La fuerza de la esperanza. Lázaro Albar Marín
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Название: La fuerza de la esperanza

Автор: Lázaro Albar Marín

Издательство: Bookwire

Жанр: Религия: прочее

Серия: Mambré

isbn: 9788428561853

isbn:

СКАЧАТЬ el Padre, Monte Carmelo, Burgos 2001, 31-33).

      Preguntas para reflexionar

       ¿Cómo relacionas la humildad con la esperanza cristiana?

       ¿Es tu corazón un corazón humilde que todo lo espera del Señor y nunca pierde la esperanza?

       ¿Cómo definirías el valor oculto de la humildad relacionado con la esperanza?

       ¿Qué te ocurre cuando tu humildad y esperanza se sienten asediadas por la soberbia, el orgullo, la egolatría, la vanidad, la presunción, la arrogancia, la vanagloria, la prepotencia, la autosuficiencia...?

       ¿Cuáles son para ti los frutos de la humildad? ¿Qué ocurre en tu vida cuando eres humilde?

       ¿Qué lección has sacado cuando te has sentido humillado? ¿Y qué palabra tiene la esperanza cuando te llega la humillación?

       ¿Asumes tu realidad humildemente, reconociendo tus defectos y debilidades, pero sabiendo que Jesús viene en tu ayuda para que los superes?

       ¿Cómo es tu espera y tu confianza cuando parece que Dios permanece mudo y no llegas a comprender su silencio?

       Cuando tu humildad ejerce la compasión, la misericordia y el perdón, ¿cómo actúa la esperanza en ti y en los que se sienten compadecidos y perdonados?

       ¿Qué es lo que más te sorprende de Jesús, de María y de san Pablo respecto de la humildad?

       

      2 La pobreza, tierra para cultivar la esperanza

      1. Miremos la vida con la mirada de Dios

      Pertenece a la Revelación esa preferencia de Dios hacia los pobres y los desheredados de la tierra. Su mirada está fija en sus hijos, los más pobres de la tierra, que gritan al mundo pidiendo la solidaridad de sus hermanos los más ricos. Un corazón solidario sabe que nuestra mirada debe ser la mirada de Dios y para ello necesitamos vivir una profunda intimidad con Él.

      El sufrimiento, la humillación, la muerte de tantos millones de seres humanos es lo que más preocupa nuestra vida, pues conocemos las palabras de Jesús: «Lo que hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). O lo que es igual: «lo que hago o dejo de hacer a los pobres, eso es lo que hago o dejo de hacer a Jesús». Hay en estas palabras una llamada radical: yo me relaciono con Jesús y con Dios en la medida en que me relaciono con los pobres, es decir, me relaciono con Jesús y con Dios si mi relación con los pobres es la que Jesús quiere. Es verdad que Jesús se hace presente de muchas formas en nuestra vida, pero él ha querido identificarse con los pobres y los que sufren.

      Si tomamos conciencia de la situación real que estamos viviendo, el veinte por ciento de la población mundial consume el ochenta por ciento de la riqueza de la tierra, por lo que el ochenta por ciento de los habitantes del planeta se tiene que conformar con el veinte por ciento de los recursos y de la riqueza de este mundo. En el año 2013 había 845 millones de personas con hambre crónica en el mundo. Así pues, tenemos que decir que la inmensa mayoría de las gentes de este mundo se muere literalmente de hambre.

      ¿Y cuál es nuestra respuesta? ¿Hacemos todo lo que podemos hacer? Los pecados que van a decidir la última suerte de cada ser humano son los pecados de omisión. Se pierde para siempre el que deja de dar pan al hambriento, agua al sediento, etc. Esto fue lo que ocurrió en la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro. El rico no le hizo ningún daño al pobre, ni siquiera le echó de su puerta. Simplemente lo dejó como estaba. Y eso precisamente fue la perdición del rico. Una breve oración debería caminar con nosotros durante toda nuestra vida aquí en la tierra: «Señor Jesús, haz que sepa reconocerte en el pobre y en el que sufre, como Cristo sufriente que caído al suelo alza su mano en espera de que alguien lo levante. Que al verte, enseguida mi corazón arda de amor por ti, y me disponga a servirte con prontitud en mis hermanos, los más desfavorecidos».

      «La pobreza es un gran tesoro», como lo afirma Jesús cuando le dijo al joven rico: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme» (Mt 19,21). Francisco de Asís vivió esa pobreza e intentó transmitirla diciendo: «La pobreza es un tesoro oculto para cuya compra es preciso vender todo lo demás y despreciar todo lo que no se puede vender. Todos los bienes de la tierra no son nada comparados con el valor de la pobreza». San Juan Crisóstomo también valora la riqueza de la pobreza: «Qué locura colocar vuestras riquezas donde no habéis de vivir, y no colocarlas en donde habéis de ir para siempre. Colocad vuestros tesoros en vuestra Patria, que es el cielo». Y san Agustín añade: «Abandonad los bienes de la tierra y recibiréis los del cielo; porque la pobreza compra el reino de los cielos».

      El que la pobreza sea un tesoro es porque las verdaderas riquezas no se componen de los bienes de este mundo, que hemos de dejar un día, sino que consisten en valores eternos que nos han de acompañar después de la muerte: la gracia, el ejercicio de la caridad, la amistad de Dios...

      Pero, ¿qué ocurre si uno se toma en serio la pobreza y la causa de los pobres? Enseguida somos tachados de imprudentes y revolucionarios y, muy pronto, tendremos conflictos, problemas y enfrentamientos. A los que van hasta el fondo en el asunto de los pobres se les llama desequilibrados. Y es que, por lo visto, el equilibrio está en hacer lo mínimo, sin que nadie toque nuestra comodidad y bienestar; el equilibrio está en quedarse con los brazos cruzados ante la muerte inevitable de miles y miles de personas que mueren cada día de hambre y desnutrición, de falta de higiene, de droga, de Sida, etc., mientras que otros enferman de exceso de alimentación y de los abusos que lleva consigo el consumismo y el despilfarro.

      En el fondo de todo esto hay una llamada a la conversión, que si se produce puede llenar de esperanza a muchos pobres. El papa Francisco dice que la Iglesia sabe involucrarse para lavar los pies a los más pobres, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo: «...la Iglesia sabe “involucrarse”. Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a sus discípulos: “Seréis felices si hacéis esto” (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo»[13].

      Una Iglesia que está a favor de los pobres y lucha para liberarlos de su pobreza es una Iglesia que levanta la esperanza. Cuando los pobres no tienen a nadie, cuando buscan el pan de cada día, miran al cielo, en espera de que Dios mande una mano solidaria o haga un milagro. Dios es su única esperanza. De aquí surge una pregunta incisiva: ¿hasta dónde tu vida está implicada con los más pobres? Jesús, el Señor, espera tu respuesta.

      2. El amor de Dios es amor preferencial por los pobres

      El Dios trinitario es un Dios que derrama su amor infinito sobre todos, pero preferentemente sobre los pobres. Es tanto el amor del Padre que nos envía a su Hijo, el Pobre de Nazaret, que nace en un pesebre, no tiene donde reclinar la cabeza y muere desnudo en una cruz. Y es tanto su amor que cuando el Hijo es elevado a los cielos nos envía su Espíritu, que espera a la puerta del corazón humano a ser acogido para habitar en él. El Espíritu Santo derrama su amor en los pobres de espíritu, necesitados de Dios y de los hermanos. Como un pobre, espera a la puerta para enriquecernos con su pobreza. Por eso el Espíritu será llamado «Padre de los pobres». Este es el misterio de amor donde Dios se hace presente en el pobre.

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