Vientos de libertad. Alejandro Basañez
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Название: Vientos de libertad

Автор: Alejandro Basañez

Издательство: Bookwire

Жанр: Социология

Серия:

isbn: 9786074572285

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СКАЧАТЬ creyentes rogasen por lluvias prolongadas que permitan una abundante, aunque tardía cosecha. Sin embargo, ni en mayo ni en este mes se han generado lluvias.

      Don Ceferino señaló al radiante sol, que en lo alto del cielo parecía aumentar su tamaño para generar más calor y acreditar más al criollo.

      —¿Y qué con el ganado? —preguntó doña Viridiana, muy interesada en el tema.

      —Los puercos, caballos, mulas y otros animales, habitualmente alimentados con maíz y cebada han sido forzados a pastar en los campos secos, muriendo masivamente de insolación, sed y hambre. El precio de la carne se ha ido a las nubes, poniéndola fuera del alcance de los habitantes de las regiones afectadas.

      —Eso puede generar violencia y rebeliones —agregó don Anselmo.

      —En la capital las puertas del palacio virreinal, la alhóndiga, las iglesias y conventos son asaltados diariamente por hambrientos que ruegan por alimentos y dinero. Los cementerios y criptas de las iglesias se han rápidamente saturado. Urge encontrar nuevos sitios para el exceso de entierros. La desfallecida población ha comenzado a cazar y comer gatos, pájaros, ratas y perros. Las autoridades municipales han ordenado que todos esos animales sean asesinados y enterrados, para proteger así a la población de un brote mayor de enfermedades. En la ciudad se respira un ambiente de caos y desesperación humana. Los vagos caminan sin rumbo por el campo y montañas alrededor de la ciudad, comiendo raíces, malas hierbas y corteza de árboles. Las familias se están separando. Se escuchan casos en que los padres tratan de vender a sus pequeños hijos por tan solo 2 o 3 reales, eso es menos que el jornal semanal de un peón. En una hacienda cercana a México, más de 200 niños abandonados fueron reportados al gobierno.

      —¿Supongo que esta concentración fuera de lo común en las ciudades grandes ha generado delincuencia, vagancia, prostitución y violencia?

      Don Ceferino vertió más vino en su copa. Platicar con alguien venido de España lo animaba mucho.

      —Exacto don Anselmo. Por eso precisamente el gobierno está tratando de frenar el flujo de migrantes a las ya sobrepobladas ciudades. Las autoridades civiles intentan, en lo que pueden, prohibir la salida de campesinos de sus pueblos e impedir que los léperos entren a los centros administrativos.

      De pronto una de las muchachas que ayudaban en la mesa a don Ceferino le dijo algo al oído de su patrón. El rostro de don Ceferino cambió, tornándose preocupado.

      —¿Algún problema don Ceferino?

      —Acaba de llegar gente de los alrededores pidiendo comida. Diario les doy, pero mi almacén tiene un límite y eso me preocupa mucho. Más cuando tengo clientes como ahora.

      Don Ceferino y don Anselmo salieron al encuentro de los visitantes, dejando a la familia adentro de la cabaña. Los guardias que los acompañaban en la otra diligencia, observaban atentos ante cualquier anomalía que se presentara con los inesperados visitantes. Recargado junto a una cerca había cuatro muchachos mestizos que arreaban dieciocho mulas. Uno de ellos, el más grande, se acercó amable a saludar y explicar su razón por irrumpir ahí sin invitación alguna. Era un muchacho de escasos veinte años, moreno, de cabello rizado y anchas espaldas. Un paliacate rojo cubría su cabeza.

      —Buenos días, señor.

      —Buenos días, muchacho. ¿Qué puedo hacer por ustedes? —Conduzco estas mulas hacia la Ciudad de México, señor.

      Un poco de comida y agua que nos dé es un alivio para mi gente. El hambre azota con todo en la región y gracias a gente como usted podríamos llevar algo a nuestros estómagos para no morir de hambre. Le puedo pagar con estas monedas o trayéndole leña, limpiando el ranchito o haciendo lo que usted necesite, al fin que somos varias manos para ganarnos honradamente el pan.

      —En un momento las muchachas les traerán algo para calmarles el hambre, y un poquito más, para que lleguen bien a la capital.

      —Muchas gracias, señor. ¡Que Dios se lo pague!

      —Yo les ayudo con esto hijo —dijo don Anselmo entregándole un pañuelo con monedas de plata en su interior—. Les puede servir para comprar más comida en su viaje.

      El arriero miró asombrado las monedas y con amabilidad se las regresó a don Anselmo, explicando su razón por no aceptarlas.

      —No puedo aceptar dinero, señor. Se lo agradezco de todo corazón. Con la comida de don Ceferino nos basta y sobra. Es usted muy gentil. Nunca olvidaré este gesto tan noble de su parte.

      —Recuérdame como tu amigo Anselmo Larrañeta, futuro minero de Guanajuato.

      —A mí recuérdeme como su amigo José María Morelos y Pavón, futuro sacerdote, espero que de alguna parroquia de Valladolid.

      —Ya me cansastis, konetl cabrón. Llevo dos días y las caridades han sido malas. Tienes qui dar más lastima pa que den más riales.

      —Hago lo que me dice, señor.

      El regordete indio tomó al chiquillo de una muñeca, jaloneándolo con coraje.

      —Ahorita mesmo te voy a dejar pa dar más lástima.

      Chimalhua saco su machete de un costal manchado con grasa y mugre del camino. Tomó al niño fuertemente de brazo con la intención de cercenarle la mano derecha con el filoso machete.

      —Un konetl manco hará llorar a la gente y tendré más riales pa mi pulque y mujeres.

      —¡No, señor! ¡No me corte la mano! ¡Por favor, déjeme!

      —¡Calla konetl piojoso! Sólo ti dolerá un ratito y luego ni te acordaras. Ya virás.

      —¡No, por favor!

      Cuando el indio levantaba el brazo para cortar la mano de Martiniano, un fuerte puñetazo lo puso fuera de combate. Con el piso y techo dándole vueltas, Chimalhua contempló borrosamente a su singular agresor.

      —¡Eres tú! ¡El padrecito!

      —Dios me iluminó para encontrarte a tiempo, indio perverso. Un minuto más y hubieras arruinado la vida de este pobre chiquillo.

      —¡Pirdón padrecito! ¡Yo no mi pegue más!

      —¡Huye de Valladolid, cerdo asqueroso! Si te vuelvo a encontrar te mataré con mis propias manos. ¡Largo de aquí!

      —¡Si, padrecito!

      Chimalhua, cojeando y con el rostro bañado en sangre por la golpiza recibida, se alejó lentamente del jacal amparado por las sombras de la noche. Don Miguel Hidalgo, por un momento pensó en acabar de una vez por todas con esa alimaña peligrosa, disparándole por la espalda, pero la cordura y su vocación religiosa lo hicieron recapacitar. Lo importante en ese momento era cuidar y educar a ese niño, que a partir de ese momento vería al cura como su padre y protector.

      Chimalhua volvería pronto a las andadas. Al mes siguiente sería pillado intentando raptar a una niña de seis años metiéndola dentro de un costal. El degenerado sería capturado y linchado por los enardecidos habitantes del pueblo. Un macabro cuerpo, colgaría de una rama a СКАЧАТЬ