Название: Vientos de libertad
Автор: Alejandro Basañez
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
isbn: 9786074572285
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—Por fin se le ocurrió algo bueno a ese mequetrefe. Desde hace tres siglos todo es saquear a la Colonia sin que ellos retribuyan algo de su parte. España está condenada a perder sus colonias si no incentiva su comercio con Inglaterra y Francia en América también. Hace doce años Francia reconoció el gobierno independiente que fundaron los rebeldes en Estados Unidos. El rey Carlos III se vio obligado a hacer lo mismo que el rey francés y obstruyó el envío de tropas inglesas a América, además de proporcionar ayuda a los colonos de Mississippi, sin percatarse de que con eso sólo estaba incentivando el ejemplo a los colonos inconformes de la Nueva España.
—Los criollos están inconformes por hacerlos de menos los peninsulares.
—Así es, José María. Esos zánganos gachupines se creen mejores que nosotros. Somos para ellos como unos españoles de segunda o de tercera clase.
Hidalgo se sirvió dos tacos de barbacoa con mucha salsa y aguacate. El bendito aguacate se encontraba en todas partes en Valladolid.
—Yo como mestizo no tengo ese problema, Miguel.
—¡Claro que lo tienes! Los gachupines te ven como algo muy cercano a los indios, José María.
—Y a mucha honra lo soy, Miguel. Yo no me siento menos que nadie y mucho menos que un gachupín asqueroso.
—Estoy seguro que toda esta discriminación y odio algún día conducirá a la separación total entre la Nueva España y España.
—Te juro que si algún día hay una rebelión para echar a patadas a los gachupines de México, ahí estaré yo propinándoles los primeros puntapiés en las nalgas.
—Y ahí estaré yo ayudándote a colgarlos de un ahuehuete, José María.
Los dos rieron como mozalbetes y tomaron más de su sabroso pulque de Valladolid. En ese momento parecían ser todo, menos dos respetados sacerdotes de Valladolid.
Una bella invitada se encontraba sola y con un gesto de Hidalgo, José María entendió que debía ir para allá para acompañarla. Ese momento lo aprovechó Hidalgo para cantar con los músicos una canción de agradecimiento a Dios por todo lo que le daba. Después se siguieron con otras de la región. El cura tenía una voz grave y agradable. Los invitados acompañaron la canción con palmadas.
Un singular invitado se acercó a Hidalgo, con una botella en la mano, pidiéndole al cura que brindara con él.
—¡Brinde conmigo, padre! Lo estoy buscando desde hace rato. —Es un gusto compartir una copa con mi gran amigo, Crisanto Giresse.
Crisanto era de estatura mediana, delgado, de facciones finas y ojos grandes y alegres. Un bigotito con las puntas dobladas hacia arriba y el cabello largo recogido en una cola de caballo, le daba un toque como de mosquetero francés. El amigo del cura era tan atractivo que no pasaba desapercibido para ninguno de los invitados al guateque.
—El gusto es mío, padre. Usted es un cura diferente.
Hidalgo tomó del hombro a Crisanto y acercándose a su rostro le dijo en voz baja:
—¿Por qué te acepto como amigo, sabiendo que eres un cabrón calavera que no tiene remedio?
—Y porque usted entiende la naturaleza humana y me acepta como soy.
—Dios te hizo mujer y hombre, con la mente y fuerza de ambos, Crisanto. Hasta en esos detalles Dios es un misterio y debemos aceptar sus designios.
—Un secreto de mi vida que sólo usted conoce, padre.
—Eso es para mí como un secreto de confesión, hijo. Por mí jamás nadie lo sabrá.
Crisanto tomó al cura de los antebrazos en un gesto de cariño y amistad.
—Gracias de nuevo por su valiosa amistad, padre. No sabe cuánto lo aprecio.
Crisanto era un excéntrico joven de veinticinco años, hijo de un platero francés casado con una criolla. Al morir el padre, lo dejó en la opulencia y al cuidado de su querida madre, a la que tenía con la compañía de dos mujeres que veían que nada le faltara a la dulce señora. Doña Elvia era una mujer de cincuenta años, veinticinco más joven que su difunto esposo, quien alcanzó a San Pedro a los setenta años.
—Ya te tengo un nuevo libro, traído de Europa en contrabando. Está en inglés, Crisanto.
—¿Cuál es?
—Critica de la razón pura de Immanuel Kant.
El gesto de Crisanto se alegró como si fuera un niño al que se le mostrara un caramelo.
—¡Démelo ya padre! Muero de ganas por empezar a leerlo.
—Pasa mañana por él al colegio. Ya tendremos tiempo de comentarlo. Sólo te puedo adelantar que todo conocimiento se inicia con la experiencia, pero no todo el conocimiento proviene de la experiencia, es decir que la experiencia te permite conocer, pero ella sólo te otorga conocimientos a posteriori, particulares y contingentes; los conocimientos a priori, universales y necesarios, únicamente pueden provenir de la misma mente y son ajenos a cualquier experiencia.
—Muy interesante, padre. A veces me pregunto por qué escapé del seminario y, al verme honestamente en el espejo, entiendo el porqué: una monja jamás será sacerdote en la Nueva España.
—¿Y por eso te refugiaste en esta vida de gozo desenfrenado, Crisanto? Pero en fin, te conocí como eras antes, y te acepto como eres hoy. La amistad es un tesoro inigualable. Pasa por el libro mañana y por favor, no les coquetees a las invitadas.
—No me las esconda, padre. Si ellas quieren probar lo que es amar a un hombre raro como yo, que lo hagan. Al fin que tengo para todas.
Hidalgo sonrió alegremente y brindó de nuevo con él. Crisanto era un personaje singular, que acaparaba toda la atención del rector del Colegio de San Nicolás.
—Te veo mañana, hijo.
Crisanto se retiró de la fiesta saludando con una seña a todos los invitados. Morelos prestó particular atención a las caderas del muchacho al alejarse. Algo raro y atractivo había en aquel hombre. Algo diferente que lo confundía. Ya vendría el tiempo de averiguarlo.
Apenas cayó la noche y el cura encendió el castillo de cohetes que tenía preparado para sus agasajados. La corona voló más alto de lo prometido por el experto cohetero. Martiniano y Lino corrieron por la corona para tenerla como trofeo. La fiesta cerró con tamales, buñuelos y atoles de distintos sabores. Al final Hidalgo terminó platicando con los empleados del colegio, a los que apreciaba mucho por su gran apoyo en su gestión. José María Morelos se despidió temprano en compañía de la invitada que le presentó Hidalgo. Al fin, los dos oriundos de Valladolid, se entenderían a las mil maravillas.
A cinco años de establecidos en Guanajuato, los Larrañeta se habían adaptado perfectamente a la sociedad y modo de vida de la región. La extracción de plata y oro de la mina de la Valenciana СКАЧАТЬ