Название: El fuego de la montaña
Автор: Eduardo de la Hera Buedo
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Testigos
isbn: 9788428565011
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¿Qué respuesta le dio el P. Huvelin?
Hombre prudente, le aconsejó esperar. Entre tanto Foucauld seguía con sus estudios de teología; pero también se acercaba más y más a los pobres. Le impresionaba aquella miseria de las gentes de Akbès. Curiosamente, Marx publicó aquel mismo año de 1894 el libro tercero de El Capital.
En 1895 se produjeron las horribles matanzas de armenios, no lejos de donde vivía el hermano María-Alberico, que así era conocido Charles de Foucauld en la Trapa de Akbès. De todo ello levantó acta el incómodo trapense en sucesivas cartas.
El 16 de enero de 1896 escribía al P. Huvelin: «No es por mí por lo que le escribo hoy. Usted conoce sin duda los horrores que han ocurrido en estas comarcas; en nuestro convento gozamos de una profunda calma, y yo estoy tan en paz como si no existiese la tierra. Pero en este tiempo ha habido a poca distancia, en Armenia, terribles matanzas: se habla de 60.000 muertos..., y entre los supervivientes, en las ruinas de sus pueblos quemados, despojados de todo, una miseria, un hambre, un sufrimiento espantosos...»[146].
Suplicaba, a continuación, al P. Huvelin para que, «si conoce alguna persona que pueda y quiera socorrer tanta desgracia, oriente hacia ese lado su caridad»[147].
Aquel mismo año, el 2 de febrero, el hermano María-Alberico renovó sus votos, pero seguía pensando en abandonar la Trapa. Estaba convencido de que Dios le pedía algo más fuerte y exigente. El P. Huvelin le invitó a tener paciencia, a exponerlo y discernirlo con sus superiores trapenses: «Dígales sencillamente lo que piensa, hábleles a un tiempo de su estima profunda por la vida que usted ve a su alrededor y del movimiento invencible que, desde hace tiempo, haga usted lo que haga, le lleva hacia otro ideal...»[148].
Por entonces comenzó a escribir sus meditaciones sobre el Evangelio. Seleccionaba pasajes relativos a la oración y la fe. René Bazin colocó acertadamente estas reflexiones al principio de sus Escritos espirituales[149]. Son los primeros escritos suyos de estas características que se conservan. Se había deshecho de otros muchos, redactados durante su estancia en la Trapa.
Comentando la oración de Jesús en la cruz, tal y como la recoge S. Lucas en 23,46, redactó la conocida Oración de abandono: «Padre mío, me pongo en vuestras manos; Padre mío, me confío a vos; Padre mío me abandono a vos; Padre mío, haced de mí lo que os plazca; sea lo que sea, lo que hagáis de mí, os lo agradezco; gracias por todo; estoy dispuesto a todo; lo acepto todo; os doy gracias por todo, con tal que vuestra voluntad se haga en mí, Dios mío; con tal que vuestra voluntad se haga en todas vuestras criaturas, en todos vuestros hijos, en todos aquellos a los que ama vuestro corazón, no deseo nada más Dios mío; pongo mi alma en vuestras manos; os la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque os amo, y para mí es una necesidad de amor el darme, ponerme en vuestras manos sin medida; yo me pongo en vuestras manos con infinita confianza, porque vos sois mi Padre»[150].
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