Diamantes para la dictadura del proletariado. Yulián Semiónov
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Название: Diamantes para la dictadura del proletariado

Автор: Yulián Semiónov

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Hoja de Lata

isbn: 9788418918322

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СКАЧАТЬ —El doctor no pudo evitar una sonrisa.

      —Solo puedo si estoy borracho. Sobrio, me quedo pasmado delante de las mozas, no puedo decir ni una palabra, y de sexo ni hablamos.

      —¿En su familia nadie ha tenido la enfermedad de las caídas?

      —No estoy loco, doctor, no lo estoy… Comprendo con precisión todo lo que ocurre a mi alrededor, dónde estoy y qué me puede pasar…

      El doctor recetó una nueva sesión de tranquilizantes, aunque en su conversación con el jefe de la cárcel expresó su suposición de que el arrestado era completamente responsable de sus actos.

      Esa misma noche Belov escribió una carta a Dzerzhinski en la que le pedía que lo llamara para interrogarlo. Cuando le denegaron el interrogatorio, se declaró en huelga de hambre. No se esperaban eso del joven. Messing, el presidente de la Checa moscovita, se acercó a la cárcel.

      —¿Cuáles son sus peticiones? —preguntó a Belov—. ¿Por qué una huelga de hambre?

      —Porque no me interrogan.

      —No está en condiciones de ser interrogado.

      —Cada día que paso sin saber… es como morir… ¡Pondré fin a mi vida!

      —Con relación al fin de su vida, intentaremos no permitírselo. —Messing medio se giró hacia el jefe de la cárcel y le pidió—: Si notan algún truco de esa clase, métanlo en una celda de castigo.

      —Claro, camarada Messing.

      —¿Quiere declarar algo más, Belov?

      —Y usted, ¿usted no tiene nada que declararme?

      —¡No se haga el gracioso!

      —No lo hago. Cada persona tiene su propia forma de comunicarse… Quiero saber qué es lo que me aguarda si hago una confesión.

      —La confesión espontánea se ofrece cuando el hombre no puede pasar sin ella, si quiere sentirse limpio… Pero si este negocia («deme pan a cambio de mi confesión»), entonces no hay nada de qué hablar…

      —Yo no pido pan, sino vivir…

      —Mientras ponga condiciones, no habrá conversación que valga. Y esa huelga de hambre… acabe ya, no es serio. Aguantará dos días, después empezará a quejarse…

      —¿Por qué me habla con tanta dureza?

      —Dé gracias de que hable con usted, Belov. Tengo muchas ganas de fusilarlo, justo aquí, sin moverme del sitio… Está bien, está bien… Moscú no cree en las lágrimas, ya sabe. ¡Con las joyas que le hemos quitado podría alimentarse una fábrica!

      —¡Pero es que tengo veinte años! ¡Solo veinte! —Belov empezó a gritar y a hacer crujir los nudillos—. ¡Quiero vivir! Es necesario que viva, lo que pasa es que soy joven y tonto.

      —A los veinte años ya hay que tener algo de cabeza… Yo tengo veintiséis, por cierto. Si quiere, escriba todos los detalles y póngalo a mi nombre: cómo mató a Kuzmá Tumánov, dónde tiene instalado su escondite —Messing hablaba sin prisa, fijándose en que las pupilas de Belov se dilataban y en que este retrocedía despacito—, y cuantos más detalles escriba, será mejor…

      —¿Para mí?

      —Para nosotros más, por supuesto —se sonrió Messing— , pero el tribunal puede que tenga en cuenta su tonta edad, ¿por qué no? Demuestre, ¿por qué no?, que no los robó usted, sino otros, y que usted solo es un eslabón de transmisión…

      «No digas nada, nada de nada —recordó Belov con precisión y claridad pasmosa la cara de Iván Ivánovich durante su último encuentro—. Por mucho miedo que tengas, por mal que te vaya, no digas nada. No es por asustarte, te estoy contando un secreto. Fíjate: hay amnistías todos los años, para el Primero de Mayo y para el aniversario de Octubre. Punto uno. Después, no van a durar mucho, el hambre los derrotará. Punto dos. No permitimos que se ofenda a los nuestros, nuestros brazos también son alargados, hemos salido de situaciones tales que tú… este es el tercer punto. Y recuerda que el tiempo siempre trabaja en beneficio de quien es valiente y duro. Al que se desanima al momento se le considera un gasto prescindible».

      —No voy a escribir nada —dijo Belov al fin—. Puede no interrogarme incluso: agua que corre nunca mal coge. No han querido por las buenas, pues no hace falta.

      —Pero qué canalla… —De la sorpresa, a Messing se le alargaron las palabras—. Vaya canalla estás hecho, ¿eh? Muy bien, vuelve a tu celda. Y recuerda que no volveré a hablar contigo, por mucho que lo pidas. Es mi última palabra, gusano.

      —Incluso le recomendaría que informara al DEA de que Belov ha partido en viaje de trabajo a Tobolsk.

      —No me gustan mucho estos trucos —respondió Alski— , pero si a usted le parece completamente oportuno, le haré el favor, como excepción.

      —Camarada Alski, las excepciones aquí no tienen nada que ver, simplemente Belov ha robado joyas por valor de un millón.

      —¿Cómo? —exclamó Alski—. ¡Eso es imposible!

      —Sabe, bastante me estalla ya la cabeza con la verdad, así que no tengo fuerzas para inventarme nada, aparte de que mi profesión no me lo permite.

      —¿Quién lo ha tasado?

      —Hemos llevado a Petrogrado las alhajas para no meter en este asunto a su gente del DEA.

      —¿Pone en duda a todo un colectivo por culpa de un solo rufián?

      —¿Dónde ha visto usted un colectivo?

      —¿Y Shelejés? ¿Y Pozhamchi? ¿Alexándrov? Y, por último, Levitski, el viejo maestro y especialista que trabaja tan bien.

      —Aparte de los camaradas citados, allí trabaja mucha más gente. Y tengo una petición que hacerle: sería conveniente que tres de los nuestros se introdujeran allí, como si fueran trabajadores. ¿Cómo lo ve?

      —Negativo —respondió Alski—. ¿En serio cree que no somos capaces de poner orden nosotros solos? Solicitaré una inspección, mandaré especialistas de verdad, ¿por qué considerar al DEA una cueva de ladrones?

      —Mire… No tengo derecho a inmiscuirme en sus privilegios, pero pienso informar a Félix Edmúndovich.

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