Название: ¿Y tú qué miras?
Автор: Gabourey Sidibe
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: El origen del mundo
isbn: 9788416205912
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Cuando Alice regresó a casa al día siguiente, yo estaba tan contenta de verla de nuevo que decidí saborear el momento y esperar a informarle de la desaparición de Tola de mi habitación. No tuve que esperar mucho tiempo. Tola pasó la noche (otra vez) en mi cama (otra vez); tras tanta celebración, (supongo que) se le hizo tarde para volver a casa. Alice e Ibnou hicieron el amor (o lo que fuera, ¡qué asco!) y ambos fueron al cuarto de baño después para ducharse juntos (¡puaj! ¡Más asco todavía!). Tola entró y, al sorprenderlos, colapsó. Empezó a llorar y a gritarle a Ibnou en wolof. Luego se marchó corriendo de casa. Ibnou le explicó a Alice que lo único que le pasaba a Tola es que estaba desconcertada. ¿Cómo podía ser que un matrimonio tuviera relaciones sexuales? ¡Qué raro y qué asco! ¡Yo te entiendo, Tola!
Alice sabía lo que se cocía y aprovechó el momento para destapar la verdad. Salió detrás de Tola y la acorraló en un portal.
—Tola, ¿te estás acostando con Ibnou?
—¡No, no! Solo es mi primo —mintió ella.
—¿Es tu marido? —la presionó Alice.
—¡No! ¡No! ¡Es mi primo! ¡Solo eso!
Alice reflexionó unos instantes e interrogó a Tola por su bebé, Malick, al que había dejado en África.
—¿Malick es un hijo bastardo de Ibnou?
Cualquiera que conozca a los musulmanes sabe que la palabra «bastardo» puede desencadenar tempestades. Me he pasado toda la vida oyéndole a mi padre decirme que no traiga a casa a ningún bastardo, que el embarazo fuera del matrimonio es uno de los pecados más graves, que la vergüenza que traería a la familia sería irreversible y que bajo ningún concepto podía hacer que esa vergüenza cayera sobre él. Llamar bastardo al hijo de Tola fue como clavarle una puñalada a su orgullo y a su dignidad.
—¡NO! ¡No es ningún bastardo! ¡Estamos casados! —respondió Tola.
¡Por fin! Tras años de estar secretamente casado con su prima, de concebir con ella un hijo y de meter a su segunda esposa en casa de la primera, pillaron a Ibnou con las manos en la masa. Había mentido y maquinado todo el tiempo que había podido, pero ahora que la verdad había salido a la luz no tenía más elección que dejar que Alice se marchara conmigo y con Ahmed.
Al día siguiente, Alice nos llevó a Ahmed y a mí a comprar ropa para el inicio del nuevo año escolar. Yo empezaba cuarto curso. Nos dijo que nos íbamos a mudar de casa, que por fin íbamos a dejar a Ibnou y por fin íbamos a salir de Brooklyn. Hicimos las maletas e Ibnou no protestó. Lo que no sabíamos entonces era que Tola volvía a estar embarazada…, que Ibnou tenía una nueva familia que nos sustituiría en cuanto saliéramos por la puerta. Nos trasladamos a una habitación en casa de mi tía Dorothy en Harlem. Tres meses después, Tola dio a luz a otro hijo y, con el tiempo, trajeron a Malick a Estados Unidos junto con una hija mayor de Tola de una relación anterior. Los cinco parecían una familia feliz. No puedo asegurarlo al cien por ciento, porque lo único que hacían era sentarse en silencio y ver el telediario en francés. Pasado un tiempo, Ibnou se casó con Tola en Estados Unidos para que ella también consiguiera el permiso de residencia permanente.
Retrato de familia. ¡¡¡LÁSERS!!! Los años ochenta fueron lo mejor que ha habido, ¿a que sí? ¿Y mi madre puede ir mejor peinada? Mira qué cejas, con ese arco de infarto. ¡Es una DIOSA NEGRA!
Cortesía de Gabourey Sidibe
Ibnou y Alice siguieron siendo amigos al margen de lo que yo opinara sobre ello. Ibnou nos había maltratado a todos, nos había pegado cuando había querido, nos había enviado a casas de acogida, se había casado en secreto con su prima, la había metido en nuestra casa, tenía una familia con ella a nuestras espaldas y nos había obligado a mudarnos a Harlem, a una habitación individual con dos camas individuales, mientras su nueva familia se quedaba con nuestra casa. La capacidad de Alice para perdonar me dejaba estupefacta. Seguía permitiendo que mi padre entrara en nuestra casa, y mi padre no desaprovechaba la ocasión. No pagaba la pensión por sus hijos porque, además de Tola, se había casado con otras mujeres en África y no dejaba de procrear.
En la actualidad, Ibnou tiene más de sesenta años y sigue concibiendo hijos. Tiene más hijos de los que sabemos. Ya no se parece al tipo que en su día me amenazaba con pegarme los labios con pegamento para que me estuviera calladita si me reía demasiado alto, y yo ya no soy la niñita que solo lo veía como un taxista africano aburrido. Pero nuestra relación es… complicada. Sigo intentando ver mi relación con Ibnou tal como hace Alice. Ella siempre me dice: «No dejes que nadie te robe la felicidad. Si no quieren estar contigo o pasar tiempo contigo, déjalos que se vayan. Recomponte y sigue adelante. Has venido a este mundo sola y los pulmones de la persona de al lado no te ayudarán a respirar».
Es tan lista… aunque se casara con alguien cuya madre es idéntica a ella.
4
Me lo dijo una vidente
Gabby, todo lo que tienes de clarividente lo tienes de chiflada.
—Jussie Smollett
¡Anda! ¡Se me ha olvidado decir que Tola era vidente! O, al menos, así es como se ganaba la vida. Cuando mamá, Ahmed y yo nos mudamos de nuestro apartamento en Brooklyn y Tola se instaló con papá, la habitación de Ahmed se convirtió en su consulta. Digo «consulta» siendo un poco generosa. Seguía pareciéndose mucho a la habitación de Ahmed, incluso seguía estando allí su cama. Tola hacía pasar a esa habitación a sus clientes y se sentaba en el suelo mientras ellos tomaban asiento en la cama o delante de ella, también en el suelo. Tenía una bolsita con conchas de cauri y, al parecer, era capaz de leerlas para predecir el futuro. De niña, yo me lo creía a pies juntillas. Y pensaba que todos lo hacíamos, así que nunca me molesté en preguntar si de verdad era vidente o no. No se me ocurría que alguien pudiera fingir algo así. ¡Ay! ¡Era tan joven e inocente!
En los primeros tiempos después de la ruptura, mis padres hicieron un intento de custodia compartida. Ahmed y yo regresábamos a Brooklyn los viernes después de la escuela y volvíamos a casa de mi tía Dorothy, en Harlem, el lunes al salir del colegio. Yo me pasaba el fin de semana en nuestro antiguo apartamento, con su nuevo mobiliario, sus nuevos olores, mi nueva madrastra y mi nuevo hermanito. El apartamento en el que me había criado no me resultaba familiar sin mi madre allí. Sin mi familia allí. Había unas cuantas fotografías de mí y de Ahmed en un estante, pero parecían fuera de lugar. Parecíamos dos niños estadounidense en casa de una familia africana. Mi padre y Tola hablaban en wolof. Yo solo sabía un poco de wolof de cuando había visitado Senegal y no entendía bien lo que decían. Las únicas voces americanas que había por allí eran la mía y la de Ahmed, y ninguna de las dos parecía contar. Nosotros éramos los extranjeros ahora. Cuando Tola tuvo a su segundo hijo, mi hermano Abdul, a mi padre volvió a parecerle importante enseñarme a ser una «buena mujer y madre musulmana». Por eso tenía que ayudar a Tola con el recién nacido mientras mi padre conducía un taxi por la ciudad de Nueva York. A mí no me importaba. Quería mucho a Abdul СКАЧАТЬ