El fuego de la montaña. Eduardo de la Hera Buedo
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Название: El fuego de la montaña

Автор: Eduardo de la Hera Buedo

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Testigos

isbn: 9788428565011

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СКАЧАТЬ su amante. Llegó a hacer pública, en una fiesta, su unión con la joven Mimí.

      Finalmente, cansados ya sus superiores de la indisciplina de Charles, le dieron oficialmente la orden de separarse de esta mujer; pero él protestó, diciendo que su vida privada nada tenía que ver con su servicio en el Ejército.

      En marzo de 1881 le llegó una notificación: «Queda usted apartado del servicio militar por indisciplina, acompañada de notoria mala conducta»[106]. Deseoso de libertad e independencia, abominando de la disciplina del Ejército, regresó a Francia, y se llevó con él a su querida Mimí. Se instalaron en la hermosa villa de Évian-les-Bains, en la orilla sur del lado de Ginebra. Un verdadero paraíso para turistas adinerados.

      ¿Huyó del Ejército por amor a Mimí? Todos sus biógrafos coinciden en que Charles, más que amor hacia aquella mujer, lo que buscaba eran ensoñaciones y huidas. La realidad se le hacía dura, y siempre estaba buscando vías de evasión, fugas hacia paraísos que sólo existían en su florida imaginación.

      1.3. Y también pensaba en la fama

      En mayo de 1881 tuvo lugar la insurrección de Bou Amama, en el sur de Orán. Informado del lance, al joven Foucauld le ardía por dentro el sentimiento de aventura. Por fin, ocurría algo excitante, más allá de lo ordinario y tedioso de la vida diaria. Sus antiguos compañeros luchaban con bravura. ¿Qué hacía él en Évian, lejos de toda responsabilidad?

      Sin pensarlo demasiado, abandonó a su muchacha, llegó a París, se dirigió al ministerio de la guerra y, decidido, solicitó ser readmitido de nuevo en el Ejército de Caballería. No le importaban las condiciones. Entraría, si era necesario, como soldado raso.

      El 3 de junio de 1881 fue la fecha en la que regresó al Ejército. Partió inmediatamente hacia Orán. De nuevo, la huida hacia adelante. Tal vez, el deseo de grandeza, la estima propia, la necesidad de rehabilitarse ante familiares y amigos. Y lo mismo que anteriormente se había entregado al disfrute y a los placeres de la vida, ahora se lanzaba a la conquista de la fama y del buen nombre. Dice Jean François Six que Foucauld se arrojó a la campaña del Orensado con la misma intensidad que anteriormente se había lanzado a los placeres. Con la misma embriaguez[107].

      Su amigo Laperrine, que le conocía bien, escribía: «En medio de los peligros y privaciones de las columnas expedicionarias, este erudito jaranero se revela un soldado y un jefe. Soportando alegremente las más duras pruebas, exponiendo constantemente su persona, preocupándose con abnegación de sus hombres, era la admiración (...) del regimiento y de los veteranos»[108].

      Foucauld soportaba con alegría hambre y sed; atendía bien a sus jinetes, cuya suerte sólo pensaba en mejorar; compartía lo que tenía (poco o mucho) con ellos. «Con el agua racionada, él les cedía su parte. Daba siempre ejemplo de entrega, de valor, de inteligencia y de energía»[109]. ¿Era verdaderamente Foucauld aquel generoso y encendido soldado? ¿Era el mismo a quien sus superiores habían reprendido tantas veces?

      El 2 de octubre de 1881 escribía, de nuevo, a su amigo Gabriel Tourdes. Leyendo esta carta, fácil es adivinar dónde tenía puesto su corazón el joven Charles: «Me han vuelto a destinar justamente a África como había solicitado, mas no precisamente en el regimiento que yo quería (...); pero, en fin, no he perdido gran cosa viniendo aquí, pues desde hace tres meses y medio que estoy en el 4º de Cazadores de África, no he dormido dos noches bajo techado (...) Es muy divertido: la vida de campamento me gusta tanto como me disgusta la de cuartel...»[110].

      La expedición que el ejército llevó a cabo en Orán, duró diez meses. Después, el soldado Foucauld fue destinado a Màscara, siempre en el Orensado. Es el mismo Laperrine quien señala que, por entonces, comenzaban ya a cautivarle los árabes, su vida y sus costumbres. Hasta el punto que empezó a estudiar su lengua. África se le abría como un continente fascinante, digno de ser explorado...

      ¿Qué le quedaba a Foucauld del pasado libertino y frívolo? Apenas nada. Un cierto snobismo y una pulcra edición del más famoso de los poetas cómicos de Atenas: Aristófanes. ¿Y Dios? Dios cada vez estaba más cerca del inquieto Foucauld. Él, entonces, no lo sabía. Seguía sin fe. Pero la gracia, el don de Dios, le asediaba por todas partes. Será precisamente en África, en el silencio de sus desiertos y rodeado de la profunda religiosidad de sus gentes, donde Charles, poco a poco, irá tomando en serio la pregunta por Dios, y donde Dios le esperará para adentrarse suavemente en su corazón y transformarlo en criatura nueva.

      1882 fue el año en que se desveló totalmente el Foucauld aventurero. Fue aquel año cuando se planteó explorar desiertos y montañas, tribus y poblados africanos. También aquí se manifestaba en él un deseo de grandeza, tal vez de fama; pero, ante todo, el ansia de ir cada vez más lejos, la profunda insatisfacción que experimentaba en su vida.

      En una larga carta que escribirá, diez años más tarde (21 de febrero de1892), al ya citado Henri Duveyrier, amigo suyo (geógrafo y explorador), le explicaba por qué había decidido entrar en la vida religiosa, y le decía: «Entre 1881 al 1882 pasé siete u ocho meses bajo la lona en el Sahara oranés, lo cual me dejó un gusto muy vivo por los viajes, cuyo atractivo yo siempre había sentido...»[111].

      Así, pues, Foucauld no podía permanecer mucho más tiempo en Màscara, donde la vida se le hacía pequeña y el horizonte se le estrechaba cada vez más. Pidió permiso para hacer un «viaje al Oriente»; pero le fue denegada la solicitud. Entonces, allí mismo, en Màscara, formuló un drástico propósito: decidió darse de baja en el Ejército (28-I-1882). Era como arrojarse al vacío sin paracaídas. El 10 de marzo le aceptaron la dimisión.

      El 18 de febrero explicaba a Gabriel Tourdes por qué se iba de la milicia: «Detesto la vida de cuartel, encuentro que es un oficio que atonta, sobre todo en tiempo de paz, que es el estado habitual (...). Por eso estaba ya resuelto, desde mucho tiempo antes, a dejar cualquier día la carrera militar (...) Prefiero aprovechar mi juventud viajando; de este modo, al menos, me instruiré y no perderé el tiempo»[112].

      ¿Adónde se dirigirá ahora Charles de Foucauld? Inicialmente, a la ciudad de Argel. Pensaba que, sin estudiar el árabe, no podía ir muy lejos. Y, durante un año y medio, se entregó al conocimiento de este idioma y a preparar su viaje expedicionario y aventurero. A la vez entró en contacto con aquellos que le podían informar de lo que se necesitaba, para llevar a cabo un proyecto de exploración.

      Entre tanto, su familia no entendía nada. Y la señora Moitessier, su tía, mucho menos. ¿Qué sentido encontrarle a este nuevo abandono del Ejército? Así que, siempre pensando en el regreso del sobrino pródigo y en corregir sus excesos, la señora Moitessier le impuso, por despilfarrador, un consejo judicial, que aceptó llevar adelante su primo, M. de Latouche. Sus parientes no entendían que aquel cabeza loca estuviera dilapidando la cuantiosa fortuna que le había dejado su buen abuelo.»En menos de cuatro años había derrochado más de ciento diez mil francos-oro de su patrimonio»[113].

      Después de una entrevista con Foucauld en el viejo hogar de Nancy, M. de Latouche consiguió, al menos, que el derrochador, el hijo pródigo, se pusiera a trabajar, llevando una vida de estudiante pobre, «no gastando mensualmente más de trescientos cincuenta francos y pagándose de esta suma sus lecciones de árabe»[114].

      ¿Cómo acogió Foucauld lo del «consejo judicial»? Evidentemente, no con agrado; pero tampoco, con soberbia ni rebeldía insensata. Comprendía hasta cierto punto el que su familia estuviera disgustada y no entendiera sus decisiones. Al fin y al cabo, todo se lo debía a ellos. ¿Con qué derecho podía reprocharles algo? Viajó al entrañable hogar de Nancy, y allí dialogó con los suyos. Lo hizo con humildad. Les aseguró que, en adelante, no les defraudaría. Sabrían de lo que era capaz el «nuevo Charles», al orientar todas СКАЧАТЬ