Duelos para la esperanza. Mateo Bautista García
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Название: Duelos para la esperanza

Автор: Mateo Bautista García

Издательство: Bookwire

Жанр: Сделай Сам

Серия: Vida Plena

isbn: 9788428560832

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      A los tres meses de vivir ahí tocaron un día el timbre de la puerta de mi casa. ¡Bendita visita! Era Zulema, buena samaritana de la Pastoral del Duelo, que me invitaba al Grupo Resurrección. Fue providencial porque yo no dejaba de llorar y nada me importaba. No dormía, fumaba y no quería salir de casa. Veía a Damián entre las personas, lo escuchaba, hasta sentía que me tocaba y me abrazaba. Nada me movilizaba. Me molestaba la gente. Las risas y las fiestas eran un calvario para mí. ¡Tuve hasta el impulso de abrir la urna que tenía en el placar de mi habitación! No sé cómo, pero le dije que sí a Zulema y fui. ¡La mejor decisión de mi vida!

      Mi transitar por el grupo fue realmente muy difícil. Estaba enojada con Dios. Como una ilusa, pensaba entonces que Dios se lo había llevado. Me preguntaba insistentemente: «¿Por qué a él? ¿Por qué a mí? ¿Por qué a nosotros?». Solo quería quedarme en mi casa con mis recuerdos y llorar. En el grupo dio la casualidad que éramos todas viudas. Hoy en día son mis hermanas, porque reír se puede hacer con cualquiera, pero compartir el sufrimiento con alguien te marca la vida. Me sentía contenida entre ellas. Entendían con naturalidad lo que me estaba pasando. Me desahogaba y me escuchaban. Pero con eso solo no alcanzaba, tenía que poner mi esfuerzo, y esto era lo más difícil. Después de mucho llorar, ahí entre mis pares, aprendí a desapegarme y a amar a Damián en su nueva vida, y de diferente manera. Al ir aceptando su nueva vida en Dios fui aceptando mi nueva vida, nuestra nueva vida, porque también estaba nuestra hija...

      Al terminar el grupo me llevé no solo hermosas personas, sino también una cajita de herramientas y una herida en sanación. La herida estaba, pero poco a poco fue cicatrizando. No fue fácil, para nada. En el grupo tuve que curar mis broncas y perdonar para poder proyectar mi propia «resurrección». Sí, «yo resucité», estoy segura de eso. Me sentí muerta y volví a vivir. Volví a creer en el amor. A los dos años conocí a Claudio con quien posteriormente me casé y tuve dos hijos más. Volví a formar una familia, a sonreír, a proyectar y a creer.

      El Grupo Resurrección me ayudó en todo. Hizo crecer mi espiritualidad, el sentido de comunidad cristiana y pude purificar mi fe. Me ayudó muchísimo para estabilizarme en todas mis dimensiones. Me aportó muchos recursos para tratar con mi pequeña hija. Mis diálogos con Pilar sobre su papá fueron siempre fluidos y seguidos. Nunca le oculté la muerte. Cuando surgía el tema se hablaba libremente, le contaba anécdotas de su papá y nos reíamos juntas, hasta de sus defectos. Ella creció sabiendo la verdad. Esa fue la mejor manera de vivir nuestra historia, sin mentiras, sin ocultar nada.

      Hoy en día soy coordinadora del Grupo Resurrección, ya desde hace ocho años. La muerte de Damián me fortaleció. Puedo vivir una vida sin resentimientos. Veo lo que maduré, el esfuerzo que hice y todo lo que me regaló el grupo. Valoro mi familia y lo que tengo. Disfruto cada día de mi esposo y mis tres hijos, y le agradezco a Dios haber podido elegir el camino de la sanación.

       ¡Nunca le regalé mi odio!

      Querido lector/a: saber perdonar es lo más necesario, pero es lo más difícil. Afortunadamente, y aun en mi desesperación, no tuve ni tengo rencor hacia la persona que mató a Damián. ¡Nunca le regalé mi odio! Y así crié a mi hija Pilar, sin resentimientos y sin bronca hacia los que tienen problemas con las drogas y son delincuentes. Si bien la muerte de Damián fue extraordinaria, siempre apunté a la muerte en sí, e intenté que mi hija creciera sana y feliz con una mente abierta.

      ¿Se puede volver a ser feliz? Sí, claro que sí. Yo pude, gracias a Dios. Y gracias a la ayuda recibida de tan buenos samaritanos pude elegir el camino de confrontarme sanamente con mi sufrimiento. Hubiera sido más fácil quedarme en casa de mis padres siendo siempre una infeliz víctima, pero descubrí que perdonarme y perdonar es el camino.

      No existe transitar el duelo sin bronca, sin culpa, sin apegos. Por ello, el desafío es confrontarse con uno mismo, saber en qué consiste una crisis existencial y que la muerte es parte de la vida.

      La meta es la paz, la felicidad, el amor. La meta es la solidaridad, la fe, la vida...

      Los duelos sin elaborar no son una buena inversión para la vida

       Aprendí a sanar y sanear mi corazón, mente y espíritu

      para resignificar mi vida.

      Estrené mi título de viuda el 7 de abril de 2016, a las 15:00 h. Me llamo María Fernanda y tengo 52 años. Solo bastaron cuatro palabras escalofriantes y gélidas: «Hicimos todo lo posible». Ellas dinamitaron mi alma. Había muerto mi esposo Sandro, sí, él, mi amado San, de un infarto masivo, a los 53 años.

      Lloré, lloré y lloré abrazada a mi hija Fiorella, de 26 años de edad, en el gris pasillo del hospital zonal. Ambas sentimos nuestro corazón desencajado, como un puzle. Juntas rezamos pidiendo a Dios explicaciones, pero no escuchamos ninguna respuesta. ¿Por qué Dios permitió que esto sucediera? ¿Ya no fueron suficientes todos los duelos por muertes y pérdidas de nuestra vida?

      Como si fuera una película comencé a recordarlas una a una: la muerte de nuestro bebé Marcos de tan solo quince días de vida en agosto de 1996, hoy tendría 21 años; la muerte repentina de mi mami Julia en marzo de 2002; el accidente de tránsito en agosto de 2013, donde ambos fuimos arrollados por un automóvil; la muerte precipitada de amigos y compañeros entrañables durante el año 2014; la muerte aliviadora de mi suegra, mi mamá Margarita, tras sufrir seis ACV, en agosto de 2016; la mudanza de mi suegro Luis a Córdoba como consecuencia de la muerte de mi esposo; mi ansiada y anhelada jubilación docente también quiso sumarse al dolor de tantas pérdidas y muertes generando en mí un vacío devastador.

      Los médicos del hospital salieron a darnos las condolencias y a entregarnos sus pertenencias. Regresamos a casa cargando dos mochilas, la de San y la mía, que contenían los toallones y los trajes de baño mojados. Recuerdo ese mediodía de otoño del mes de abril como si fuera hoy. San estaba esperándome en la estación de Wilde con dos mochilas y dos barritas de cereal para ir juntos al club donde practicábamos natación, deporte que realizábamos felices como ejercicio de rehabilitación después del accidente del 2013. ¿Quién iba a decir que nadando y disfrutando en esa piscina de agua cálida, cristalina y llena de vida encontraría mi esposo la muerte?

      Del velatorio tengo recuerdos fugaces. Vi pasar junto a su féretro una caravana interminable de familiares y amigos. Todos expresaban con estupor un dolor desconcertante. Lo que sí recuerdo aún es la calidez de esos abrazos que recibí de todos ellos, susurrándoles yo al oído: «No me digas nada, dame un abrazo de oso».

       A partir de ahí comencé a replantearme toda mi vida

      A continuación, siguieron dos largos meses sombríos, con noches interminables, a los que yo llamo «meses de penumbras». Este tiempo no lo transité sola, siempre estaba en compañía de mi hija, de unos pocos familiares, los que me quedaron aquí en la tierra, y de muchos amigos.

      El sufrimiento es un hondo vacío muy lleno de vacíos. Me golpeó fuerte el cuerpo; comencé a sentir dolores físicos, acompañados de noches eternas de insomnio y problemas en la piel. Sentía en todo mi cuerpo el dolor del sufrimiento.

      Recuerdo que durante todo ese tiempo comencé a formarme y educarme en el camino del duelo, tal vez gracias a mi amada profesión docente. Necesitaba volver a encontrarme, en realidad a reencontrarme y a recoger las piezas de mi despedazado corazón.

      La oración fue mi combustible cotidiano. Con СКАЧАТЬ