Diamantes para la dictadura del proletariado. Yulián Semiónov
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Название: Diamantes para la dictadura del proletariado

Автор: Yulián Semiónov

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Hoja de Lata

isbn: 9788418918322

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СКАЧАТЬ con el plan de intercambio económico y cultural serán no tanto las fuerzas externas como la oposición interna por parte del potente capital del Ruhr. Rathenau ha recalcado que la irresponsable dureza de las contribuciones impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles permite ahora aislar el excesivo extremismo del capital germano, pues los productores —los obreros y los campesinos—, así como los intelectuales con disposición patriótica, van a apoyar, sin duda alguna, al gabinete en sus intentos de organizar unas relaciones equitativas con una gran potencia, incluso aunque esta potencia resulte ser la Rusia comunista…

      Krasin informaba desde Londres sobre el curso de las últimas conversaciones con los representantes de las tres principales firmas de acero y con el secretario Lloyd George. Escribía:

      Los ingleses están tan seguros de ser una potencia que no ven necesario disimular los puntos de empalme que consideran de interés estratégico. En particular mister Enright me preguntó directamente: «¿En qué medida van a limitar ustedes el capital francés no solo en Rusia, sino también en los países limítrofes, y cómo piensan ayudar a los empresarios británicos a crear barreras contra el posible resurgimiento del poderío industrial germano?». A diferencia de conversaciones pasadas, se nota la ajustada concreción en el planteamiento de las preguntas, lo que atestigua las serias intenciones de la parte contraria.

      Chicherin se llegó a la estufa de azulejos, pegó bien la espalda, sintió el lento calor y cerró los ojos. Esbozó una sonrisa.

      «Han empezado a revolverse —pensó Chicherin—. Por fin se han dado cuenta de que el gobierno de Lenin “no se vendrá abajo definitivamente y para siempre” al cabo de tres días».

      Chicherin regresó a la mesa, descolgó el teléfono y llamó a Karaján.

      —¿Cómo van las cosas con los cursos breves de francés y de inglés? —preguntó—. Por favor, tome este asunto bajo su más estricto control. Siempre nos fallan minucias enojosas: reconocernos, aceptarnos…, ya lo están haciendo, pero diplomáticos que puedan encaminar este reconocimiento en provecho de la causa… se cuentan con los dedos de una mano.

      Querido Auguste:

      Yo, R. R. Volobúiev, agente de la Policía Judicial de la provincia de Mozhaisk, Gobierno de Moscú, he levantado la siguiente acta de detención del ciudadano Grigori Serguéievich Belov. Circunstancias de la detención: el ciudadano G. S. Belov llegó en tren a Moscú y empezó a buscar un cochero de punto para ir a la aldea de Vozdvizhenka. Todos los cocheros ya estaban repartidos entre los trabajadores; sin embargo, Belov, que estaba en estado de cierta embriaguez, sacó de su maletín un reloj de oro de bolsillo abombado con el sistema «Hnos. Buhre» y ofreció al cochero Kuzorguin Afrikán Abrámovich la tapa de oro puro si este echaba a sus viajeros y lo llevaba a él, al ciudadano Belov, a la aldea. Basándome en esto, detuve al ciudadano Belov y lo conduje a la comisaría de la milicia en la estación.

      —Firme —indicó Volobúiev—, mire ahí, a la esquinita.

      —No es «a la esquinita», sino «en la esquinita» —lo corrigió Belov—, un representante del poder debe expresarse con corrección. En cuanto a la firma, no voy a hacerlo.

      —¿Cómo que no?

      —Pues como que no.

      —Si no está de acuerdo con algo, cámbielo, volveremos a escribirlo, pero tiene que firmar, aquí todos firman cuando los pillamos.

      —¿En base a qué me han apresado?

      —¿Por qué estropear un reloj? Los bandidos suelen ofrecer las cosas así, los que no tienen dinero legal, sino solo trastos del pueblo robados ¡a los proletarios!

      —Yo soy un trabajador con responsabilidades, ¿queda claro? Sería mejor que me soltara ahora, sin hacer ruido y por las buenas, de lo contrario… haré que tenga muchos disgustos en todo Moscú.

      —¡Tengo los nervios curtidos de sustos! No me da miedo…

      La puerta de la milicia se abrió y en el pequeño cuarto, lleno de humo de cabo a rabo, un militsioner metió a dos mendigas con unos niños de pecho. Un crío y una cría de unos cinco años se agarraban a la falda de las mujeres. Y un rapaz de unos diez años forcejeaba por escaparse de la mano seca y campesina del miliciano al mismo tiempo que se des hacía en blasfemias realmente originales.

      —¿Y esto? —preguntó Volobúiev—. ¿Qué ha pasado, Lapshín?

      —Son del Volga, y el chiquillo hurga en los bolsillos…

      —Mételos en la celda, allí lo arreglaremos…

      —Ay, gusano, gusano —dijo con amargura una de las mujeres, con el pelo negro y despeinado al descubierto—, seguro que tragas bien de pan, pero mis tetas no tienen leche, y ya ves, mi crío se apaga… Y gracias a Dios te dan ropa…, pero si no hay ni para pan, ¿cómo van a dar ahora dinero por ropa? Mi Nikolashka hurga entre los billetitos, salva a sus hermanos, a sus hermanas.

      —Suelta al chiquillo, Lapshín.

      —Es que muerde, camarada Volobúiev…

      —Eso es que va a vivir —se sonrió sombrío Volobúiev— , al menos los dientes no se le mueven.

      Abrió un cajón de la mesa, sacó unas rebanadas de pan, partió la mitad y se la tendió al chico:

      —Toma.

      Este agarró СКАЧАТЬ