Название: ¿Y tú qué miras?
Автор: Gabourey Sidibe
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: El origen del mundo
isbn: 9788416205912
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Dicho lo cual se iba a la cocina a cenar. Solo. Mi madre ponía los ojos en blanco y lo imitaba haciendo mímica, y yo volvía a reírme. Bien alto. Mi padre es africano y tiene acento cuando habla en inglés. «Africano» es otro término que utilizo para describir su personalidad. Africano, taxista, aburrido.
Mi padre quería que viviéramos teniéndole miedo porque lo consideraba una señal de respeto. Pero, como yo no le tenía miedo, solía meterme en líos. En parte, la culpa era de mi risa. Tengo una risa que parece más un chillido estridente seguido de un resoplido estentóreo que una risa normal. Si las personas pudieran elegir el sonido de sus risas, probablemente yo escogería algo que no sonara como si viviera debajo de un puente y les diera un susto a los personajes de un cuento de hadas mientras van de camino a casa de su abuelita. Mi padre detestaba mi risa y estaba convencido de que podía cambiarla, de que no me esforzaba lo suficiente. Me amenazaba con pegarme los labios con pegamento para no tener que oírla. Alguna vez también me había amenazado con sellarme la boca y el culo para que, al reír o tirarme un pedo, explotara. ¡Y lo decía en serio! Sé que suena horrible, pero es lo más divertido que ha dicho nunca. (Era más divertido cuando no lo pretendía). Yo fingía tenerle miedo, pero, en cuanto me quedaba sola, me partía el culo pegado con pegamento de risa.
Cuando tenía unos seis años, mi padre y yo tuvimos una discusión monumental. Empezó cuando mencionó su plan de vivir conmigo cuando fuera anciano. Dijo que yo tendría que cuidarlo, cocinar para él y limpiarlo como una buena mujer musulmana, etcétera, etcétera.
¡Ah, sí! Yo era musulmana de nacimiento. Pero un año antes de aquella conversación, cuando tenía cinco años, tomé la decisión consciente de dejar de serlo. Seré sincera: quería comer beicon como mi madre y ya me habían advertido sobre todo eso de limpiar y cocinar para él, así que la elección fue fácil.
Había llegado el momento de decirle a mi padre que bajo ningún concepto iba a permitir que viviera conmigo y mi futuro marido e hijos. Ni siquiera me gustaba vivir con él entonces. Para resumir mi aportación a aquella discusión, dije algo parecido a: «¡Ni lo sueñes!».
Papá y Ahmed. Esta es una de mis fotografías preferidas de Ahmed de bebé. Yo no había nacido aún, así que todavía era bastante feliz. Soy lo peor que podía pasarle a ese niño. Mi padre parece esforzarse en no sonreír, el muy tonto…
Cortesía de Gabourey Sidibe
—Cuando eras pequeña —me respondió—, te dormías aquí, apoyada en mi pecho. ¡En este pecho! ¡Y te encantaba!
Estaba intentando abrirse camino en mi hogar del futuro haciéndome sentir culpable.
—¡De eso hace años! —le espeté yo—. Mi marido y yo estaremos demasiado ocupados para tenerte viviendo con nosotros. ¡No puedo permitírmelo!
Al final, mi padre decidió tener más hijos que lo quisieran más que yo y se sintieran agradecidos de que conviviera con ellos. Le deseé buena suerte entonces y sigo deseándosela ahora. Han transcurrido más de veinticinco años y sigo sin querer vivir con él.
Lo que vengo a decir es que mi madre y mi padre eran como la noche y el día. Mientras mi padre estaba en el trabajo, en nuestra casa resonaban risas, y, cuando mi madre se iba, la casa se sumía en la oscuridad y o bien hacía demasiado frío o demasiado calor. En cualquier caso, era incómoda. Siempre me venía a la mente aquella canción de Bill Withers, «Ain’t No Sunshine When She’s Gone», porque era justo lo que me parecía, que cuando mi madre se iba no lucía el sol. ¿Cómo podían dos personas tan diferentes haberse amado lo suficiente para casarse y tener hijos?
¡El sueño americano!
Mi padre, Ibnou Sidibe, es senegalés. Su padre era un político que ejerció de alcalde de la tercera ciudad más importante de Senegal, Thiès (pronunciado chess). Mi padre era su segundo hijo de su segundo matrimonio. Su primogénito había fallecido a los dos años, lo cual había convertido a mi padre en su hijo mayor, una posición muy destacada en una familia senegalesa. A mi padre lo enviaron a estudiar arquitectura a Francia. En algún momento después de licenciarse, pensó en trasladarse a Estados Unidos. Nunca le he preguntado por qué; siempre he dado por supuesto que era para hacer fortuna, como en un cuento de hadas en el que vendía su preciada vaca a cambio de habichuelas mágicas para sembrar una planta con la que poder hacer un barco para navegar hasta América. No hay pruebas de que mi padre llegara aquí en un barco hecho de un tallo de habichuelas mágicas que consiguió a cambio de vender su excepcional vaca, pero siempre me ha gustado más esa idea. Mi padre siempre ha sido tan aburrido que he rellenado los huecos de su historia vital con extravagancias para que me caiga un poco mejor.
Lo más probable es que llegara en avión. Se alojó con familiares, amigos y donde buenamente pudo, e incluso durmió en vestíbulos de hoteles y edificios de apartamentos, pero no creo que lo hiciera durante mucho tiempo. Aprendió inglés bastante rápido, hizo amigos, encontró una habitación y consiguió algunos empleos. Pero para poder quedarse en este país necesitaba encontrar una esposa. Les comunicó su plan a sus amigos y, a través de ellos, Ibnou conoció a Alice. Le ofreció unos 4.000 dólares por casarse con él para poder conseguir el permiso de residencia permanente.
Y ella aceptó. Mi madre dice que le caía bien y que por eso se casó con él. Dice que el dinero no importaba.
Mi padre la cortejó durante todo un año después de casarse antes de que al final ella se enamorara lo suficiente como para acostarse con él. ¡Sí, has leído bien! Mi madre es tan sofisticada que tienes que casarte con ella y esperar un año antes de que te dé juego. Él se la llevó a África, a visitar su ciudad natal, y ella cuenta que fue allí donde se enamoró de él y decidió que era su marido de verdad y que construirían una vida juntos.
Antes de aquel viaje, mi madre creía que África estaba poblada por salvajes con lanzas que perseguían leones. Mi madre, una niña de piel oscura, creció en la zona más racista de Estados Unidos: el Sur profundo. Sobrevivió a las fuentes de agua potable «Solo para blancos» y a que el KKK llamara a su puerta buscando a un tío suyo. Hollywood, el mismo Hollywood en el que gente blanca con un bronceado luminoso interpretaba a reinas y faraones egipcios, nunca le explicó a mi madre que Cleopatra se parecía a ella, que Cleopatra tenía la piel oscura y un cuerpo redondeado. Pero cuando mi madre aterrizó en Senegal, vio un mar de gente negra parecida a ella. Un mar de personas que se parecían a su madre y a su padre, y a toda su familia. Y eran hermosos. Eran médicos y abogados y artistas, madres, hermanas, hermanos y padres. Y no eran salvajes. Ninguno de ellos eran gente indefensa robada y esclavizada para construir una nación que los mataría y los condenaría. África fue un espejo para mi madre. Era su hogar. Es fácil enamorarse de África. Es fácil enamorarse en África. Creo que mi madre se enamoró de África, no de Ibnou (o, al menos, esa es mi teoría). ¿Por qué, si no, iba a pasar por alto mi madre las dos señales luminosas de la maldición inminente que acompañaba su «matrimonio por el permiso de residencia permanente, pero también porque me importas como persona»?
Primera señal: mi madre y la madre de mi padre parecían gemelas. Lo digo de verdad. Todo el mundo en la familia de mi padre se parece a todo el mundo en la familia de mi madre. Incluso mi padre es idéntico al hermano de mi madre, y no por esa vaguedad del «todos se parecen». Y es que resulta que los ancestros de mi madre, que fueron robados de África y vendidos en el mercado negrero, procedían de Senegal. Un análisis sanguíneo confirmó que los antepasados de Alice son los antepasados de Ibnou. ¡Mi madre y mi СКАЧАТЬ