Название: Compañero Presidente
Автор: Mario Amorós Quiles
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Oberta
isbn: 9788437084350
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Fue en el transcurso de aquella campaña electoral cuando Osvaldo Puccio, secretario privado de Allende durante casi dos décadas, escuchó por primera vez su voz en un discurso radial, desde la ciudad de Punta Arenas (1985: 22):
En aquel tiempo yo era un muchacho de 18 años. En la radio escuché el discurso que Allende pronunció después de su viaje a estas cuatro provincias. Habló de lo que era su política y a dónde iba a llegar. Planteó la unidad de la clase obrera y del pueblo. Explicó el horror que significaba que un hombre, para poder comer, tuviera que estar seis, siete u ocho meses metido entre piedras, a kilómetros de distancia de lo que se llama civilización. Si se enfermaba o se moría se venía a saber, a veces, un año después. Mientras tanto, los patrones paseaban por Europa o gozaban de sus grandes mansiones en Punta Arenas y de las mejores en Buenos Aires o Santiago.
Allende dijo que había dueños de estancias que no conocían su fundo. Un administrador les depositaba el dinero, y eso era todo lo que necesitaban.
¿Para qué iban a ir a las estancias, donde todo era frío, inhóspito y feo? Feo, mirado en la dimensión del hombre para quien la tierra es únicamente fuente de ganancia, para quien no significa su patria y base de su vida y quien, por eso, no puede entender lo orgulloso que puede estar un hombre que le saca riquezas a una tierra hostil, en este clima árido y frío.
Todo esto planteó el compañero Allende en su discurso. Y dijo también que esas riquezas, por las que el hombre se esforzaba y las extraía a la tierra, eran patrimonio del que luchaba contra el viento, contra el clima, y no del que se las apropiaba. El trabajador entregaba sus huesos, su vida, para que un señor tomara champaña en París o whisky en Londres.
A partir de entonces Allende permaneció en el Senado durante 25 años, de manera ininterrumpida hasta que se convirtió en Presidente de la República el 3 de noviembre de 1970. En uno de sus primeros discursos en la Cámara, pronunciado el 14 de agosto de 1945, analizó en profundidad la situación política nacional e internacional, tras el final de la Segunda Guerra Mundial (Archivo Salvador Allende, 6, 1990: 67-76):
Los socialistas luchamos contra el fascismo nacional e internacional, y en la lucha entre el fascismo y la Democracia estaremos con la Democracia.
Hoy, aplastado el fascismo, declaramos que lucharemos por el socialismo.
Estamos contra la economía individualista y liberal. Luchamos por una economía social. (...)
La izquierda chilena, agrupada, aparentemente cohesionada, en lo que se llama la Alianza Democrática, no tiene un programa en defensa de una posición ideológica común. Los compañeros del Partido Comunista han planteado frente a la Alianza su concepción sobre la política de unidad nacional que nosotros no aceptamos y que hemos combatido, porque sustentamos la política de unidad popular. El Partido Radical, haciéndose eje de la Alianza Democrática, ha hecho de ella una balanza que se inclina a uno y otro lado, frente a estas fuerzas políticas.
En las elecciones presidenciales de 1946 venció el candidato radical Gabriel González Videla, apoyado por los comunistas, quienes por primera vez en la historia del país asumieron tres carteras ministeriales, aunque por poco tiempo, ya que la Administración Truman presionó a La Moneda para que, en consonancia con los nuevos tiempos de la guerra fría, decretara la ilegalización del Partido Comunista y la persecución de sus militantes, que fueron confinados desde 1948 en lugares como la caleta de Pisagua, en el extremo septentrional del país (Garcés, 1996: 105-110). En aquellos comicios los socialistas lograron el peor resultado de su historia con la candidatura de Bernardo Ibáñez, quien tan sólo obtuvo 12.114 votos (el 2,5 %), frente a los 192.207 (40,1 %) de González Videla.
Contra la proscripción del Partido Comunista, que en las elecciones municipales de 1947 había alcanzado el 17 % de los votos y se había convertido en la segunda fuerza política, se alzaron voces en la derecha, en las filas socialcristianas de la Falange Nacional y en el socialismo, aunque hubo parlamentarios de esta filiación que la apoyaron. Precisamente las discrepancias internas en torno a este punto desencadenaron una nueva escisión en el PSCh y, si la fracción anticomunista (liderada por Ibáñez) logró quedarse con la denominación de la organización, el sector integrado por Salvador Allende, Raúl Ampuero, Clodomiro Almeyda o Aniceto Rodríguez fundó el Partido Socialista Popular, que levantó una línea política que abogaba por la independencia de clase y postulaba un «frente de trabajadores». El PSP reafirmó su adhesión al Programa del Partido Socialista elaborado a principios de aquel año con el magisterio del profesor Eugenio González Rojas, que reivindicó el «sentido humanista y libertario del socialismo» frente a la involución hacia el capitalismo de Estado y la dictadura de una burocracia que se produjo en la URSS tras la muerte de Lenin.
El 18 de junio de 1948, Salvador Allende intervino en el Senado en nombre de su Partido para explicar la oposición al proyecto de Ley de Defensa Permanente de la Democracia impulsado por el Gobierno para perseguir a los comunistas (Martner, 1992: 143-145):
Mi profunda intranquilidad de espíritu proviene de que esta ley, a mi juicio, barrena las bases fundamentales en que se sustenta la organización democrática del país, en términos tales que su repercusión tendrá alcances políticos, sociales y económicos de extraordinaria trascendencia. (...)
Las disposiciones contenidas en él, señor Presidente, son una verdadera bomba atómica caída en medio de nuestra convivencia social, asentada en largos años de una efectiva tradición democrática.
En aquel discurso defendió el derecho de los comunistas a participar en la vida política con los mismos argumentos que habría empleado –precisó– para preservar la misma opción para los conservadores o los socialcristianos. Antes de enumerar, una vez más, las diferencias y coincidencias entre socialistas y comunistas, explicó las concepciones revolucionarias de su partido:
Señor Presidente y Honorable Senado, he dicho que somos marxistas, que creemos en el socialismo científico, que somos antiimperialistas, antifeudales y antioligárquicos, y que tenemos un sentido revolucionario de la transformación económico-social que necesita la Humanidad.
Quiero destacar, sí, que este sentido de la revolución no tiene el contenido habitual y pequeño con que suele emplearse esta palabra. Por ejemplo, no es revolucionario el jefe militar que, a la cabeza de un regimiento, toma el Poder: eso puede ser un motín. No es revolucionario el que, por la fuerza, logra, transitoriamente, mandar. En cambio, puede ser revolucionario el gobernante que, llegando legalmente al Poder, transforme el sentido social, la convivencia social y las bases económicas del País. Ése es el sentido que nosotros damos al concepto de revolución: transformación profunda y creadora. (...)
Respetamos la democracia y actuaremos siempre dentro de sus cauces legales, mientras el régimen democrático respete el sufragio, los derechos sindicales y sociales y las garantías que establece nuestra Carta Fundamental: de libertad de pensamiento, de reunión y de prensa.
En cuanto a las diferencias con los comunistas, subrayó la adhesión acrítica a la URSS y la defensa de la dictadura del proletariado:
El Partido Socialista no propicia la dictadura del proletariado, aunque estima necesaria una dictadura económica en la etapa de transición que lógicamente hay que vivir para pasar de la sociedad capitalista СКАЧАТЬ