Diamantes para la dictadura del proletariado. Yulián Semiónov
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Название: Diamantes para la dictadura del proletariado

Автор: Yulián Semiónov

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Hoja de Lata

isbn: 9788418918322

isbn:

СКАЧАТЬ target="_blank" rel="nofollow" href="#ulink_e58afb68-758a-5169-8e0f-5222d9eee5dc">3 66: código de Román, el agente soviético en Revel, camarada Fiódor Sa- vélievich Shelejés.

      EL PRINCIPIO DE LOS PRINCIPIOS

      —Vsévolod y su brillo son insustituibles en una conversación con los bailarines de polca —dijo Félix Edmúndovich Dzerzhinski—. La juventud de Vsévolod, su elegancia y dulzura nos permitirán comprender con precisión a Stepansky: es perro viejo, tratará de jugar con nuestro muchacho. Y, más pronto o más tarde, todo juego acaba descubriendo al agente, sus intenciones reales. Y negarse a contactar con Stepansky sería poco razonable: tiene acceso a Londres, París y Berlín.

      Vsévolod se encontró con Stepansky en un despacho de tabaco en la calle 3.ª Meschánskaia. Tras observar de pies a cabeza y con tenacidad a su interlocutor, el polaco dijo:

      —Me agrada que hayamos quedado y comprendo dónde nos encontramos usted y yo. Sin embargo, le pediría que la parte de ajuste de nuestra conversación la mantengamos en la calle, donde nadie vaya a escucharnos. Si nos comprendemos bien «en libertad» —sonrió—, creo que es así como hablan ustedes de «no estar en la cárcel», entonces continuaremos la conversación aquí, donde, como presumo, cada una de mis palabras será audible para al menos dos de sus colegas.

      Vsévolod miró alegre a Stepansky, lo tomó del brazo y dijo:

      —No voy a ocultarle que no estoy más cansado porque no puedo, así que un paseo no me vendrá mal, sobre todo con un interlocutor tan interesante.

      Mientras iba al encuentro del polaco, ya sabía por el servicio de vigilancia exterior que Stepansky vendría solo. Cierto que, por si acaso, se había puesto unas gafas ahumadas con cero dioptrías; pertenecía a esa clase de gente a la que unas gafas le hacían cambiar muchísimo.

      Iban por una acera empedrada a través de la que ya había empezado a brotar hierba fresca, como podada a la manera inglesa, pasaban junto a unas casas pequeñitas, y desde fuera parecían dos camaradas dando un paseo.

      —Entonces, ¿qué es lo que le ha traído hasta mí? — preg untó Vsévolod.

      —Hasta usted no me ha traído nada. Yo he venido a ver a la Checa.

      —Loable. A mí como individuo, y a nosotros como colectivo, nos gusta que venga a vernos gente interesante…

      —¿Necesita que me presente?

      —¿Cómo?

      —¿Rango, operación, enlaces?

      —A grandes rasgos, ya lo sabemos.

      —¿Saben que soy teniente general del espionaje polaco?

      —Me parece que recordaremos mejor los detalles si los formula por escrito, ¿no?

      —¿Cree usted que voy a ponerme a escribir?

      —Lo hará. Si ha tramado algo en contra nuestra, tendrá que seguir el juego. Y si lo que lo ha traído hasta nosotros es una intención auténtica de colaboración, querrá convencernos de su sinceridad y empezará a hacerlo con cosillas sin importancia, a saber: los apellidos de sus amigos, de sus íntimos y familiares. ¿O no es así?

      —¡Bravo!

      Sus miradas se encontraron. Vsévolod sonrió y en sus ojos no había ni la severidad ni el sentimiento de superioridad que tanto había temido Stepansky.

      Vsévolod, a su vez, reparó en que el polaco estaba sin afeitar, que tenía la camisa arrugada, las botas sin limpiar y el abrigo sucio; en el hombro izquierdo había algo de pelusilla, y los dedos estaban cubiertos de esa capa grisácea de suciedad especialmente visible en unas manos tan bien cuidadas y gruesas.

      —¡Bravo! —repitió Stepansky—. Razona usted con claridad, joven…

      —No merece la pena hacerlo de otra manera.

      —No pretendía ofenderlo con la mención a su juventud…

      —Eso es algo que no ofende. Al contrario…

      —No sé si habrá tenido usted ocasión —dijo Stepansky, que empezaba a cabrearse— de tratar con agentes serios y formales de los servicios de información extranjeros, pero quiero hacerle una observación: el Estado Mayor polaco se encuentra ahora en el centro de interés de todos los países europeos. Yo, en particular, tengo contacto con franceses e ingleses.

      —¿Recuerda el nombre de su gente en París y en Londres?

      —Naturalmente.

      —¿Las operaciones?

      —¿Las antiguas?

      —Y las nuevas.

      —Las СКАЧАТЬ