Название: Duelos para la esperanza
Автор: Mateo Bautista García
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
Серия: Vida Plena
isbn: 9788428560832
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Así pasaron dos años y llegó el embarazo de Pablito. Nació en 1973, sanito, por cesárea, y lo criamos a teta. Creció bien. En 1976 llegó Gisela, su hermana, y juntos crecieron felices. Participaban siempre muy activamente en sus tareas y actividades escolares. Cuando llegaban las vacaciones, a Vicente y a los niños les gustaba mucho ir de campamento. Con sus primos y amigos disfrutábamos todos a pleno sol, mar y aire.
Teníamos buenos proyectos para ellos. Vicente siempre decía que Pablito era tímido y para forjarle el carácter algún arte marcial le iba a venir muy bien, cosa que no prosperó porque al chico no le gustaba. Gisela crecía con sus juegos, y juntos compartían todo; se amaban mutuamente. Vicente trabajaba y nos cuidaba mucho. Yo, ama de casa, siempre me gustaba hacer algo más. Todo estaba bajo control. Éramos una familia unida y compartíamos todo en común. Así pasaron los años.
Viajamos a Italia. Gisela tenía entonces 14 años. Pablito, con sus 17, cumplió su sueño de conocer la torre de Pisa, pues había manifestado que no se quería morir sin conocerla. ¡Las cosas de la vida! Fue un año muy feliz. Volvimos a la Argentina y todo siguió normal: los hijos estudiaban, Vicente seguía con su trabajo y yo los atendía.
Todo iba normal hasta ese fatal día, un 19 de enero del año 1997, cuando Pablo tenía 23 años. Domingo de sol radiante. Almorzamos juntos. Nuestro hijo se alistó para ir a trabajar a la localidad de San Miguel. Su padre lo iba a llevar, pero él desistió porque la estación del tren en Palomar está cerca de nuestra casa y lo dejaba a una cuadra del trabajo. Lo llevamos hasta la estación y allí «nos despedimos». Eran más o menos las 14:40 h.
Nos volvimos a casa. Yo fui a tomar un poco el sol. El día transcurrió con normalidad. Casi a las 20:00 h sonó el teléfono y del trabajo nos preguntaron por qué Pablo no había ido a trabajar. En ese momento comenzó una búsqueda angustiosa. ¿Por dónde empezar? Yo no podía pensar nada, Vicente sí. Un cuñado nos pasó un número de personas NN1. Vicente llamó y le dijeron que había una persona sin vida y las descripciones coincidían. A mí solo me dijo: «Vamos a una comisaría a ver quién es». Era en William Morris. ¡Dios mío, lo que nos esperaba! Unas ropas estaban tiradas en el suelo. Eran las pertenencias de Pablo. Yo prorrumpí en llanto, desesperación, descontrol; Vicente, siempre a mi lado. El policía quería darme un calmante. Me di cuenta y se lo prohibí. Preguntamos cómo fue, qué pasó. ¡Por robarle un par de zapatillas y unos pesos!
Nunca supimos del todo qué sucedió con nuestro hijo. Cayó del tren San Martín en el que viajaba y lo recogieron unos bomberos todavía con vida. Lo llevaron al hospital más cercano donde no había tomógrafo. El golpe fue todo él en la cabeza. De allí lo trasladaron al hospital de Haedo, donde murió a las 18:00 h. Como no tenía documentos, porque se los habían robado, lo llevaron a la morgue de William Morris.
También quería yo sepultarme con él
Tuvimos que ir a reconocerlo. Nos acompañaban nuestros cuñados. Allí estaba el cuerpo sin vida de nuestro hijo. Lo besé, me arrodillé, lloré amargamente y rezamos un Padrenuestro. Nos tuvimos que retirar porque tenían que llevarlo para hacerle la autopsia.
Llegamos a casa y un mundo de gente nos esperaba. ¡Allí estaba nuestra hija Gisela! No tengo palabras para describir ese momento. También ya estaba la amada novia de Pablo, y miembros de la familia, amigos y vecinos; todos estaban allí para sostenernos. ¡Qué gran ayuda fue! Pasamos la noche todos en casa para ir al otro día al velatorio. Todo un mundo de personas, todas desconcertadas, pero allí presentes, acompañándonos. Y allí mis padres, firmes ¡Era la muerte de su primer nieto!
El velatorio duró todo el día y toda la noche. El padre Werman, nuestro amigo, celebró la santa Misa de cuerpo presente. ¡Qué gracia de Dios! Allí todos estaban presentes para sostenernos. ¡Cuánto lo seguimos agradeciendo Vicente, Gisela y yo!
Le dimos sepultura en tierra como yo quería, y también quería sepultarme con él. Instintivamente cuando arrojaban la tierra me arrojé sobre el ataúd... Al levantarme, un rayo de sol cayó sobre nosotros. En esa desesperación intuí un motivo de esperanza para continuar la vida de los tres, con el amor intacto de Pablo.
¡Dios mío!, y después de su entierro, ¿qué hacer? Nos acostábamos juntos los tres. Nos levantábamos juntos. Vicente y yo estábamos muy unidos como matrimonio. Nos sostenía nuestro amor y la fe en Dios. También estábamos muy unidos con Gisela que sufría enormemente.
Poco tiempo después, nuestro cuñado, siempre tan atento, nos avisó de la existencia de un grupo para papás con hijos fallecidos; allí fuimos. Fue de gran ayuda. Participamos durante unos cuantos meses. Conocimos al padre Mamerto Menapace que nos recibió en el monasterio de los Toldos. ¡Qué gran ayuda! Nos regaló sabios consejos. Nos dijo que como pareja erámos fuertes y que íbamos a salir adelante. Seguimos yendo al grupo hasta que un día Vicente me dijo que no fuéramos más porque siempre era lo mismo y decían lo mismo. Ya no le gustaba ese grupo. Ese primer paso fue de mucha ayuda tanto para el matrimonio como para la hija, pero para Vicente había llegado a su fin; para mí, no.
Matilde, una amiga de la comunidad parroquial de Cristo Rey, la que nos sostuvo siempre, nos dijo que en el barrio de Once, en Capital Federal, había un grupo para todos los duelos que había formado el padre Mateo Bautista, y allí nos dirigimos, el párroco de Cristo Rey, el padre José Antonio, Vicente y yo. Vicente ya no quería ir más al otro grupo, pero ahora nos acompañó. Llegamos, el padre Mateo no estaba y nos recibió Carmen, la coordinadora de ese maravilloso grupo de mutua ayuda para familiares en duelo, Resurrección. Estuvimos en el grupo; nos despedimos muy agradecidos a la espera de concretar la entrevista con padre Mateo, la cual ocurrió enseguida.
Los dos íbamos por diferentes caminos
En la entrevista, el padre Mateo, viendo el recorrido de nuestro duelo y nuestra disponibilidad, nos propuso coordinar en la parroquia de Cristo Rey un Grupo Resurrección. Aceptamos todos, menos Vicente que no quería saber nada de nada, tampoco que fuera yo. Esos momentos fueron muy tensos para la pareja. Aparecieron las culpas, la contradicción. Él quería una cosa y yo otra. Parecía que los dos íbamos por diferentes caminos. Yo no me conformaba. Le dije a Vicente que si no me dejaba lo haría igual. Estábamos enojados. Fueron momentos muy difíciles. Sentía que el grupo sería de gran ayuda, que me haría bien a mí y también, por rebote, a la familia. Yo no aflojaba. Le pedí asistencia a Dios y le rogué por favor a Vicente que me dejara ir. ¡No había caso!
Yo le insistí hasta el cansancio y le dije que iba a probar, que me haría muy bien, y que, si él no quería, iría yo. En realidad, mi querido esposo no se oponía, sino que tenía ciertos temores. También es verdad que es un poco introvertido de carácter. Comenzamos a negociar y me decía: «Vos eres muy emotiva y pasional. Para coordinar se necesita temple. No es fácil. ¿Estás preparada?». Llegó un poco de calma. Vicente aflojó la mano. Convocamos y logramos hacer una primera reunión en la parroquia Cristo Rey.
Vicente fue a buscar al padre Mateo, quien expresamente me pidió que yo no lo acompañara, comentando: «Si no, no dejarás hablar a tu marido». Así pues, se marchó solo y fue con el único que hizo su elaboración del duelo, en el coche, cuando llevaba al Padre o lo iba a buscar: terapias de coche, de muy buen resultado. Así fue cómo se abrió el Grupo Resurrección en Cristo Rey. La charla explicativa tuvo mucho mucho éxito: ¡más de 100 personas! Era 1998; todavía no había pasado un año de la muerte de Pablo.
La ayuda de los sacerdotes fue siempre muy buena, tanto la del padre José Antonio, como la de los que vinieron después. Destaco la gran ayuda del diácono Octavio, del padre Fernando, de la familia y de toda la comunidad parroquial СКАЧАТЬ