El fuego de la montaña. Eduardo de la Hera Buedo
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Название: El fuego de la montaña

Автор: Eduardo de la Hera Buedo

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Testigos

isbn: 9788428565011

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СКАЧАТЬ igual que a Pablo de Tarso, a Francisco de Asís y a otros muchos conversos en toda su fascinante grandeza. Y se le manifestó así, como lo que Cristo es: Camino, Verdad y Vida. Pero, también Cristo se le reveló, desposado con la virtud de los hombres libres: la pobreza.

      Charles lo único que hizo, después de su conversión, fue abrir de par en par las puertas a Cristo y permitirle entrar. ¡Entró y arrasó! ¡Transformó toda su vida! El cambio realizado en Foucauld fue extraordinario: él que había buscado ansiosamente los primeros puestos, las riquezas y el éxito, se situó, a partir de su conversión, entre los más últimos de entre los últimos. Es el puesto «privilegiado» que nadie ha sido capaz de arrebatar a Jesucristo. Así le había dicho e inculcado el sacerdote que más le ayudó en su «camino de perfección»: un profesor de historia, coadjutor de la iglesia Parísina de S. Agustín e ilustre conferenciante, llamado Henri Huvelin.

      En la actualidad 10 congregaciones religiosas y 9 asociaciones de vida cristiana se inspiran en la espiritualidad del P. de Foucauld. Pero, más allá y más acá de las familias religiosas que se inspiran en la espiritualidad de Foucauld, más allá del tiempo transcurrido, la estrella de este hombre sigue luciendo con luz propia. No deja indiferente a nadie: ni a creyentes ni a no creyentes, ni a jóvenes ni a mayores. Cualquier hombre o mujer, con talante inquieto y buscador, encontrará un amigo en el P. Charles de Foucauld.

      Que Foucauld sigue de actualidad, lo testifican la amplia bibliografía y los congresos en torno a su figura, pero sobre todo el atractivo que todavía ejercen su persona y su obra, muy especialmente entre los jóvenes[91].

      Él sigue siendo un profeta en medio del desierto. Su voz es una voz discreta, pero su vida constituye un aldabonazo. Es un golpe fuerte que puede despertar conciencias anestesiadas por el egoísmo, vidas amodorradas que, muy especialmente en esta época nuestra, duermen bajo el peso de una prolongada siesta espiritual.

      Su cercanía a los musulmanes pobres de Argelia abrió un nuevo camino hacia Dios, porque trató de ser un «hermano universal», un testigo del amor de Dios a todas las gentes. Bueno es recordar esto, cuando la Iglesia se esfuerza en mantener un diálogo cordial y constructivo con las grandes religiones del mundo.

      ¿En qué aspectos descuella todavía, después de un siglo, la personalidad de este hombre? ¿Dónde radica su genio? ¿En qué ámbitos de nuestro mundo puede, todavía, resonar su voz, sin que resulte extraña por anticuada?

      1. Antes de su conversión

      1.1. Un hogar accidentado

      Charles de Foucauld nació en Estrasburgo, la capital de la Alsacia francesa, cerca del Rhin, el 15 de septiembre de 1858.

      Mayor de dos hermanos (su hermana María nacería tres años después), vivió una infancia accidentada. Era hijo de familia aristocrática, con muchos medios económicos; pero pronto conoció la desgracia, al quedarse huérfano de padre y madre. Tenía tan sólo cinco años.

      Primero perdió a su madre, la señora Elisabeth de Foucauld. Murió de un mal parto en casa del abuelo del pequeño Charles y padre de Elisabeth, el rico coronel Morlet. Se había refugiado allí con sus dos hijos, al caer gravemente enfermo de tuberculosis su marido, un «inspector de aguas y bosques». No tardaría mucho en fallecer, también, el padre de Charles, Eduardo de Foucauld. Fue en París, tan sólo cinco meses después de su mujer, lejos del hogar y con la amargura en la boca a causa de la lejanía de los suyos.

      La tutela de los niños pasó al bondadoso abuelo, que rodeaba a sus nietos de cariño, pero también les consentía toda clase de caprichos. Sobre todo, a Charles, cuyo semblante y vivacidad le recordaba constantemente a su hija. De ello se aprovechaba el muchacho, que conseguía del abuelo todo lo que quería.

      A los diez años, Charles se matriculó en el liceo de Estrasburgo. Sus profesores lo describían como un alumno «inteligente y estudioso». La muerte de sus padres había dejado honda huella en él, por lo que también se mostraba replegado, introvertido, taciturno.

      Además del hogar del abuelo, Charles frecuentaba la casa de la hermana de su padre, la señora Inés Moitessier[92]. Sobre todo, en vacaciones. Su tía tenía una hermosa finca en Louye, cerca de Evreux, y allí Charles conversaba con su prima, María Moitessier, nueve años mayor que él...

      María Moitessier llegó a ser una mujer excepcional, muy cristiana, que supo estar siempre cerca de Charles, tanto en sus años de extravío como, posteriormente, en los de vida religiosa.

      Cuando estalló la guerra de 1870, Charles tenía doce años. El abuelo Morlet huyó, llevándose a sus nietos, primero a Rennes, y de allí, a Suiza. Luego vendría el desastre de Sedán, el sitio de París, la derrota, el hambre, la guerra civil. Dice Jean François Six que todos estos acontecimientos repercutieron profundamente en el ánimo del niño[93].

      Concluyó la guerra y el abuelo Morlet fijó su residencia en Nancy. Allí continuaría sus estudios el jovencito Charles. Y allí hizo su Primera Comunión, unida a la Confirmación, en abril de 1872. Fue aquel un día grande para toda la familia. Se sintió valorado y querido. Su prima llegó de París y el mejor regalo se lo hizo ella: un libro de Bossuet, Élévations sur les Mystères, por el que siempre Foucauld tendría gran aprecio. En 1897, desde Nazaret, todavía recordaba el acontecimiento y el libro: «Tu recuerdo de aquel día es el primer libro que yo leí antes de mi conversión, el que me hizo entrever que acaso la religión cristiana fuera la verdadera»[94].

      Con catorce años, Charles, que cursaba ya quinto, leía todo lo que caía en sus manos. Su cultura se iba ampliando; pero, tal vez por falta de orientación y acompañamiento, su fe también iba naufragando. El ambiente social, escéptico e irreligioso, nada le ayudaba. Por otra parte, le asaltaban toda clase de dudas, y así fue como terminó por caer en la increencia más absoluta. La fe de los suyos ya no le servía. Necesitaba «hombres sabios en cosas religiosas, capaces de dar razón de sus creencias», pero no los encontraba. «Nada me parecía suficientemente probado; la fe semejante por la que se rigen religiones tan diversas, me parecía la condenación de todas»[95].

      A uno de sus amigos más íntimos, el geógrafo y explorador Henri Duveyrier, le resumiría así, en una carta escrita en 1892, su situación religiosa: «Fui educado cristianamente, pero desde la edad de 15 o 16 años toda fe había desaparecido en mí. Las lecturas, de las que tenía avidez, habían hecho esta obra en mí; no me alineaba con ninguna doctrina filosófica. Al no encontrar ninguna suficientemente fundada, me quedé en la duda total, alejado especialmente de la fe católica, varios de cuyos dogmas, a mi entender, chocaban con la razón...»[96].

      En resumen, el joven Charles respetaba la fe de sus mayores, pero a él no le servía. Se lo decía, en 1901, a un amigo y confidente, el oficial Henry de Castries: «Henry, durante doce años he vivido sin fe alguna»[97].

      Así fue como Dios llegó a desaparecer totalmente del horizonte de su vida. El nombre de Dios nada decía ya al joven Charles de Foucauld.

      1.2. «Sólo piensa en divertirse»

      Con la fe cristiana (tal vez no por casualidad) otros valores se iban esfumando de la vida de Charles de Foucauld. ¿Para qué esforzarse? ¿De qué servía asumir sacrificios? Había que vivir al día. Y así, sus años jóvenes transcurrían entre juergas y placeres. Apareció el egoísmo. Aprendió a aprovecharse de todo y de todos. La diosa fortuna le trataba bien. Poseía dinero, salud y hasta un título, el de vizconde.

      Cuando Charles llegó a la edad redonda de los veinte años, decidió, al morir su abuelo (3 de febrero de 1878), emanciparse de los suyos. СКАЧАТЬ