Название: Duelos para la esperanza
Автор: Mateo Bautista García
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
Серия: Vida Plena
isbn: 9788428560832
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José Antonio tenía una fractura en el fémur, pero la más grave se encontraba en el cráneo. Tenía raspaduras y todo el lado derecho estaba golpeado. El pronóstico desde el principio no fue bueno, pues el impacto había sido terrible. Clínicamente se siguió todo el protocolo establecido para situaciones de este tipo. Desde ese momento, nosotros comenzamos a vivir una pesadilla, estábamos estupefactos, impotentes, en medio de oraciones, que muchas veces no salían bien, o no decían todo, con promesas temerosas y esperanzas en el milagro, con una fe que parecía muy débil ante la brutalidad del golpe.
Nuestro hijo lejos de mejorar se debilitaba más y más. El martes 16 ya no clamé por el milagro. Comprendí que debía dejarlo en manos de Dios. Él con su infinita sabiduría y misericordia tenía que decidir lo más conveniente para nuestro hijo, a quien le dijimos, cada uno a su manera, que podía irse, que siempre estaríamos con él donde estuviere. Ese miércoles, 17 de agosto de 2005, falleció, dejándonos una impronta tan dolorosa que nos marcó para siempre.
Nos ofrecieron hacerle lo que quisiéramos dentro de la cárcel
Desde ese día la vida ya fue distinta. Entendimos que no teníamos el control de todo. Tras el velatorio y el entierro nos quedamos sumidos en una noche oscura, sobrevivientes de una terrible tormenta que duró solo unos días, pero que parecía tener efectos de eternidad. Sentí que envejecíamos décadas. Todas las decisiones que había que tomar, desde la frase que había que escribir en la lápida hasta las más cotidianas como decidir qué comer, se tornaron difíciles. Lidiábamos con el inmenso dolor de su ausencia, con el miedo, la culpa, la impotencia y la angustia. Estábamos en una borrasca en alta mar, acongojados, enojados, desesperados, sin encontrar respuestas a todos los porqués. Pero sobre todo incubábamos mucha rabia, puesto que en este caso había un irresponsable que, después de pasar una tarde entera bebiendo, salió a ocasionar semejante daño. ¡En ese momento deseaba todo lo peor para él, quería que sufriera y que sufriera mucho!
El sistema judicial me pareció demasiado condescendiente con este irresponsable. ¡El fiscal me recitó todos los derechos que el hombre tenía! ¿Y nuestro derecho? ¿Y el derecho de ver a nuestro hijo hecho un hombre de bien? ¿Y el derecho que nuestro hijo tenía a vivir, estudiar, salir profesional, realizarse como persona, aportar al país? ¿Acaso esos derechos no contaban? Lo habíamos criado para eso. ¡El fiscal, se supone, defiende a la víctima! Nos sentimos solos, frustrados, desamparados y enojados, no solo con el sistema, también con Dios. ¡Todo me parecía poco para castigar a ese hombre! Hubo una ocasión en la que nos ofrecieron hacerle lo que quisiéramos dentro de la cárcel, desde golpearlo hasta matarlo. Pero no, definitivamente eso no. No podíamos llegar a ese punto. Éramos sobre todo cristianos y Dios siempre fue nuestro camino. Ante semejante propuesta, creo yo, reaccionamos y verdaderamente comenzamos a aceptar la voluntad de Dios. No nos gustaba lo que sucedió, pero hacer daño, jamás.
Había que continuar. Cada día salía el sol, llovía y la vida seguía, aún sin nuestro hijo. Fueron muchos meses nublados de llanto y tristeza, acongojados, aplastados por la angustia, sintiendo desesperación ante la ausencia física. Son incontables las veces que debo agradecer la paciencia de mi esposo para ir conmigo cada domingo al cementerio, o las muchas veces que recibí de él un apretado abrazo, justo cuando más lo estaba necesitando. Fue un aprender a observar a los demás con atención para aportar una caricia o un beso, mirar al fondo de los ojos para detectar la añoranza del hijo o del hermano y poder consolar en silencio y a veces compartiendo lágrimas. Aprendimos a ser comprensivos y respetuosos con las reacciones ante las fechas especiales, ya que lejos de ser gozosas estas se tornaban tristes. Aprendimos también a apreciar la generosidad de los parientes y amigos que tenían detalles que nos ayudaban y nos permitían tener un alivio en nuestro dolor, y nos provocaban sonrisas, nos acompañaban con sus lágrimas y nos confortaban con sus abrazos. Aprendimos a agradecer a Dios el haber confiado en nosotros, por permitirnos tener tres maravillosos hijos y, sobre todo, a agradecerle los 18 años que nos confió a José Antonio, que nos hizo vivir (vale decir: que nos llenó de orgullo y de satisfacciones, y nos hizo también renegar) y que ¡nos hizo tan felices!
Creía que tener compasión era traicionar a nuestro hijo
Así transcurrieron dos años y medio, tiempo en el que pudimos en algunas ocasiones hablar de aquel hombre, pensar en el daño que nos hizo y que ocasionó también a su propia familia. Y así llegó el juicio. Fue muy duro volver a repetir todo, revivir las circunstancias. De nuevo volvimos a verlo. ¡Me impresionó mucho constatar cuánto había envejecido! Ver a su familia me causó pena. Definitivamente, no solo nosotros habíamos sufrido. Pudimos ver a su esposa, a sus hijos, muy esperanzados en que tendrían de nuevo a su papá en casa, y volvimos a tener sentimientos feos: él regresaría a su casa y podría recomenzar, nosotros seguiríamos igual de vacíos, tristes, sin nuestro hijo amado.
Mi deseo era que terminase todo de una vez, sin embargo, el juicio se extendió y quedó inconcluso. Al día siguiente no quise ir, se acercó solo mi esposo. Ahora me pesa no haberlo acompañado, pero no tuve la valentía de enfrentarme nuevamente a aquel hombre. Yo no podía oír la sentencia, continuaba el rencor, me parecía que tenerle compasión era traicionar a José Antonio. Cuando regresó mi esposo, solo me dijo que el hombre había pedido perdón, pero ¿de qué servía ya?
Teníamos mucha rabia, amargura, un inmenso dolor aún. La ausencia de mi hijo era enorme. Sin embargo, sentí un gran alivio de que todo hubiera terminado. Mi deseo era que esa dura experiencia fuera para él una lección aprendida con sufrimiento, que nunca volviera a cometer esa imprudencia y que apreciara la oportunidad de comenzar de nuevo. Desde ese día no supimos nada más de él. Aquello parecía concluido, pero el sufrimiento seguía, y el duelo estaba pendiente...
Pude perdonarlo desde el corazón
Nosotros tuvimos la bendición de asistir al Grupo Resurrección, grupo de mutua ayuda para padres que pasaron por la muerte de un hijo, coordinado por el padre Mateo Bautista. Fue una experiencia muy positiva para elaborar el duelo. A mí, personalmente, me permitió ordenar mis ideas y sentimientos, manejar mis emociones. Aprendí que el sufrimiento no debía dominar mi vida, a perdonar y sobre todo a perdonarme. Pude ver la vida y la muerte de forma diferente, con otra profundidad, con otra altura. Maduré en la fe y en la experiencia de Dios. Como un agradecimiento a esa ayuda recibida, me propuse ayudar a otras personas que estaban viviendo en duelo. Y, gracias a la oportunidad que me concedió el padre Mateo, me preparé y ahora coordino un grupo Resurrección. Esta experiencia es muy enriquecedora, puesto que los seres humanos en varias ocasiones guardamos muy en el fondo sentimientos sin procesarlos que a veces por miedo o por otras razones no superamos, y para que se entienda esto quiero relatar la experiencia que viví en uno de los encuentros del grupo hace ya unos años.
Recuerdo claramente que quedé impactada cuando un participante, muy dolido, nos pidió perdón. En este grupo participábamos dos familias que habíamos pasado por la muerte de nuestros hijos a raíz de accidentes de tránsito y quedamos sorprendidos ante la revelación de este señor, ya que resulta que cuando era muy joven había atropellado a una persona, la que lamentablemente falleció. Él, que nos escuchaba relatar lo que nosotros vivíamos, un día se quebró y nos contó su experiencia desde el otro lado. Para mí fue como escuchar al hombre que atropelló СКАЧАТЬ