Diamantes para la dictadura del proletariado. Yulián Semiónov
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Название: Diamantes para la dictadura del proletariado

Автор: Yulián Semiónov

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Hoja de Lata

isbn: 9788418918322

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СКАЧАТЬ estas las sustituían las contrapropuestas. Los participantes de este siniestro torneo carcelario empleaban unos métodos que no estarían de más en el palacio de Westminster. Los presos escuchaban pacientes esos debates oratorios que no llegaban a nada… Tres días después de fuera llegaron unas cestas con productos para los miembros del Partido Socialista Revolucionario. Sin cortarse, estos se pusieron a llenarse los carrillos. Los demás presos se daban la vuelta en silencio para no sufrir mucho. Pero el delegado no lo resistió, se puso en pie y dijo: “Propongo debatir en asamblea la cuestión de la socialización de todos los víveres”. Se hizo el silencio. Solo se oían los chasquidos de las mandíbulas de los camaradas eseristas, que empezaron a masticar más deprisa. Finalmente, uno de ellos pronunció con voz dulzona: “Esta idea nos resulta atractiva, colegas, por supuesto, puesto que deriva directamente de los principios de nuestro partido. Pero ¡reflexionemos! ¿Estamos dispuestos a atentar contra la libertad de conciencia? Aquí hay muchos que no comparten nuestras ideas —añadió el orador señalando a un coronel mayor y hambriento, a un terrateniente con el estómago vacío y a un famoso abogado moscovita encolerizado por el hambre—. ¿Obligaremos a estos señores a convertirse en socialistas a pesar de su voluntad? ¡Claro que no, camaradas! Afirmo que la consiguiente deliberación de esta cuestión debe ser aplazada”. Y el orador se apresuró a recuperar enérgicamente el tiempo perdido en la destrucción intensiva de alimentos».

      —¿Qué le parece? —preguntó Litvínov—. Si lo hubiera escrito un bolchevique…, pero es que resulta que su colega, que es burgués…, no nos soporta. Aun así, también dijo cuando lo liberaron: «Se está mejor con ustedes, al menos ustedes son concretos, pero esos… Como medusas antes de una tormenta: inmensos e inestables».

      … Y ahora, al encontrarse con varios rusos en aquel pequeño semisótano, Blenner no logró obligarse a hablar con ellos sin ideas preconcebidas: ante sus ojos estaba el artículo de Nadau. Lo conocía, era un hombre formal al que era más fácil matar que obligarlo a decir una mentira.

      Cuando Staritski se apartó de ellos, Blenner preguntó:

      —¿Tiene algo publicado?

      —¡Es incapaz de escribir dos líneas! Un charlatán. Y si hay alguien aquí que sea agente de la Checa, ese es él, se lo aseguro.

      El escritor Nikándrov —alto, venoso, destacable— entró en el pequeño semisótano cuando ya había oscurecido.

      —¿Quién es? —preguntó el francés al momento.

      —Leonid Nikándrov, literato.

      —¿También sin talento?

      —A ver cómo se lo explico… Ensayos, novelas cortas sobre historia antigua, investigaciones sobre Pedro el Grande… No es combativo, no es para nada combativo.

      El francés se presentó él solito a Nikándrov, le pidió que le dejara hacerle una breve entrevista.

      —Tome asiento.

      Malhumorado, Nikándrov accedió.

      —Pero que su compañero se vaya a esperar a otra mesa.

      —Conoce la ciudad, es lo único por lo que utilizo sus servicios —respondió Blenner y, girándose apenas, dijo en voz alta—: Misha, hoy no lo retengo más, gracias.

      Misha, obsequioso, se despidió del francés y fue a sentarse a otra mesa: una donde armaban ruido los poetas.

      —Tengo varias preguntas que hacerle, ciudadano Nikándrov. Me gustaría saber quién tiene, en la Rusia actual y en su opinión, más talento en la literatura, en la pintura, en el teatro.

      —En la literatura, yo —sonrió Nikándrov. Y esa sonrisa hizo de su cara venosa y tensa algo completamente diferente: sincera, de una bondad torpe—, si quiere la verdad. Aunque en principio debería responder que Bunin, Gorki y Blok.

      —Bunin está en París y a mí me interesa Rusia.

      —Ya puede estar Bunin en África, que solo pertenece a Rusia.

      —¿Cree usted que Bunin quiere pertenecer a esta Rusia?

      —¿Y está usted convencido de que esta Rusia seguirá siendo siempre así?

      —No estoy preparado para dar una respuesta, aunque solo sea porque no he leído las obras de Bunin y lo conozco solo de oídas.

      —Verá, a usted le interesan los literatos rusos como figuras dentro de un sistema político, ¿no? Entonces nuestra conversación no va a funcionar.

      —Mentiría si le dijera que no me interesa el sistema político. Pero tengo vivo interés en las bellas letras.

      —Pues a mí no me interesan las bellas letras. Yo pertenezco a la literatura.

      —¿Dónde puedo comprar sus libros?

      —No me publican mucho por aquí…

      —Estoy dispuesto a ayudarlo para que lo publiquen en París.

      Nikándrov miró atentamente al francés y respondió:

      —Pues se lo agradezco, si es que está hablando en serio.

      —Estoy hablando en serio… Antes de que pasemos a sus creaciones, me gustaría preguntarle por aquellos a los que usted valora en el mundo de la pintura.

      —Tenemos mucha gente con talento. Lentúlov, Martirós Sarián, Konchalovski, Maliavin… Es imposible nombrarlos a todos… Konstantín Korovin, ¡Nésterov!

      —Gracias a Dios. —El francés esbozó una amplia sonrisa—. Es usted el primer ruso que me dice que hay talento en Moscú.

      —¿A quién ha conocido usted? No tiene sentido hablar con esa panda. —Nikándrov señaló con la cabeza a los visitantes del comedor—. Auténticas alimañas. Peores que los comisarios, al menos estos saben lo que hacen, mientras que esos de ahí se limitan a gruñir desde la puerta. Levántales la voz, que se esconderán con el rabo entre las piernas. Eso sí, bien que dicen: «Aquí no hay nadie de talento»…

      —¿Es difícil la vida para los que lo tienen?

      —¿Y dónde es fácil? Es complicado tener talento, claro, dado que este siempre busca su propia verdad, y la verdad… está siempre en su interior, en su visión del mundo.

      —¿Usted no está de acuerdo con Marx cuando dice: «El hombre no es libre de la sociedad»?

      —No. El hombre nace libre: nadie lo ha despojado de su derecho a disponer de su vida según su propio parecer.

      —Se han establecido ciertas limitaciones al respecto: a los infelices suicidas no se los entierra en los cementerios, sino fuera.

      —Después de mí, el diluvio.

      —Yo pensaba que un literato pensaba ante todo en sus conciudadanos.

      —Dejemos que el literato piense en sí mismo. Pero que sea honrado hasta el fin. Esto sí que es una buena enseñanza para sus conciudadanos, ya verá.

      —Con ese talante, ¿le cuesta vivir aquí?

      —Me cuesta vivir СКАЧАТЬ