Название: Compañero Presidente
Автор: Mario Amorós Quiles
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Oberta
isbn: 9788437084350
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Con el Frente del Pueblo tenemos una plataforma de lucha clara, definida, precisa que nos distingue y separa de los otros grupos políticos hoy transitoriamente unidos con vistas exclusivas a una campaña electoral y a la defensa de sus posiciones administrativas, de sus intereses y de sus concepciones políticas.
Subrayó que habían creado el Frente del Pueblo para emprender la revolución que el país necesitaba: «Para esto nació el Frente del Pueblo, como un potente movimiento nacional, antiimperialista, antioligárquico, antifeudal»:
Hombres, mujeres y jóvenes de mi Patria: el Frente del Pueblo os llama a luchar por las consignas de la victoria:
1. Por el pan y la libertad.
2. Por el trabajo y la salud.
3. Por la paz y la cultura contra el imperialismo.
4. Por la reforma agraria y la industrialización del país.
5. Por la democracia, contra la oligarquía y las dictaduras.
Las bases programáticas de su candidatura se agrupaban en cuatro puntos: independencia económica y comercio exterior, desarrollo de la economía interna, una profunda reforma agraria y mejora de las condiciones de vida de las clases populares. Cada uno de estos bloques contemplaba propuestas concretas, por ejemplo, en el primer punto se incluyó por primera vez la nacionalización de la gran minería del cobre y del salitre y de hecho aquel año los senadores Laffertte y Allende presentaron un proyecto de ley en este sentido.
En relación con el desarrollo económico, propugnaba un vigoroso proceso de industrialización, sobre todo en cuanto a la agroindustria, al objeto de «asegurar un más alto estándar de vida a la población y el aumento de la renta nacional, asignando un porcentaje superior de distribución a los sectores laboriosos». Para fortalecer el desarrollo industrial y agropecuario, el Gobierno del Frente del Pueblo realizaría importantes inversiones en las infraestructuras de transportes, con la modernización de los ferrocarriles y la construcción de una red de carreteras, así como la ampliación de la flota naviera nacional y la extensión del tráfico aéreo.
El Frente del Pueblo no propugnaba la construcción del socialismo, sino un conjunto de reformas y modernizaciones que pretendían ir más allá de lo logrado por Pedro Aguirre Cerda, con un énfasis novedoso en la reforma agraria y el cobre. Durante 283 días de campaña su candidato recorrió por primera vez todo el país con el lema «El pueblo a la victoria con Allende» para ofrecer su alternativa frente al populista Carlos Ibáñez, el conservador Arturo Matte y el radical Pedro Enrique Alfonso. El 13 de enero de 1952 planteó los fundamentos de la alianza de la izquierda en el transcurso de un mitin en Valparaíso:[3]
Somos un movimiento de liberación nacional, antiimperialista, antioligárquico, con una meta que no termina en septiembre. Estamos protagonizando una gesta emancipadora por el pan y la libertad, por el trabajo y la salud, por la reforma agraria y la industrialización del país, por la paz, la democracia y la independencia nacional. El Frente del Pueblo lucha por la derogación inmediata de la Ley Maldita, para que se ponga término al estado policial que mantiene en las cárceles y en los sitios de relegación a numerosos patriotas que han luchado por los intereses de Chile. Este gobierno radical agoniza ante el desprecio de la ciudadanía. Bajo el amparo de este gobierno se han cometido fraudes, desfalcos, negociados escandalosos y envenenamiento colectivo del pueblo.
Jaime Suárez, entonces militante del PSP en la Brigada Universitaria de Concepción y dos décadas después ministro con el Presidente Allende, señala que éste asumió aquella campaña electoral con «una dedicación de misionero» y recuerda un acto en el pueblo de Pilmaiquén, en la provincia de Osorno (Arrate y Rojas, 2003: 276):
Sobre un cajón de azúcar, con un megáfono, entre banderas chilenas, chiquillos, banderas de los partidos Socialista y Comunista, intervinieron los oradores. La voz profunda y el pelo blanco de Elías Lafferte, su silueta vigorosa, antecedió al orador de fondo, el candidato presidencial. Era febrero de 1952. Intervino con un lenguaje didáctico y apasionado. Quien sólo hubiera escuchado su discurso no se habría imaginado jamás el escenario y la audiencia que alcanzaba a 40 ó 50 personas, incluyendo los dos carabineros.
El dirigente comunista Volodia Teitelboim, uno de los secretarios generales de la campaña presidencial, dejó constancia en sus memorias de la debilidad de la izquierda entonces, con la mayor parte del socialismo volcado con Ibáñez y con el Partido Comunista muy debilitado por la represión (1999: 350-351):
Nos dolía en el alma ver que la campaña no cundía. La persecución de González Videla había producido un desplome de la confianza. La fractura de la izquierda, el movimiento sindical diezmado hicieron que gran parte del pueblo volcara su esperanza en el hombre que prometía soluciones milagrosas. Por lo empinado de la cuesta estábamos obligados a forcejear contra viento y marea. Así íbamos tratando de tocar puertas de pueblo en pueblo. Los actos en esa campaña del 52 se asemejaban a veces a las prédicas de los canutos (los protestantes) en las esquinas, con la diferencia de que nuestra jornada era de mañana, tarde y noche.
No puedo olvidar lo que sucedió en Pedro de Valdivia, donde yo había estado muchas veces, acompañando a Elías Lafertte. Entonces hablábamos ante toda la población. La gran mayoría de los dirigentes sindicales elegidos eran comunistas. Ahora no había casi nada, salvo unos cuantos camaradas que tenían que trabajar en la sombra, porque si los descubrían los enviaban a Pisagua.
Evoco aquel ocaso político, el último sol sobre la oficina. No veíamos a nadie. Sólo cuando se hizo de noche y la oscuridad tendió, como se dice en las crónicas antiguas, un manto protector, divisamos algo que se movía en la penumbra. Otros se ocultaban tras los escasos y raquíticos árboles de la plaza. Allende hablaba como si al frente hubiera una muchedumbre. Sabía que estaba arrojando semillas en el desierto. Tenía confianza en que iban a germinar. Y por eso explicaba con paciencia y energía su proyecto de un país nuevo a un público invisible y temeroso.
Él era así. Embestía contra el mal tiempo. En la isla de Chiloé recorríamos en auto los caminos. Tomaba el megáfono y cuando pasábamos frente a cada casa –todas dispersas– saludaba al que vivía allí, pronunciando su nombre (que le había sido comunicado por el compañero del lugar, conocedor de todos sus ocupantes). Así hacía propaganda personalizada. La concurrencia era exigua. Carmen Lazo, que tenía muy buena relación con Allende, sacaba del bolsillo no recuerdo bien si un flautín o una armónica y comenzaba a tocar. Empezaban a acercarse niños y tras ellos las madres, los padres, las familias. De este modo se reunía quórum para iniciar la proclamación.
También Carmen Lazo, una de las mujeres más relevantes de la historia del socialismo chileno, participó de manera destacada en las cuatro campañas presidenciales de Allende. De la de 1952, la negra Lazo recuerda, entre otras, esta anécdota (Lazo y Cea, 2005: 54-55):
En esa misma gira íbamos con Volodia Teitelboim (...) Un día me dijo: «¿Sabes, Carmen? Creo que Allende es un ladrón intelectual». Me quedé pensando por qué Volodia decía eso y me acordé de que cada vez que СКАЧАТЬ