Название: Los planes de Dios para su vida
Автор: J. I. Packer
Издательство: Bookwire
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9781646911141
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Le damos gloria a Dios. Esto lo hacemos mediante todas nuestras respuestas a su revelación de gracia:
1. Mediante alabanza y adoración: “Quien me ofrece su gratitud, me honra” (Salmo 50.23); “Tributen al SEÑOR la gloria que merece su nombre” (Salmo 96.8); “Glorifiquen a Dios por su compasión” (Romanos 15.9).
2. Mediante fe en su palabra. “La suma de tus palabras es la verdad” (Salmo 119.160); “Tus promesas son fieles” (2 Samuel 7.28).
3. Mediante confianza en sus promesas (así es como Abraham le dio gloria a Dios, Romanos 4.20 y sig.).
4. Mediante la confesión de Cristo como Señor, “para gloria de Dios Padre” (Filipenses 1.11).
5. Mediante la obediencia a la ley de Dios. “El fruto de justicia” es “para gloria y alabanza de Dios” (Filipenses 1.11).
6. Mediante el sometimiento a la justa condena de nuestros pecados (así le dio Acán gloria a Dios, Josué 7.19 y sig.).
7. Mediante su engrandecimiento (lo cual significa nuestro empequeñecimiento) en nuestra vida diaria.
Ahora podemos ver el significado de la declaración que dice que el fin principal de Dios es su gloria. Esto significa que su propósito firme es exhibir a sus criaturas racionales la gloria de su sabiduría, poder, verdad, justicia y amor de modo que ellos lo puedan conocer, y conociéndolo, le den gloria por toda la eternidad mediante su amor y lealtad, alabanza y adoración, confianza y obediencia. La clase de comunión que Él tiene la intención de crear entre nosotros y Él es una relación en la cual nos da sus mayores riquezas, y nosotros le damos nuestras más sinceras gracias: ambas en su más alto nivel. Cuando Él declara que es un Dios “celoso” y proclama: “No entrego a otros mi gloria” (Isaías 42.8; 48.11), su preocupación es salvaguardar la pureza y riqueza de esta relación. Tal es la meta de Dios.
Todas las obras de Dios son un medio para esta finalidad. La única respuesta que la Biblia le da a la pregunta que comienza: “¿Por qué Dios...?” es: “Para su gloria”. Es para esto que Dios decretó la creación y para esto que decidió permitir el pecado. Él podría haber prevenido la transgresión del hombre. Él podría haber excluido a Satanás del jardín o confirmado a Adán de manera que fuera incapaz de pecar (como lo hará con los redimidos en el cielo). Pero no lo hizo. ¿Por qué? Por su gloria. Se dice a menudo que nada es tan glorioso en Dios como su amor redentor: la misericordia que recupera a los transgresores por medio de la sangre derramada del propio Hijo de Dios. Sin embargo, no habría ninguna revelación de su amor redentor si no se hubiera permitido desde un principio el pecado.
De nuevo, ¿por qué eligió Dios redimirnos? No tenía por qué hacerlo. Él no estaba obligado a tomar ninguna acción para salvarnos. Su amor por los pecadores, su resolución de dar a su Hijo por ellos, fue una elección libre que no tenía la obligación de hacer. ¿Por qué eligió amar y redimir al que nadie ama? La Biblia nos dice: “Para alabanza de su gloriosa gracia... para alabanza de su gloria” (Efesios 1.6, 12, 14).
En el plan de salvación vemos el mismo propósito determinando punto tras punto. Él elige a algunos para que vivan; a otros los deja bajo sentencia merecida, “queriendo mostrar su ira y dar a conocer su poder... para dar a conocer sus gloriosas riquezas a los que eran objeto de su misericordia...” (Romanos 9.22 y sig.). Él escoge la gran mayoría de su iglesia de entre la gentuza del mundo: personas que son lo “insensato... débil... más bajo... despreciado”. ¿Por qué? “A fin de que en su presencia nadie pueda jactarse... para que, como está escrito: ‘Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe en el Señor’” (1 Corintios 1.29-31). ¿Por qué no extirpa Dios el pecado que habita en sus santos en el primer instante de su vida cristiana, como lo hace en el momento en que morimos? ¿Por qué, en cambio, lleva adelante la santificación de ellos con una lentitud dolorosa de modo que se pasan toda la vida atormentados por el pecado y nunca alcanzan la perfección que tanto desean? ¿Por qué es su costumbre darles una travesía difícil a través de este mundo?
Una vez más, la respuesta es que Él hace todo esto para su gloria, para exponer en nosotros nuestra propia debilidad e impotencia de modo que podamos aprender a depender de su gracia y los recursos ilimitados de su poder redentor. “Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro”, escribió Pablo, “para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros” (2 Corintios 4.7). De una buena vez quitemos de nuestra mente la idea de que las cosas son como son porque Dios no lo puede evitar. Dios “hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad” (Efesios 1.11), y todas las cosas son lo que son porque Dios así lo ha determinado, y la razón para su elección es siempre su gloria.
EL HOMBRE PIADOSO
Definamos ahora lo que es la piedad. De entrada podemos decir que no se trata simplemente de un asunto de apariencias sino que es un asunto del corazón; y no es el crecimiento natural, sino un don sobrenatural; y se encuentra únicamente en aquellos que han admitido su pecado, que han buscado y encontrado a Cristo, que han vuelto a nacer, que se han arrepentido. Sin embargo esto no hace más que circunscribir y ubicar a la piedad. Nuestra pregunta es: ¿Qué es en esencia la piedad? Aquí está la respuesta: Es la calidad de vida que existe en todos aquellos que buscan glorificar a Dios.
La persona piadosa no pone objeciones al pensamiento de que la más alta vocación que podemos tener es la de ser un medio para la gloria de Dios. Más bien, Él o ella descubren que eso mismo es una fuente de gran satisfacción y contento. Su ambición es obedecer la magnífica fórmula en la cual resumió Pablo la práctica del cristianismo: “glorificad pues, a Dios en vuestro cuerpo... ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 6.20 RVR60; 10.31). El deseo más ferviente de los piadosos es exaltar a Dios con todo lo que son, en todo lo que hacen. Ellos siguen los pasos de Jesús su Señor, quien le afirmó a su Padre al final de su vida aquí: “Yo te he glorificado en la tierra” (Juan 17.4), y quien les dijo a los judíos: “Tan sólo honro a mi Padre... Yo no busco mi propia gloria” (Juan 8.49 y sig.). Ellos se consideran a sí mismos en la misma forma en que lo hizo George Whitefield el evangelista, quien afirmó: “Que perezca el nombre de Whitefield, siempre y cuando Dios sea glorificado”.
Como Dios mismo, los piadosos son extremadamente celosos de que Dios, y solamente Dios, sea honrado. Estos celos son una parte de la imagen de Dios en la cual han sido renovados. Existe ahora una doxología escrita en sus corazones, y nunca son más verdaderamente ellos mismos que cuando están alabando a Dios por las cosas gloriosas que Dios ya ha hecho y suplicándole que se glorifique aún más. Podemos decir que Dios, si no los hombres, los conocen por sus oraciones. “Lo que un hombre es cuando está a solas de rodillas delante de Dios”, dice Robert Murray M’Cheney, “eso es, y nada más”.
Sin embargo, en este caso deberíamos decir: “y nada menos”. Porque la oración en secreto es el verdadero motivo de la vida de la persona piadosa. Cuando hablamos de oración, no nos referimos a las formalidades correctas y formales, estereotipadas, engreídas, que muchas veces aparentan ser lo verdadero. Los piadosos СКАЧАТЬ