Название: Los planes de Dios para su vida
Автор: J. I. Packer
Издательство: Bookwire
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9781646911141
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El caso de Job ilustra lo anterior. A Job nunca se le dijo nada sobre el desafío que encontró Dios al permitir a Satanás que plagara a su siervo. Todo lo que Job sabía era que el Dios omnipotente era moralmente perfecto y que sería una falsa blasfemia negar su bondad bajo cualquier circunstancia. Se negó a “maldecir a Dios” aun cuando le habían quitado su trabajo, sus hijos, y su salud (Job 2.910). Fundamentalmente, Él mantuvo esta negativa hasta el final, a pesar de que casi se vuelve loco con las perogrulladas bien intencionadas que sus petulantes amigos le repetían hasta el cansancio, las cuales extrajeron a veces de él palabras absurdas acerca de Dios (por las cuales se arrepintió más tarde). Aunque con mucho esfuerzo, Job se aferró a su integridad a lo largo del período de prueba y mantuvo su confianza en la bondad de Dios.
La confianza de Job fue reivindicada. Porque cuando se terminó el período de prueba, después que Dios se había acercado a Job en misericordia para renovar su humildad (40.1-5; 42.1-6) y Job había orado obedientemente por su tres amigos enloquecedores, “el SEÑOR lo hizo prosperar de nuevo y le dio dos veces más de lo que antes tenía” (42.10). “Ustedes han oído hablar de la perseverancia de Job”, escribe Santiago, “y han visto lo que al final le dio el Señor. Es que el Señor es muy compasivo y misericordioso” (Santiago 5.11). ¿Es que acaso toda esa serie apabullante de catástrofes que le sobrevinieron a Job significaba que Dios había abdicado su trono y abandonado a su siervo? Para nada, como Job comprobó por experiencia. Sin embargo, la razón por la cual Dios lo sumergió en la oscuridad no le fue nunca revelada. Entonces, ¿no puede acaso Dios, debido a sus propios fines sabios, tratar a sus demás seguidores en la forma en que trató a Job?
Pero hay más para añadir a todo esto. Existe una segunda pregunta que debemos hacer.
¿Nos ha dejado Dios sumidos en la ignorancia de lo que está haciendo en el gobierno providencial de este mundo? ¡No! Nos ha dado una completa información sobre el propósito central de lo que está llevando a cabo y una lógica positiva para explicar las duras experiencias de los cristianos.
¿Qué está haciendo Dios? Él está llevando “a muchos hijos a la gloria” (Hebreos 2.10). Está salvando una gran compañía de pecadores. Él se ha dedicado a esta tarea desde el comienzo de la historia. Pasó muchos siglos preparando a un pueblo y un escenario de la historia del mundo para la venida de su Hijo. Luego envió a su Hijo al mundo para que pudiera existir un evangelio, y ahora Él envía su evangelio por todo el mundo para que pueda existir una iglesia. Él ha exaltado a su Hijo al trono del universo, y Cristo desde su trono invita ahora a los pecadores, los cuida, los guía, y por último los trae para que estén con Él en su gloria.
Dios salva a hombres y mujeres por medio de su Hijo. Primero, no bien creen, los justifica y adopta en su familia por el bien de Cristo, y así restaura su relación con ellos que el pecado había quebrantado. Luego, dentro de esa relación restaurada, Dios obra continuamente en y sobre ellos para renovarlos en la imagen de Cristo, de manera que el parecido de familia (si se puede decir así) asome cada vez más en ellos. Es esta renovación de nosotros mismos, paulatina aquí y perfeccionada en el más allá, la que Pablo identifica como el “bien”: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito” (Romanos 8.28). El propósito de Dios, como explica Pablo, es que aquellos a quienes Dios ha elegido y llamado en amor puedan “ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8.28-29). Pablo nos dice que Dios ordena todas las circunstancias para el cumplimiento de este propósito. El “bien” para el cual obran todas las cosas no es el alivio inmediato y el confort de los hijos de Dios (como lo suponemos demasiado a menudo, me temo), sino su máxima santidad y conformidad a la semejanza de Cristo.
¿Nos ayuda esto a entender cómo es posible que las circunstancias adversas hallen un lugar en el plan de Dios para su pueblo? ¡Por cierto! Inunda de luz el problema, como lo demuestra el autor de Hebreos. A los cristianos que estaban cada vez más descorazonados y apáticos bajo la presión de los constantes inconvenientes y victimizaciones, les escribe: “Y ya han olvidado por completo las palabras de aliento que como a hijos se les dirige: ‘Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor ni te desanimes cuando te reprenda, porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo.’ Lo que soportan es para su disciplina, pues Dios los está tratando como a hijos. ¿Qué hijo hay a quien el padre no disciplina?... Después de todo, aunque nuestros padres humanos nos disciplinaban, los respetábamos. ¿No hemos de someternos, con mayor razón, al Padre de los espíritus, para que vivamos?... Dios lo hace para nuestro bien, a fin de que participemos de su santidad. Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella” (Hebreos 12.5-11, citando el Proverbio 3.11-12, énfasis añadido).
Es sorprendente ver cómo este escritor, al igual que Pablo, equipara el “bien” del cristiano, no con la comodidad y la tranquilidad, sino con la santificación. El pasaje es tan claro que no necesita comentario alguno, sólo una frecuente lectura cada vez que nos resulte difícil creer que el duro trato de las circunstancias (o de nuestros hermanos cristianos) pueda ser la voluntad de Dios.
EL PROPÓSITO DE TODO ELLO
Sin embargo, tenemos más cosas que decir. Una tercera pregunta que nos deberíamos hacer es: ¿Cuál es el propósito esencial de Dios en el trato con sus hijos? ¿Es sencillamente su felicidad, o es algo más que eso? La Biblia indica que es la gloria de Dios.
La intención de Dios en todos sus actos es de última Él mismo. No hay nada moralmente dudoso acerca de esto. Si decimos que el hombre no puede tener propósito más alto que la gloria de Dios, ¿cómo podremos decir algo diferente sobre Dios mismo? La idea de que es en cierta forma indigno representar a Dios como apuntando a su propia gloria en todo lo que hace refleja que no recordamos que Dios y el hombre no se encuentran a un mismo nivel. Demuestra la falta de conciencia de que mientras que el hombre pecador tiene como su máximo propósito su propio bienestar a expensas de sus congéneres, nuestro Dios ha determinado glorificarse por medio de la bendición de su pueblo. Se nos dice que la razón por la cual Dios redime al hombre es “para alabanza de su gloriosa gracia” (Efesios 1.6, 12, 14). Él desea exhibir sus recursos de misericordia (las “riquezas” de su gracia y de su gloria, siendo “gloria” la suma de sus atributos y poderes según los revela: Efesios 2.17; 3.16) haciendo que sus santos experimenten su máxima felicidad cuando se regocijan en Dios mismo.
Sin embargo, ¿cómo afecta esta verdad de que Dios busca su propia gloria en su trato con nosotros al problema de la providencia? De la siguiente forma: Nos da una idea de cómo Dios nos salva, sugiriéndonos la razón por la cual Él no nos lleva al cielo en el instante mismo en que creemos. Ahora vemos que nos deja en un mundo de pecado para que seamos probados, examinados, fustigados por problemas que amenazan aplastarnos, con el fin de que podamos glorificarlo por medio de nuestra paciencia bajo el sufrimiento y para que Él pueda desplegar las riquezas de su gracia y convocar nuevas alabanzas de nuestra boca al sostenernos y liberarnos una y otra vez. El Salmo 197 es una declaración majestuosa de esta verdad.
¿Acaso les suena como algo muy severo? No a aquellos que han aprendido que su propósito principal en este mundo es “glorificar a Dios y [al hacerlo] disfrutarlo para siempre”. El corazón de la verdadera religión es glorificar a Dios mediante una paciente entereza y alabarlo por su liberación llena de gracia. Es vivir la vida atravesando sitios llanos y escarpados por igual sin dejar de obedecer ni dar gracias por la misericordia recibida. Es buscar y encontrar el gozo más profundo, no con indolencia espiritual, sino descubriendo, a medida que atravesamos las sucesivas tormentas y conflictos, que Cristo es más que suficiente para salvarnos. Es el conocimiento cierto de que los caminos de Dios son los mejores, tanto para nuestro СКАЧАТЬ