Diamantes para la dictadura del proletariado. Yulián Semiónov
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Название: Diamantes para la dictadura del proletariado

Автор: Yulián Semiónov

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Hoja de Lata

isbn: 9788418918322

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СКАЧАТЬ me da sus manuscritos, puede que para cuando usted llegue ya esté listo el libro…

      Nikándrov se puso de pie:

      —Vámonos de este burdel…

      En la calle soplaba un viento gélido.

      —En ninguna capital del mundo existe un cadalso tan cómodo y bonito como el de Moscú. ¿Sabe qué es el Lugar Frontal? Es donde cortaban cabezas. Fíjese, se han escrito tomos y tomos sobre la crueldad en la historia del Gobierno ruso, pero en tiempos de Iván el Terrible y de Pedro el Grande se ejecutó a menos gente que hugonotes despacharon ustedes en París en una sola noche —continuó Nikándrov—. Asustamos con nuestra crueldad, pero, en re alidad, somos buenos. Ustedes, los europeos ilustrados, no abren la boca sobre la crueldad, pero sí que han sido crueles: así es como llegaron a la democracia. Mientras que solo en Rusia es posible que Zasúlich disparara a un general de la policía y que se la justificara en un juicio soberano… Somos… ¡euroasiáticos! Primero los tártaros se cobraron tributos y violaron a nuestras madres, de ahí que tengamos tantos apellidos tártaros: Baskákov, Yamschikov, Yasákov; y de ahí también nuestro repiqueteo blasfemo que tanto gusta a Occidente, pues, cuando están furiosos, no van más allá de mencionar el trasero. Después, a este gran pueblo que anduvo de los varegos a los griegos lo empezaron a gobernar zarinas alemanas. Ni un solo pueblo del mundo ha sido tan dulce ni ha estado tan entretenido apreciando su historia como el mío; mire, Borodín escribe la ópera El príncipe Ígor, donde al invasor Konchak se le representa como un hombre lleno de nobleza, bondad y fuerza. Y esto no disminuye la belleza espiritual de Ígor, ¡sino todo lo contrario! O tome a Pushkin… Escribió unos epigramas contra el soberano, estuvo bajo el incesante control de los gendarmes, confraternizó con los decembristas, pero fue el primero en glorificar la represión del levantamiento revolucionario polaco… ¿Por qué? Porque cada uno de nosotros es una esfinge y adivinar cómo va a continuar cada caso es completamente imposible y peligroso.

      —¿Por qué peligroso?

      —Porque cada adivinación supone crear una concepción opuesta. Pero ¿y si no coincide? ¿La concepción ya se ha formulado? ¿Rusia ha hecho la finta de turno? Entonces, ¿qué? Al momento ustedes agarrarían sus zepelines, esos Bertas tan grandes que tienen y los gases serán tres veces peores…

      —Comprendo su odio por su pueblo, suele pasar, pero ¿qué pintamos aquí nosotros? ¿Por qué nos maldice también a nosotros?

      —Bueno, ya ve cuánto nos cuesta hablar… Yo quiero a mi pueblo y estoy dispuesto a entregar la vida por él. Y a ustedes no los maldigo; nuestra lengua es así: fraseológica, emocional, como quiera usted llamarla, pero no es más que lengua. El intelectual ruso valora París más que un francés, y conoce a Rabelais y a Balzac mucho mejor que sus intelectuales, se lo digo sin ánimo de ofender.

      —Es difícil comprenderlos, en efecto. Aunque, por otra parte, a Dostoievski sí lo comprendemos. No se enfade: ¿es posible que el nivel de comprensión de un literato crezca de acuerdo a su talento?

      —Entonces ¿cómo es que no entiende ni jota de Pushkin? ¿De Lérmontov o de Leskov? Me parece que Europa es egoístamente selectiva en cuanto a su aprecio del talento ruso: lo que encaja en sus medidas normales y corrientes os maravilla: «¡Ved qué cosas hacen los rusos!». De cuando en cuando me da hasta miedo pensar: «Si Gógol no hubiera nacido en Rusia, el mundo ni lo conocería». Pero resulta que Pushkin no encaja en sus medidas. No has hecho más que enmarcarlo como revolucionario y va y se comporta como un cortesano; apenas has dominado su amor sublime por Natalia y, por favor, qué tenemos aquí: una línea guasona en su diario sobre cómo se encargó de Anna Kern…

      —¿Y no le parece a usted que los bolcheviques se han alzado no tanto contra el régimen social, como contra el nacional?

      —¿Quiere llegar a que entre los comisarios hay mucha judería?

      —Creo que los comisarios están encabezados por un ruso, por Lenin…

      —Pardon, usted mismo es…

      —Francés, soy francés… Mi nariz es aguileña no a causa de la diseminación de la sangre judía, soy gascón… Allí sentimos inclinación por los viajes y la política. Nos gustan las mujeres, claro, pero aún más la política.

      —Si es usted político, dígame entonces: ¿cuándo van a ayudar sus líderes a Rusia?

      —¿Se refiere usted a los emigrantes blancos y a la oposición interna? No van a ayudarlos, solo van a prestar ayuda a una fuerza efectiva.

      —Eso quiere decir que no hay esperanzas, ¿no?

      —¿Por qué…? Las medidas categóricas son ajenas a la política; no estamos hablando del amor, donde sí es posible una explosión total.

      —En tal caso, la política se me presenta como el matrimonio de dos enemigos jurados.

      —Está cerca de la verdad… Y no se trata de nuestra capitulación ante los bolcheviques, simplemente el mundo es pequeño y Rusia es tan grande que sin ella no es posible la actividad vital normal del planeta.

      —¿Simpatiza con el bolchevismo?

      —Los bolcheviques privaron a mi familia de sus medios de existencia al anular la deuda de la administración zarista. Mi hermano, padre de tres hijos, se pegó un tiro, había depositado todos sus ahorros en préstamos rusos… Pero yo no odio a los bolcheviques, odio a los ciegos en política.

      —Espere, querido francés, nosotros le devolveremos su deuda. El pueblo se despertará y todo volverá a su sitio.

      —¿Y qué hacer con un pueblo que está en completo silencio?

      —El pueblo está en completo silencio hasta que destaque un guía, un jefe que tenga bandera.

      —¿Y bajo qué bandera puede alzarse el pueblo? ¿Bajo la bandera de aquel que proclama: «Devolveremos a la burguesía francesa sus millones»?

      Nikándrov se paró de repente y articuló en voz baja:

      —¡Que el demonio me lleve, ya está bien!… Siempre he sabido qué es lo que no quiero y qué deseo. Escapar cuanto antes de aquí… Aunque sea al medio de la nada, ¡donde sea! Pero que sea ya… Bueno, aquí es donde vivo. Venga, le haré un té y le enseñaré mis manuscritos…

      Mientras subían por la escalera, Blenner dijo:

      —Es el primer discutidor abstracto que he conocido en Moscú. Todos los demás no hacen más que meterse unos con otros. Y usted no se detiene en las particularidades…

      —Es que usted es extranjero. Le interesan sobre todo las particularidades, en cuanto a la generalidad… usted tiene una propia. ¡Voy a descubrirle una particularidad! Gobierne quien gobierne, yo quiero a mi tierra y no voy a ponerme a airear los trapos sucios solo para darle esa satisfacción. Yo soy yo, si le intereso así, bienvenido; si no, nos daremos la espalda y adiós muy buenas…

      Chicherin se encogió de frío y se echó sobre los hombros una chaqueta corta y sin mangas de piel de conejo. La sien izquierda le molestaba con un dolor largo y fastidioso: llevaba mucho rato trabajando con documentos, acababa de llegarle por correo diplomático un último envío de Berlín y de Londres.

      En su detallado informe Ioffe escribía desde Berlín:

      El СКАЧАТЬ