Название: Duelos para la esperanza
Автор: Mateo Bautista García
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
Серия: Vida Plena
isbn: 9788428560832
isbn:
Tantas veces pensé en esas palabras del doctor: «¡Hasta que finalmente se fue!». ¿Lo decidió? ¿Debía ocurrir? ¿Era su tiempo? Te cuento, querido lector/a, que en el camino del duelo del Grupo Resurrección aprendemos a convivir con preguntas sin respuestas. Forman parte del misterio de la vida y la muerte. No te voy a mentir: no fue en absoluto nada simple para mí comprender y aceptar que ese sueño, que una vez se había hecho realidad, se desvaneciera, como si un espejo se rompiera en mil pedacitos imposibles de juntar.
Quedé sola y con las manos vacías
En enero del 2003, unos amigos me invitaron a pasar unos días en una cabaña en Villa La Angostura, y estando frente al lago escribí algo que indica cómo me encontraba. Quiero compartirlo contigo:
«Su ausencia es como el cielo, lo cubre todo»: esta frase no es mía en cuanto a la autoría, pero sí lo es en su verdadero significado. La ausencia del que ya no está físicamente produce un dolor tan inmensamente profundo que nada ni nadie puede calmarlo; es un dolor que no cabe en el cuerpo, que se irradia por los poros y que, poco a poco, comienza a manifestarse en diferentes dolencias. Hoy duele una parte, mañana otra y así el cuerpo se va quejando. ¿Qué hacer con esta ausencia que lo cubre todo? Me pregunto una y otra vez, y no encuentro respuesta. Le pregunto a Dios, y allí está mudo; solo se expresa a través de los sonidos de la naturaleza: el golpeteo incesante de las aguas en la costa del Lago Correntoso, el canto de las aves del bosque donde coníferas y otras especies aportan el marco para esta verdadera postal viviente, el sol que asoma y se esconde entre las nubes, el horizonte que es agua cristalina y montañas. Vine hasta aquí buscando paz para mi alma abatida por el dolor de la ausencia de mi hijo Pablo. ¡Cómo lo extraño! Daría mi propia vida por volver a disfrutarlo, por volver a abrazarlo y decirle cuánto lo amo, y lo seguiré amando a pesar del enorme abismo que nos separa, ese abismo que es la muerte. Hace casi dos horas que estoy frente al lago, recordando, escribiendo y llorando, tratando de encontrar una respuesta a mi pregunta de siempre: ¿Qué hacer con esta ausencia que lo cubre todo? Pero Dios no me responde; allí está mudo, solo se expresa a través de los sonidos de la naturaleza.
Volví a Buenos Aires y pensé: o me siento a llorar toda la vida esperando que la muerte venga a buscarme y me transformo en una carga insostenible para los demás, o tomo las riendas de mi vida. Junté mis pedazos y comencé de nuevo, como después de un terremoto, cuando nada queda en pie. ¡Volver a empezar!
Como en un túnel, al principio oscuro, con agua en los pies...
El psicólogo que me acompañaba en este proceso me dijo que, cuanto antes aceptara entrar en el camino del duelo, sería mejor para mí. No lo entendí. Creía que yo ya no tenía salida, que nunca jamás volvería a sonreír, que de ahora en adelante sería un sobrevivir con pena, ¡pero había salida! Me lo explicó con una metáfora que quiero compartir contigo: es como entrar en un túnel, que al principio es oscuro y tiene un poco de agua; de a poco sientes que se te mojan los pies. Aún está oscuro, el agua sigue subiendo y por el momento no se ve claridad, pero no te ahogas, porque en determinado momento y casi sin darte cuenta comienza la claridad y llega el tiempo en que pisas en seco. Claro que esto no es magia; es un proceso lento que necesita de ayuda, para que las heridas sanen desde lo profundo hasta la superficie. Al principio duele pero, a medida que se trabaja sobre la muerte del ser amado, el dolor se vuelve más calmo. Siempre duele, pero cada vez con más serenidad, hasta que un día aprendes a resignificar la vida, a darle un nuevo sentido.
En el camino del duelo te vas encontrando con personas que están dispuestas a ayudarte incondicionalmente, pero que muchas veces no saben cómo hacerlo. En este sentido yo tuve una gracia inmensa: formar parte del Grupo Resurrección. Participar en un grupo de mutua ayuda te da contención y te confronta con tus pares. El grupo te hace salir del ensimismamiento, te da una perspectiva más amplia del sufrimiento y del duelo, te hace ver la realidad desde dos orillas, te plantea el camino del duelo desde ti y desde el ser querido fallecido. El grupo, como es Resurrección, te da alas más grandes para el cultivo de la espiritualidad, de la fe, de la relación personal con Dios que también pasó por el sufrimiento y el duelo, ¡su principal mensaje y lenguaje! Son herramientas a nuestra disposición que debes hacer trabajar.
También el grupo entrega preciosas observaciones, útiles para una misma y para tratar a los demás. Sí, y lo digo con humildad: a los demás les tenemos que enseñar. Yo hice docencia con mis amigas, con aquellas que decidieron quedarse, porque ya verás que no todos se quedan. Algunos están un tiempo, otros deciden no estar, otros llegan para quedarse. En todos estos años, pero sobre todo al principio, yo les decía lo que necesitaba: si hablar, si estar en silencio, un abrazo infinito, compañía, comida y salidas compartidas, ir al cementerio, hacer algún ritual en fechas claves. Ellas fueron aprendiendo a conocer mis necesidades y formamos una red, como me gusta llamarla a mí, una red de hilos fuertes, donde puedo aflojarme y dejarme caer, sabiendo que allí están. Es tan antinatural que se nos muera un hijo, es tan terrible, es tan increíble, que no existe una palabra para definirnos. Nunca más volvemos a ser los mismos que éramos. Cuando la muerte te arrebata un hijo, o dos o más, te secuestra el porvenir, pero está en nosotros resignificar la vida.
A los que están atravesando un duelo
Amigo/a, que estás leyendo este relato: te abro mi corazón, mi mente, mi alma y mi espíritu, como si una vasija de barro llena de agua fresca se derramara en cascada y refrescara tu dolor, tu sufrimiento, tus heridas, esas sensaciones que no se pueden describir con palabras.
Quiero que sepas que algo intuyo de lo que estás pasando. Si me acompañaste en mi relato, habrás notado que soy una persona de carne y hueso, que se animó a atravesar el camino del duelo y está hoy aquí para intentar ayudarte.
Tal vez te parezca imposible hoy, pero anímate, no te detengas en el túnel, empieza a mojarte los pies, hasta ver la claridad y pisar en seco.
Tengo añoranza, ciertamente, de momentos que nunca voy a vivir, pero qué hacer con la vida si cada mañana amanece conmigo. Yo decidí vivirla. ¿Qué decides?
Sin perdón nunca se sana el duelo
Por experiencia te comunico que, sin perdón,
nunca se sana el sufrimiento.
Cuando formamos nuestra familia, se la entregamos a Dios. Fuimos bendecidos con tres hijos: José Antonio, Pedro y Beatriz. La vida transcurrió con sus buenas épocas y también hubo tiempos difíciles, especialmente en lo laboral. Nuestros esfuerzos fueron para darles lo mejor que se podía en educación y calidad de vida, siempre al amparo y providencia de Dios, para que ellos tuvieran las mejores posibilidades para desarrollarse, cultivando virtudes y ejercitando cualidades que los ayudasen a ser buenas personas.
Ese sábado, 13 de agosto de 2005, José Antonio, nuestro hijo mayor, de 18 años, que ya había concluido su bachillerato y estaba preparado para entrar a la universidad, tenía un encuentro con sus excompañeros del colegio para hacer una despedida, puesto que todos comenzaban la universidad, unos aquí y otros en el exterior. Antes de ir a la fiesta, decidió salir con su primo, que se encontraba de paso en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, a comer unas hamburguesas. Estaban en una zona céntrica de la ciudad y debían atravesar una avenida de cuatro carriles para llegar al lugar. Cruzaron el primer carril sin novedad y cuando estaban en el segundo, según relata mi sobrino, de pronto apareció un camión a gran velocidad СКАЧАТЬ