Название: El fuego de la montaña
Автор: Eduardo de la Hera Buedo
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Testigos
isbn: 9788428565011
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Se instaló en su apartamento a lo árabe. Vestía como ellos, una chilaba, y dormía en el suelo, sobre una alfombra.
Así lo encontró la visita agraciada del buen Dios. Porque fue exactamente allí: cerca de la iglesia del también converso san Agustín. Allí, a finales de octubre de 1886, donde le esperaba, con los brazos abiertos, el buen Jesús, para regalarle la auténtica alegría de la fe: aquel tesoro, hasta entonces escondido para él y que ya nadie en el futuro le arrebataría. Charles tenía en este momento 28 años. Casi toda una vida por delante.
Pero, ¿qué ocurre realmente, en la vida de Foucauld, entre febrero y noviembre de 1886?
2. La conversión definitiva
El P. Henri Huvelin (1838-1910), director espiritual de Charles de Foucauld durante casi 25 años, en una de sus conferencias, decía, hablando de la conversión cristiana: «No se llega nunca a conocer plenamente la historia de una conversión, ni aun de la propia. Se ve bien todo lo que la ha preparado, pero nada más. La acción de nuestro Señor es en extremo variable. Se verá el hastío; pero el hastío prepara, no une (...) El mero dolor no trae consigo la conversión. Es menester el trabajo de la gracia (...) En toda conversión hay algo divino, imposible de explicar»[125].
En el caso de Foucauld, tampoco es tarea fácil investigar el momento preciso del toque final o definitivo de la gracia. Hay una preparación próxima. Y otra, remota.
Algo hemos dicho de la preparación remota: o sea, de aquellas personas (familia y, sobre todo, su prima María) y de aquellas circunstancias (encuentros en sus viajes por África con hombres y mujeres musulmanes, profundamente creyentes) que fueron preparando el terreno, para que la semilla de la fe echara sus raíces.
Me referiré ahora al desencadenante más próximo de su conversión.
2.1. «Dios mío, si existes...»
Hay una oración, mil veces repetida por el entonces espiritualmente inquieto Charles: «Dios mío, si existes, haz que yo te conozca». Entra y sale, repetidas veces, de las iglesias de su entorno Parísino. Siempre, la misma oración y siempre el silencio por respuesta. Hasta que un buen día se dirige a un sacerdote que había conocido en casa de su tía, el ya mencionado P. Henri Huvelin. Este sacerdote –Charles lo reconocería siempre– fue una importante mediación en su conversión.
Aquel día Foucauld, en el silencio y recogimiento de la Parísina iglesia de san Agustín, se dirigió al confesionario del P. Huvelin:
—No vengo a confesarme, padre. Creo que no tengo fe.
—¿Qué desea, entonces?
—Sólo le pido su bendición y que me facilite una buena instrucción religiosa. Deseo conocer los contenidos de la fe en Jesucristo...
—¿Sólo esto le ha empujado a venir hasta aquí?
—No sé, padre; supongo que también otras cosas. Hace años que llevo dando vueltas a lo mismo: una fe, que llevan en el corazón tantas y tantas personas inteligentes y buenas que conozco, no puede ser una ilusión.
—La fe no es una ilusión; es una experiencia. Pero creo que usted ya la tiene. Pascal dice aquello de «tú no me buscarías a mí, si no me hubieses encontrado ya».
El P. Huvelin y Charles de Foucauld hablaron largo rato. No sabemos todo lo que se intercambiaron. Pero sí sabemos que, al final del diálogo, el confesor invitó a ponerse de rodillas al «penitente», le impartió la absolución sacramental, y le envió, sin más, a comulgar...
Dice Marie-André, en Convertis du XXème siècle: «puesto que él deseaba creer, este hombre de buena voluntad obedece y se humilla. La respuesta divina no se hace esperar. Con la paz, la luz lo inunda. El P. Huvelin le envía enseguida a recibir la Eucaristía (...) Un nuevo Foucauld había nacido»[126].
El P. Huvelin «tuvo la amabilidad de responder a mis preguntas, la paciencia de atenderme cuantas veces quise. Me convencí de la verdad de la religión católica...»[127].
Charles de Foucauld diría muchas veces que él estaba seguro de que su vocación a la vida religiosa surgió en su interior casi a la vez que su conversión. No era hombre de medias tintas, y, aunque su familia y el mismo P. Huvelin le empujaban al matrimonio, él comenzó a hacer planes para entrar en un convento. Pero lo prudente, según le dijeron los que le querían bien, era dar tiempo al tiempo, esperar haciendo...
Otro de los caminos recorridos por Foucauld y que desembocó, gracias a la Gracia, en la fe cristiana, fue el de sus lecturas. Ya conocemos la afición de Charles a los clásicos griegos y latinos. Pero ahora lo que buscaba (y necesitaba) era instrucción católica. Conocía a filósofos y escritores que, lejos de convencerle, habían contribuido a que perdiera todo rastro de fe. Ahora leía atentamente el libro de Bossuet, titulado Elevaciones sobre los misterios, que, según podemos recordar, le había regalado su prima, el día de su ya lejana Primera Comunión: «Por azar leí algunas páginas de un libro de Bossuet, donde encontré mucho más de lo que había hallado en mis moralistas antiguos (...) Proseguí la lectura de este libro y poco a poco llegué a decirme que la fe de una mente tan grande, la que yo veía cada día muy cerca de mí, en tan hermosas inteligencias, en mi familia misma, quizá no era tan incompatible con el sentido común como me había parecido hasta entonces»[128].
Sin embargo, Bossuet sólo le ayudó en parte. Estaba de acuerdo con Bossuet en el alto valor moral del cristianismo. Pero la cuestión de fondo –¿Cristo es Dios?– todavía no la tenía del todo resuelta. Se preguntaba si, tal vez, llegaría algún día a resolverla...
Le ayudaban mucho los encuentros con el P. Huvelin, que comenzaban a ser frecuentes a partir de aquel día en que, de rodillas, recibió la absolución en el confesionario de la iglesia de san Agustín y comenzó a comulgar, empujado por la fe[129]. Pero la más profunda formación cristiana llegaría más tarde, cuando, animado por el P. Huvelin, decidió entrar en la vida religiosa.
También en la conversión de Foucauld aparece el fulgor de la llamada y la sencillez de la respuesta, como se cuenta de otros conversos, por ejemplo, de Paul Claudel, en que venos un marco exterior de lujo (una catedral, Notre-Dame) y una fuerte iluminación interior, que señala un cambio brusco de vida[130].
2.2. «¿Qué debo hacer?»
La reflexión que se hace Charles, en el transcurso de su conversión, es la siguiente: Si Dios existe, Él debe llenar de sentido toda mi vida, Él debe mostrarme cuál es su voluntad, y yo debo entregarme sin reservas a Él. «Tan pronto como creí que había Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir para Él»[131].
¿Dónde? ¿En el mundo o retirado del mundo?
La radicalidad cristiana le empujaba a lo que consideraba un estado de vida más perfecto. Quería ser religioso, no vivir más que para Dios: «Comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir para Él». «Mi vocación religiosa data del mismo momento que mi fe (...) ¡Hay tanta diferencia entre Dios y todo lo que no es Él...!»[132].
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