Название: ¿Y tú qué miras?
Автор: Gabourey Sidibe
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: El origen del mundo
isbn: 9788416205912
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Pero ella dio por sentado lo mismo que yo había asumido: que los africanos siempre dicen que todo el mundo es de su familia cuando en realidad no lo es.
Dos años después, Tola se vino a vivir con nosotros. Todos sabíamos que era la prima de papá y la madre del bebé Malick que había venido a Estados Unidos por un día. Pero, en aquella ocasión, Tola vino sola y Malick se quedó en África. ¿Cómo es posible que Tola acabara viviendo con nosotros? Bueno, pues resulta que Ibnou había convencido a Alice de que le escribiera una carta de invitación. Para entonces, Ibnou ya tenía la ciudadanía estadounidense, pero, como Tola no era ciudadana norteamericana, un estadounidense de nacimiento (Alice) tenía que extenderle una invitación. Ibnou había convencido a Alice para ayudar a una hermana suya a entrar en Estados Unidos de la misma manera, así que a mi madre aquello no le vino de nuevas ni le pareció sospechoso. A ti puede parecértelo porque estás leyendo la historia del tirón, pero, en realidad, el engaño de Ibnou tardó años en fraguarse.
Y así fue como Tola acabó en Estados Unidos y, como había pasado cuando la hermana de Ibnou había llegado, alojada con nosotros (esa historia la dejo para otro momento). Y así fue también como yo tuve que compartir mi habitación y mi cama. Para mí fue horrible, porque era, y sigo siendo, una criatura solitaria. Odio a los desconocidos, como ya he dicho antes, y odio tener invitados en casa. Ibnou me dijo en una ocasión que cada vez que alguien venía a nuestra casa, yo no dejaba de preguntar cuándo iba a marcharse. Y le creo. Incluso ahora, cuando viene algún amigo a mi apartamento, cuento los minutos hasta que se va para poderme quitar por fin los pantalones. (Ser adulto va de esperar a poderte quitar los pantalones).
En cualquier caso, Tola se quedó con nosotros durante tres o cuatro meses. Alice fue superacogedora e incluso la llevó a comprarse su primer abrigo de invierno. Tola cocinaba y limpiaba, pero, en mi opinión, no era demasiado interesante. No era más que otra africana aburrida que vivía en nuestra casa y de la que no podía deshacerme. Era otro Ibnou.
Ibnou acabó encontrándole a su prima/esposa secreta un apartamento a unos diez minutos a pie del nuestro. Y entonces fue cuando mi padre dejó de venir a casa por la noche. Una mañana, de camino a la escuela, Alice se presentó por sorpresa en el nuevo apartamento de Tola. Ibnou estaba allí y Alice vio su ropa tirada al lado de la cama de Tola. Él le juró que habían estado hablando y estaba demasiado cansado para volver a casa, así que se quedó a dormir allí, pero que solo habían dormido, eso era todo. Alice dijo que de acuerdo y se marchó.
Probablemente a estas alturas estés pensando: «¡Por lo que más quieras, déjalo ya!». Es lo que pienso yo mientras escribo esto. Y también es lo que pensaba (y probablemente decía) en aquel entonces.
Pero eso es porque hay cosas que no tenía en cuenta. Como el hecho de que dos años antes, cuando Ahmed tenía siete y yo seis, Ibnou y Alice habían tenido una discusión monumental y, para castigarla, él había llamado al Departamento de Bienestar Infantil y la había acusado de maltratarnos a Ahmed y a mí.
Había sido una tarde agradable como cualquier otra hasta que el Departamento de Bienestar Infantil vino a buscarnos. Yo tenía muchas ganas de regresar a casa de la escuela porque sabía que había helado de naranja en la nevera y Chips Ahoy! en un armario de la cocina y quería tomarme un bol de helado con dos galletas clavadas encima mientras miraba los dibujitos animados en la tele. Eso era lo único en lo que pensaba e incluso hoy es mi recuerdo más marcado de aquel día. Lo que no sabía era que el Departamento de Bienestar Infantil se había dejado caer por nuestra escuela algo antes, aquel mismo día, porque mi madre era maestra allí y estaba en el edificio. Mi madre había conseguido cortarles el paso antes de que nos sacaran de clase y les había suplicado que nos recogieran en casa en lugar de en el colegio para evitar que nuestros compañeros de clase lo presenciaran.
Yo acababa de guardar el helado en el congelador cuando dos agentes llamaron a la puerta. A Ahmed y a mí se nos llevaron una mujer negra con el pelo rizado y otra persona cuyo rostro no soy capaz de recordar. Seguramente fuera un hombre, y blanco. A Ahmed y a mí nos separaron en dos casas de acogida distintas. Él fue con una gran familia en algún lugar de Queens, con unos padres que lo trataban con cariño (lo llevaron a IHOP). Y a mí me colocaron en una especie de casa de acogida a lo Annie, regentada por un par de hermanas gemelas idénticas. También eran idénticas en maldad y cada una de ellas tenía un hijo de mi misma edad. Había otros dos niños más y una chica adolescente que se negaba a hablar con nadie. Las gemelas nos amenazaban con azotarnos si no hacíamos lo que nos ordenaban. Y mientras que alimentaban a sus hijos biológicos con comida caliente cada mediodía y noche, a los niños en acogida solo nos daban sándwiches de mantequilla de cacahuete y mermelada. Eso sí que era maltrato. Las gemelas me cortaron el pelo y me pusieron lacitos para el día de la fotografía en la nueva escuela en la que me matricularon.
Fue horrible. Todavía no sé si estaba en Brooklyn o en Queens. No sabía cómo volver a casa. No sabía qué había dicho para acabar allí. No sabía dónde estaba mi hermano ni si volvería a verlos a él o a mi familia algún día.
A Alice la pillaron desprevenida. Por supuesto que no nos maltrataba a ninguno de los dos. Ibnou la había denunciado solo para hacerle daño. Cuando telefoneó al Departamento de Bienestar Infantil, imaginó que a quien sacarían de la ecuación sería a Alice, dado que era a ella a quien estaba castigando. No esperaba que se nos llevaran a mí y a Ahmed. Para recuperarnos, tanto Ibnou como Alice tuvieron que someterse a una investigación. Cada día, al salir del trabajo, Alice iba directa a los juzgados con cualquier documentación que imaginara que podía ayudarla a recuperarnos. Después de estar en casas de acogida durante casi tres semanas, los agentes del Departamento de Bienestar Infantil nos llevaron de regreso a casa y fue entonces cuando supimos lo que había pasado, que había sido papá quien nos había hecho aquello. Para mí fue el final. Mi padre estaba muerto para mí, y empecé a hacer campaña para que mi madre se divorciara de él. Pero Alice estaba esperando el momento oportuno. Quería poner fin a aquel matrimonio, pero sabía que tenía que hacerlo de un modo que le garantizara que Ahmed y yo estuviéramos seguros. Fue más o menos entonces cuando Alice empezó a enseñarnos a Ahmed y a mí ejercicios de defensa personal. Nos enseñó a dar patadas y a gritar si Ibnou o algún amigo suyo intentaba recogernos de la escuela alguna vez sin que ella nos hubiera advertido antes que iban a hacerlo. Nos enseñó a patalear y gritar si alguna vez estábamos con Ibnou y nos llevaba al aeropuerto sin su conocimiento. La década de 1980 fue una locura, es lo único que puedo decir.
Avancemos ahora un par de años: Ibnou le pide a Alice que le escriba una carta a Tola invitándola a venir a Estados Unidos y Alice finalmente ve que se acerca su oportunidad.
El verano después de que Tola viniera a vivir con nosotros en Estados Unidos, a Alice y a su banda del Cotton Club les propusieron actuar en un festival en Marruecos. Ella quería ir, pero sabía que mi padre no era capaz de cuidar de nosotros por sí solo teniendo trabajo y Ahmed y yo éramos demasiado pequeños para quedarnos solos. De manera que se decidió que Tola volviera a instalarse en nuestro apartamento para ocuparse de nosotros en ausencia de mi madre. Y allí estaba yo, compartiendo de nuevo mi cama con una mujer adulta.
La noche antes de que mi madre regresara a casa, Ahmed y yo hicimos algo que solíamos hacer mucho entonces: nos despertamos en plena noche y nos encontramos en el pasillo para hablar de los sueños que habíamos tenido o de si había o no dibujos animados en la tele. Pero aquella noche, la noche antes de que mi madre regresara a casa, yo tenía algo más de lo que hablar.
—Tola no está en mi cama —dije—. ¿La has visto?
—No. Pero tampoco está en el salón.
Miré por encima de Ahmed en dirección al dormitorio de nuestros padres. СКАЧАТЬ