Название: Los planes de Dios para su vida
Автор: J. I. Packer
Издательство: Bookwire
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9781646911141
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La visión de Dios como Rey, ya sea percibida visualmente o sólo con los ojos de la mente, se repite con frecuencia en la Biblia. Salmo tras salmo proclama que Dios reina. Juan vio “un trono en el cielo, y a alguien sentado en el trono” (Apocalipsis 4.2). Y 1 Reyes 22 nos relata acerca de Micaías, el fiel profeta a quien Acab había puesto prisionero porque lo había amenazado con el juicio de Dios. Ante el pedido de Josafat, traen a Micaías de la prisión para que responda la pregunta que presentaban ambos reyes en conjunto: ¿Debería Acab, con la ayuda de Josafat, tratar de volver a capturar Ramot de Galaad de manos de los sirios?
El escenario al cual entra Micaías era impresionante: “El rey de Israel, y Josafat, rey de Judá, vestidos con su ropaje real y sentados en sus respectivos tronos... con todos los que profetizaban [alrededor de 400] en presencia de ellos” (versículo 10). Era una gran ocasión oficial. Sin duda, una multitud de admiradores se encontraría de pie a su alrededor, observando todo lo que ocurría. Sin embargo, Micaías no se sintió intimidado. Primero se burló de Acab por medio de la imitación de los profetas de la corte (versículo 15), y luego le dijo lo que realmente era cierto, que si él iba a Ramot de Galaad, moriría. El secreto de la audacia de Micaías está en el versículo 19, donde declara: “Vi al SEÑOR sentado en su trono”. Por lo tanto, Micaías no se dejó acobardar cuando vio a Acab y Josafat en sus tronos a la entrada de Samaria. ¡La visión de Dios en el trono del cielo puso bien en claro quién estaba a cargo!
Esta comprensión de la providencia soberana de Dios (porque eso es lo que realmente es) es enormemente fortalecedora. Fortaleció a Micaías; fortaleció a Juan; sin duda fortaleció también a Isaías. El saber que nada ocurre en el mundo de Dios aparte de la voluntad de Dios puede atemorizar a los impíos, pero estabiliza a los santos. Les asegura que Dios tiene ya todo resuelto y que todo lo que ocurre tiene un significado, podamos o no verlo en ese momento.
En el primer sermón evangelizador cristiano, el cual fue predicado la mañana de Pentecostés, Pedro razonó sobre la cruz de esta manera: “Éste [Jesús] fue entregado según el determinado propósito y el previo conocimiento de Dios; y por medio de gente malvada, ustedes lo mataron...” (Hechos 2.23, énfasis añadido). Ustedes lo hicieron por voluntad propia, dice Pedro. Ustedes son culpables de hacerlo y necesitan arrepentirse, pero no se imaginen que esto ocurrió sin la expresa voluntad de Dios. El saber que Dios está en el trono nos sostiene cuando estamos bajo presión o frente a desconcierto, dolor, hostilidad, y acontecimientos que aparentemente carecen de sentido. Es una verdad que apoya a los creyentes, y es el primer elemento o ingrediente de la santidad de Dios.
El segundo elemento es la grandeza. La visión era de Dios excelso y sublime, con los serafines con seis alas volando delante de Él en adoración. Notemos su postura; la descripción tiene algo que enseñarnos. Las dos alas que cubrían el rostro son un gesto que expresa una compostura reverente en la presencia de Dios. No deberíamos entrometernos en sus secretos. Debemos contentarnos con vivir con lo que nos ha dicho. La reverencia excluye la especulación sobre las cosas que Dios no ha mencionado en su Palabra. La respuesta de Agustín de Hipona al hombre que le preguntó: “¿Qué estaba haciendo Dios antes de crear el mundo?” fue: “Creando el infierno para la gente que hace esta clase de preguntas”—un uso agudo de tácticas de shock para que la persona que hace la pregunta se dé cuenta de la irreverencia oculta detrás de su curiosidad.
Una de las cosas atractivas de Juan Calvino (por lo menos para mí) es su sensibilidad ante el misterio de Dios—o sea, la realidad de lo que no ha sido revelado—y su reticencia a ir un paso más allá de lo que digan las Escrituras. Agustín y Calvino se combinaron para asegurarnos que debemos estar contentos de ignorar lo que las Escrituras no nos dicen. Cuando alcanzamos los límites distantes de lo que dicen las Escrituras, sabemos que es el momento de dejar de discutir y comenzar a adorar. Esto es lo que nos enseñan los rostros cubiertos de los ángeles.
Dos alas cubrían también los pies de los ángeles. Eso expresa el espíritu de modestia en la presencia de Dios, otro aspecto propio de la verdadera adoración. Los adoradores genuinos quieren borrarse de la escena, sin atraer ninguna atención para sí, de modo que todo pueda concentrase en Dios únicamente, sin ninguna distracción. El orador cristiano tiene que aprender que no se puede presentar a sí mismo como un gran predicador y maestro si desea al mismo tiempo presentar a Dios como un gran Dios y a Cristo como un gran Salvador. Aquí hay un efecto de doble balanza. Sólo cuando nuestra afirmación propia desciende, será Dios exaltado y se convertirá en algo grandioso para nosotros. La modesta humildad ante Dios es la única manera de elevarlo, y esa es la enseñanza de los pies cubiertos de los ángeles.
Otro aspecto de la postura de los ángeles era que cada uno volaba con dos alas, como se mantienen volando los colibríes, preparados para salir como una flecha volando—para ir con Dios, hacer sus mandados tan pronto como se dé la orden de hacerlo. Tal disposición pertenece también al espíritu de la verdadera adoración, la adoración que reconoce el señorío y la grandeza de Dios.
Nuestra adoración, como la adoración de los ángeles, debe incluir los elementos de compostura reverente, modestia, y presteza para servir, de lo contrario estaremos verdaderamente empequeñeciendo a Dios, perdiendo de vista su grandeza y reduciéndolo a nuestro nivel. Debemos examinarnos: la irreverencia, afirmación propia, y parálisis espiritual desfiguran a menudo nuestra así llamada adoración. Debemos recuperar el sentido de la grandeza de Dios que expresaban los ángeles. Necesitamos aprender de nuevo que la grandeza se encuentra en el segundo lugar en el espectro de cualidades que conforman la santidad de Dios.
El tercer elemento de la santidad de Dios es la cercanía, o para decirlo con una palabra más extensa, la omnipresencia en manifestación. “Toda la tierra está llena de su gloria” (versículo 3). Gloria significa la presencia de Dios puesta de manifiesto de modo que su naturaleza y su poder sean evidentes. No existe lugar alguno donde ocultarse de la presencia de Dios, y nosotros, como Isaías, debemos tener en cuenta este hecho. Para aquellos que aman estar en la presencia de Dios, éstas son buenas noticias. Sin embargo, son malas noticias para aquellos que desearían que Dios no pudiera ver lo que hacen.
El Salmo 139 celebra la cercanía de Dios y su total conocimiento de quién y qué es cada creyente. Termina con una plegaria que Dios, el que examina los corazones, le muestre al salmista cualquier pecado que esté presente en él, de manera que pueda eliminarlo. “Examíname, o Dios, y sondea mi corazón; ponme a prueba y sondea mis pensamientos. Fíjate si voy por mal camino, y guíame por el camino eterno” (versículos 23-24). Nada le pasa desapercibido a Dios; todos nuestros “malos caminos” le son evidentes, aunque tratemos por todos los medios de esconderlos, ignorarlos, u olvidarnos de ellos. Este tercer aspecto de la santidad de Dios será una verdad muy incómoda para todos aquellos que no deseen orar la oración del salmista.
La cuarta cualidad que contribuye a la santidad de Dios es la pureza. “Son tan puros tus ojos que no puedes ver el mal; no te es posible contemplar el sufrimiento” le dice Habacuc a Dios (1.13). La mayoría de las personas, cuando escuchan hablar de la santidad de Dios, piensan primero en la pureza. Lo que se dijo anteriormente sobre la pureza como el centro del círculo, demuestra que tienen razón en hacerlo. СКАЧАТЬ