajo el punto de vista en que su supersticion le habia colocado; la consecuencia era esta:

      Si habia tal paridad, tal union vital y estraordinaria entre los buhos y Bekralbayda, y siendo los buhos fatales á su familia, Bekralbayda debia serle tambien fatal.

      Tan cierto es que el hombre no vé mas que lo que quiere ver.

      Dominóse sin embargo el príncipe, y dijo á la hermosísima Bekralbayda:

      – ¿Y quién arrancó la flecha de la pared?

      Bajó los ojos Bekralbayda como aquel que no estando acostumbrado á mentir se ruboriza antes de pronunciar una mentira, y contestó:

      – Yo arranqué la flecha.

      – ¿Y pusiste en ella la gacela?

      – Sí, yo escribí la gacela, yo la puse en la flecha, yo la arrojé á tus pies.

      – Y dime… ahora que lo recuerdo: ¿quien se rió dentro de la habitacion donde se refugió el buho?

      Fijó Bekralbayda sus grandes y candorosos ojos en el príncipe, los bajó y contestó sonriéndose:

      – El que dió aquella carcajada fué Abu-al-abu.

      – ¿El buho?

      – Sí; ¿no has leido los poemas de Antar?

      – Sí.

      – ¿Y en ellos no hablan los animales?

      – Sí, pero…

      – Pues bien Abu-al-abu es uno de los animales que hablan como hablaban en tiempos de Antar.

      Las СКАЧАТЬ



<p>9</p>

Abu-al-abu quiere decir el abuelo.