Los planes de Dios para su vida. J. I. Packer
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Los planes de Dios para su vida - J. I. Packer страница 11

Название: Los planes de Dios para su vida

Автор: J. I. Packer

Издательство: Bookwire

Жанр: Религия: прочее

Серия:

isbn: 9781646911141

isbn:

СКАЧАТЬ en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al SEÑOR Todopoderoso” (Isaías 6.5). Tal como el pecado es la rebelión contra la autoridad de Dios y trae culpa en relación con Dios como legislador y juez, así el pecado es también inmundicia en relación con la pureza de Dios. Cuando reconoció su pecado, Isaías se sintió sucio delante de Dios, tal como le ocurre a toda persona centrada en Dios. La sensación de corrupción ante Dios no es algo morboso, neurótico o malsano. Es algo natural, realista, saludable, y la verdadera percepción de nuestra condición. Somos realmente pecadores. El admitirlo es sabiduría.

      “Soy un hombre de labios impuros”, dijo Isaías. Él está pensando particularmente en los pecados del habla. La Biblia tiene mucho para decir sobre tales pecados, ya que ellos reflejan lo que se encuentra en el corazón de la persona. “De lo que abunda en el corazón habla la boca” (Lucas 6.45). Podemos utilizar el don del habla de Dios para expresar maldades y lastimar a otros. Algunas personas chismorrean (una práctica que ha sido definida como el arte de confesar los pecados ajenos). Otros engañan, explotan, o traicionan a la gente con zalamerías y mentiras. Denigramos la vida por medio de palabras vergonzosas, obscenas, degradantes; arruinamos relaciones por medio de chácharas desconsideradas e irresponsables. Cuando Isaías habla de los labios impuros, dice algo que nos atañe a todos.

      (Quizás haya aquí también, en estas palabras, una alusión al ministerio profético de Isaías. Al expresar los mensajes de Dios, puede haber estado más preocupado de su reputación como predicador que de la gloria de Dios. Por desgracia, esta actitud, y la corrupción que ella engendra, aún existe. Los oradores cristianos con motivos algo turbios tienen labios impuros.)

      “Y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos”, continúa Isaías. Es posible que esté reconociendo que él estaba unido a las multitudes, que seguía su ejemplo, que hablaba como ellas, que era malhablado con los malhablados, y que por lo tanto había sido arrastrado por los malos ejemplos. Sin embargo, él no ofrece esto como una excusa. Hacer lo que hacen los demás cuando, en lo profundo, sabemos que está mal es cobardía moral, lo cual no reduce la culpa sino que la aumenta aún más. Quizás, como profeta y predicador, él se había considerado hasta este momento como perteneciente a una categoría diferente a la de sus compatriotas, como si el acto mismo de denunciar sus pecados lo hubiera excluido de la culpa, aun cuando él también se había comportado de la misma manera. Ahora él sabía. Por primera vez, quizás, se vio a sí mismo como el conformista hipócrita que realmente era, y expresó su vergüenza al respecto. La pureza de Dios lo había convertido en un realista moral.

      El quinto elemento en la santidad de Dios es la misericordia: la misericordia purificante y purgante que experimentó Isaías cuando confesó su pecado. Voló hacia él un serafín, enviado por Dios para tocar sus labios con una brasa ardiendo del altar y para traerle el mensaje de Dios: “Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado” (versículo 7). El altar era el lugar de sacrificio. La brasa ilustra la aplicación del sacrificio—en función del nuevo pacto, la aplicación a la conciencia culpable de la sangre derramada de Jesucristo. La aplicación inicial es en el lugar de la culpa consciente. Isaías sintió más profundamente su pecado del habla; por lo tanto, le tocaron los labios. Sin embargo, así como la verdadera convicción de pecado es la convicción de nuestra pecaminosidad tanto en todo, como en cada transgresión en particular, así las palabras del ángel significaban que todos los pecados de Isaías, conocidos y desconocidos, eran perdonados (literalmente hablando, quitados de delante de la vista de Dios). La iniciativa aquí fue de Dios, como lo es cada vez que las personas descubren su gracia. P. T. Forsyth solía insistir que la noción más simple, más verdadera, más profunda de la naturaleza de Dios es amor santo, la misericordia que nos salva de nuestro pecado, no ignorándolo, sino juzgándolo en la persona de Jesucristo y justificándolo así de manera justa. Sin duda alguna, Isaías hubiera estado de acuerdo.

      Hoy día, la iglesia y la sociedad juegan juegos. No reconocemos la verdadera naturaleza de Dios. No lo encontramos y lo tratamos como Él es. Incluso es posible que los obreros cristianos no entiendan, o pierdan de vista, la santidad de Dios, así como aparentemente le sucedió a Isaías hace mucho tiempo atrás. Cuando esto ocurre, nosotros también debemos someternos al ajuste traumático que la experiencia de Isaías en el templo le aportó a él. Cuando leemos la historia desde el punto de vista de Isaías, vemos que comete por lo menos cuatro errores. Prestemos atención; podrían ser los nuestros también.

      El error número uno, cometido cuando entró al templo, fue pensar que Dios es manso, que con sólo pedirlo lo podía manejar y controlar e incitar a la acción, como el genio de la lámpara maravillosa de Aladino. Es justo suponer que Dios le dio a Isaías la visión de la adoración angélica porque él necesitaba aprender a adorar. Todo aquel que crea que Dios es como Papá Noel, está sólo para dar regalos; o como una póliza de seguros o red de seguridad, está simplemente para prevenir que nos lastimemos demasiado, tiene que aprender todavía a adorar. Se supone que Isaías había acudido al templo para orar en la forma en que aún hoy muchos parecen hacerlo: “Dios, necesitamos que seas nuevamente nuestra red de seguridad. ¿Está bien?” A una deidad domesticada que no le reclama nada a la gente, puede que tenga sentido decirlo de esta manera: “Hágase mi voluntad”, pero Isaías tenía que aprender que no tiene ningún sentido hablar de esa manera al poderoso Dios de Israel.

      El error número dos fue pensar que era aceptado, que como profeta no podía haber problema alguno con su propia relación personal con Dios. Después de todo, él era un joven distinguido, de alcurnia y muy talentoso, en una nación que tenía un pacto oficial con Dios. Además, él tenía una inclinación religiosa, era un fiel que acudía regularmente al templo, y estaba involucrado en el ministerio. ¿Acaso no le estaba haciendo un favor a Dios ejerciendo de esa manera sus intereses religiosos? ¿Qué problema podía tener Dios con él? Muchas personas en nuestra sociedad piensan de esa manera. Ellos creen que al interesarse por Él en un mundo donde tan pocos se preocupan de Él, le están haciendo un favor a Dios. De ese modo esperan convertirse en un grupo selecto espiritual que puede contar con el favor de Dios. Isaías tuvo que aprender que algo le tenía que ocurrir antes de ser aceptado en la comunión y el favor de Dios. Hoy necesitamos aprender la misma lección.

      El error número tres fue que Isaías pensara, cuando llegó a comprender algo acerca de la santidad de Dios, a saber, que no sólo se encontraba fuera del campo de la amistad de Dios debido a su pecado (eso era cierto), sino que también estaba eternamente perdido. “¡Ay de mí! Que soy muerto” Al darse cuenta de que su rectitud era como trapos sucios, se desesperó. Pero estaba otra vez equivocado; había misericordia para él. A pesar de su gran pecado (no existen pecados pequeños en contra de un Dios grande), la gracia de Dios era aún mayor. Dios limpió su pecado, tanto aquél que conocía es ese momento como aquel otro que se pasaría toda la vida descubriendo. De la misma manera, para los cristianos, todos sus pecados, tanto conocidos como desconocidos, todos los actos y hábitos pecaminosos, y todas las ramificaciones del pecado en nuestro sistema espiritual, son expiados por la muerte de nuestro Señor Jesucristo. El amor santo vence al poder del pecado que condena y arruina nuestras almas.

      Isaías apreció lo que le había acontecido. Su actitud cambió con la limpieza de su conciencia. En gratitud y gozo, como los ángeles, se ofreció a ir en nombre de Dios, ya que así lo había hecho el ángel que le trajo la palabra de perdón. Todos aquellos que saben que son pecadores absueltos, personas encontradas por la gracia cuando ellas se daban ya por perdidas, sienten la misma gratitud. El “Aquí estoy. ¡Envíame a mí!” de Isaías resuena como un eco en nuestros corazones.

      El cuarto error de Isaías fue dar por un hecho que tendría éxito en el servicio de Dios. Supongo que él sabía lo maravilloso de su don natural de elocuencia. Él tenía alguna noción del poder de su posición como un joven de la alta sociedad de Israel. Sin duda, cuando resumió su posición de influencia—un hombre nuevo con un nuevo gozo caminando en el poder de una nueva experiencia de Dios— dio por descontado que los demás se fijarían en él y lo admirarían, СКАЧАТЬ