El fuego de la montaña. Eduardo de la Hera Buedo
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Название: El fuego de la montaña

Автор: Eduardo de la Hera Buedo

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Testigos

isbn: 9788428565011

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СКАЧАТЬ puede pensarse que había mucho del romanticismo y del espíritu de la época en estos afanes aventureros de Charles de Foucauld. Al fin y al cabo, el siglo XIX y los comienzos del XX fueron momentos estelares en los grandes descubrimientos geográficos, en las excavaciones arqueológicas, en las exploraciones de lugares remotos, en los hallazgos de tesoros escondidos...

      Y aquí tenemos, por vez primera, al joven e indómito Charles sometido de buen grado a la autoridad del explorador y conservador del Museo de Argel, MacCarthy, que le impuso una exigente disciplina, para llevar a cabo los proyectos que ilusionaban al ex-oficial del Ejército. En sus planes entraba, al menos inicialmente, explorar toda el África del Norte, Arabia Saudí y, tal vez, Jerusalén. No queriendo viajar como un turista despreocupado, su amigo, Gabriel Tourdes, le proporcionó los libros que necesitaba para las exploraciones. Foucauld se lo pidió por favor en una carta, el 18 de febrero de 1882, en la que también le informaba de sus planes[115].

      Al final, centró su expedición en el Marruecos profundo y menos conocido. Marruecos, entonces, era considerado como un país peligroso y un tanto enigmático. En él se adentró el arriesgado joven, Charles de Foucauld. Tenía veinticinco años. Partió de Argel el 30 de junio de 1883, y transcurrió un año medio perdido en el país de sus sueños.

      En agosto, Charles escribió una carta a su preocupada hermana, Marie de Foucauld (Madame de Blic). Le prometía que iba a cumplir su itinerario hasta el fin, porque «cuando uno se marcha diciendo que va a hacer una cosa, no hay que volverse atrás sin haberla hecho»[116]. La divisa de la familia Foucauld era precisamente esta: «Nunca hacia atrás».

      Cuando regresó de su expedición, transcurrido un año, le dijo a su amigo, el duque de Fitz-James: «La cosa ha sido dura, pero muy interesante, y he triunfado»[117].

      Ahora era el triunfo, el éxito en las empresas lo que verdaderamente le importaba. Se le comunicó, también, que recibiría la primera medalla de oro de la Sociedad de Geografía. Su amigo, el gran explorador Duveyrier, que acababa de publicar un libro sobre los tuaregs, le presentaba así: «No se sabe qué admirar más, si estos resultados tan bellos y útiles, o el fervor, valor y abnegación ascéticos, gracias a los cuales los ha obtenido»[118].

      Efectivamente, el joven Charles había llevado a cabo aquel viaje sin ayuda del gobierno, a costa suya. Disfrazado de judío, había convivido entre gentes que tenían prejuicios sobre los hebreos. Y todo, sin tienda y sin lecho. Más aún, casi sin equipaje. Foucauld había trabajado durante once meses, afrontando el riesgo de ser descubierto y de morir asesinado. Toda una arriesgada aventura.

      Con su medalla de oro, admirado internacionalmente, en este momento al vizconde de Foucauld se le abría un prometedor futuro. Y, sin embargo, todos estos triunfos no le ayudaban a progresar moralmente. Volvió a echarse en brazos de la vida fácil. Regresó un pasado que pensaba haber superado. De nuevo, esclavitudes, oscuridades e insatisfacciones. «Al volver de Marruecos, yo no valía más que unos años antes...»[119].

      1.4. En el umbral de la fe

      Algunos biógrafos, como Six, sitúan, al narrar la conversión de Foucauld, el umbral de su fe en julio de 1884[120].

      ¿Qué es lo que entonces ocurrió?

      Enseguida lo veremos; pero insistamos en que lo admirable de este hombre fue su constante y tozuda búsqueda. No se estancó en superficiales harturas. No se acomodó a lo fácil. Ni el dinero, ni la fama, ni la buena vida lo retuvieron, apresado, en sus redes. Él siguió siempre en pos de sensaciones nuevas, de horizontes anchos, de ideales a la medida del corazón humano.

      Habíamos dejado descansando a Foucauld, después de su viaje de explorador por tierras africanas...

      Permaneció quince días en Argel, y enseguida, el 17 de junio de 1884, le vamos a encontrar de nuevo en París, desde donde se retirará a Gironda, a un castillo que en Tuquet tiene, como residencia de verano, su tía, la señora Inés Moitessier.

      Allí, en la tranquilidad del campo, rodeado de las atenciones de su prima María, vizcondesa de Bondy, y después de una seria enfermedad, Charles de Foucauld empezó a recuperar la sabiduría de la bondad, el gusto por la soledad sonora, la serenidad de espíritu, el sentido del agradecimiento hacia aquellos que verdaderamente le amaban.

      Así se lo decía al ya citado responsable del museo de Argel, el 19 de junio: «He llegado esta mañana del campo (...) (esta es) una tierra encantadora, todo agua, todo verdor; es más de lo que necesito para encontrarme perfectamente feliz»[121].

      Soledad, en compañía de personas buenas: este fue el clima, la atmósfera espiritual que preparó la conversión del que, andando el tiempo, sería el «Hermano universal», el inspirador de los Pequeños Hermanos de Jesús. De este retiro y de la convalecencia de su enfermedad, salió un hombre más reflexivo, más maduro y equilibrado...

      ¿Un hombre nuevo? Todavía no. Pero Charles ya no era el joven alocado, ruidoso y despilfarrador de pocos años antes. Había empezado a saborear el silencio y el jugo de lo que es esencial en la vida.

      A finales de octubre (seguimos en 1884) Charles regresó a África: volvió a Argel. Seguía siendo un oficial en la reserva. Pensaba permanecer allí unos diez meses. Entre tanto, preparó sucesivos viajes y nuevas exploraciones.

      Una hija del comandante Titre le gustaba. Se trataba de una chica joven de 23 años, Marie-Margarite, que había dado el paso del protestantismo al catolicismo. Tal vez sin pensarlo mucho y queriendo organizar su vida, Charles le hizo proposiciones de matrimonio. La señorita Titre encontró en Foucauld un joven serio y seguro de sí mismo, reflexivo, cuidadoso en el vestir. Sin embargo aquella relación no llegó a prosperar. Los encuentros con la novia no eran lo bastante frecuentes como para poder hablar de un conocimiento, y María de Bondy desaconsejó a su primo seguir adelante con una relación que estimaba poco clara.

      Por la propia mademoiselle Titre sabemos que Charles de Foucauld, por entonces, sentía algo así como pena de no tener fe. A la chica le había dicho un día: «Cuando nos casemos, señorita, yo la dejaré completamente libre para hacer lo que quiera en cuestión de religión; en cuanto a mí, yo no la practicaré, porque no tengo fe»[122].

      A finales de 1884 Foucauld volvió a Francia. Asistió a la boda de su hermana María, que se casó con Raymond de Blic.

      En marzo de 1885 lo encontramos, de nuevo, en Argel, ocupado en redactar el informe de sus viajes anteriores. El intrépido explorador deseaba verlo todo impreso. Y, a poder ser, pronto. El 24 de abril, María de Bondy, en nombre de su primo, recogió el importante premio, concedido a Foucauld, del que ya hablamos: la medalla de oro de la Sociedad Francesa de Geografía.

      El resto de aquel año se le fue entre idas y venidas, de Francia a Argel. Recorrió el Sahara argelino y tunecino, porque deseaba establecer una comparación con el Sahara marroquí; visitó, en septiembre, el Mzab; en octubre llegó a Laghouat; en noviembre, con un destacamento militar, se dirigió a El Golea, un oasis que dista de Argel más de mil kilómetros. Allí instaló un palomar de palomas mensajeras. Había sido el primer francés en poner los pies en aquel lugar. La religiosidad musulmana le impresionaba vivamente, sobre todo la práctica de la hospitalidad, el sentido de Dios, la fidelidad a la oración.

      Actividad la de Foucauld, continuada, intensa, casi febril.

      A comienzos del año 1886 lo encontramos en Gabes, donde se embarcaba para Francia: «Pienso estar en París, el 15 o el 20 de enero, con el manuscrito preparado para la imprenta...»[123]. El 19 de febrero, después de visitar en Niza a su hermana, que había sido recientemente mamá, regresó СКАЧАТЬ