Название: Vientos de libertad
Автор: Alejandro Basañez
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
isbn: 9786074572285
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Aquella soleada mañana de febrero de 1786, don Jacinto tuvo que arrear un rebaño para entregarlo personalmente en Dolores, a unos treinta kilómetros de San Miguel el Grande. En ese año del hambre de 1786, los animales aumentaron más su precio por su apreciada y escasa carne. Doña Marina, hermosa madre de veintiún años y esposa de don Jacinto, quince años mayor que ella, aprovechó esa oportunidad para visitar la famosa Poza de San Miguel(6). Marina iba acompañada de sus dos pequeños, Jacinto y Cruz, de cuatro y dos años respectivamente. Al llegar ahí se encontró con un muchacho que parecía ya la esperaba.
—¡Marina! —le gritó—. ¡Qué gusto verte de nuevo!
El muchacho era un mozo criollo, de cabello negro rizado, de escasos dieciocho años de edad. Era alto, de patillas frondosas, de espalda ancha y complexión atlética. No aparentaba la edad que tenía. Marina le creyó cuando le dijo que tenía veintiuno. Las faenas del campo lo mantenían en buena forma, ya que le gustaba montar caballos y lazar reses, como el mejor de los charros de San Miguel.
—Hola Ignacio. Eres puntual a la cita. Ya sabes que no me gusta venir sola al río con los niños.
—Aquí estamos de nuevo, Marina. ¡Por algo será!
Los dos se miraron fijamente y se tomaron de las manos. Marina notó que el pequeño Jacinto los miraba suspicaz. Aun a su corta edad, el chiquillo veía raro que aquel hombre, que no era su papá, tomara a su madre de las manos.
—¿Se quedará don Jacinto en Dolores?
—Sí, Nacho. Son treinta kilómetros y al entregar los borregos cae como muerto en la posada de don Chuy. Estará aquí hasta mañana por la tarde.
—¡Magnífico!
El muchacho la miró con ojos de deseo. Marina era una jovencita muy bella y la maternidad le había asentado muy bien. Nacho y Marina se conocían desde unos meses atrás, cuando Nacho compró unos borregos a su marido. Su destino la unió a los dieciséis con don Jacinto, por órdenes de su padre al querer asegurarle su futuro con un hombre de economía estable, pero quince años más grande.
—Debo aclararte que estos encuentros serán más esporádicos, Nacho. San Miguel es del tamaño de la palma de mi mano y le gente ve y dice cosas. ¡Entiéndelo! Es mejor así para los dos.
—Yo no le veo ningún problema, Marina. Con una vez al mes que te tenga entre mis brazos, es como si me cargara de oxígeno para muchas semanas más.
Marina sonrió halagada y ordenó al niño Jacinto que se sentara con Cruz en una roca junto a un árbol cerca de la orilla del estanque. Ignacio y ella los cuidarían de cerca y así tendrían un poco de libertad para platicar.
—¡Estense sentaditos ahí, hijos!
—Chinto se pone muy serio. ¿Crees que sospeche algo? —le preguntó Nacho, mientras le acariciaba los senos por debajo del vestido. Con el pulso de un relojero pellizcaba deliciosamente sus pezones, agrandándolos entre sus atrevidos dedos.
—No lo creo, Nacho. De todas maneras debemos ser cuidadosos y no hacer nada frente a ellos.
—Lo sé. Ya se dormirán y entonces vendrá lo nuestro.
—¡Calla pícaro! Si mi marido lo supiera me mataría con sus propias manos.
—¡Descuida! Nunca lo sabrá.
La poza de San Miguel se encontraba enclavada en el fondo de una cañada. Su profundidad era desconocida. Ninguno de los mejores nadadores de El Grande había alguna vez tocado su fondo para contarlo. Había rumores que en el fondo de sus aguas vivía El Chan, un monstruo maligno que los lugareños durante varias décadas juraban haber visto. Su corriente era constante y durante su recorrido había molinos para granos y canales artificiales para llevar agua a los cultivos de las haciendas cercanas.
—¿Quieren que las haga un columpio niños? —les preguntó Nacho, sacando una larga cuerda que guardaba a un costado de su caballo.
—Si —respondió Jacinto sonriente.
El columpio quedó listo y los niños se divirtieron de lo lindo, mientras los enamorados se acariciaban discretamente y se decían cosas que sólo entre ellos entendían.
Un par de horas después los niños dormían plácidamente bajo la fresca sombra de un sabino. Nacho y Marina aprovecharon para consumar ese encuentro candente que habían postergado desde muchos días atrás. Sin quitarse el vestido, Marina se sentó en la hombría de Nacho, quien permanecía acostado bocarriba, contemplando sus bellos ojos. Marina permaneció sobre él un largo rato, arrancando gemidos de placer al charro de San Miguel, mientras ella contenía los suyos para no despertar a los niños. Solo cuando cayó rendida sobre el pecho de Nacho, él supo que había llegado al máximo placer posible.
Permanecieron descansando bajo la fresca sombra por un largo rato. La joven pareja sin saberlo todavía, engendraría una hermosa niña que vería la primera luz del mundo a finales de ese mismo año de 1786. El atosigado marido se sorprendería del acontecimiento, sabiendo que aun sin haber casi tocado a su esposa en meses, su fertilidad a distancia había consumado el asombroso milagro.
(1) “Se suelen sentir dolores vagos en el cuerpo, principalmente en las espaldas, en los costados, y en el pecho, é impensadamente, y por una causa ligera, asalta un recio escalofrio que dura seis, ocho y doce horas, con dolor en la mitad del pecho, ò en algunos de sus lados ó en un costado, y media espalda: ó suele comenzar por una fluxión que ocupa el pecho y los pulmones, ó por un dolor al hombro que va descendiendo hasta fijarse en el costado. A esto sigue calentura aguda con encendimiento de cara y ojos; el pulso en el tiempo de frío se contrae, pero después hace una impresión en las yemas de los dedos fuerte, frecuente, redoble y con llenura: la respiración es acelerada, semejante a la que hace un ejercicio violento; hay tos, que si lleva esputos consigo se llama húmeda, y si es sin desgarrar se llama seca... la cabeza suele abromarse, amodorrarse, ó sentirse incomodada de dolores, ó de vahídos que no permiten levantarla de la almohada. Algunos sienten en el colodrillo un dolor, como si una mano les comprimiera fuertemente el pequeño cerebro.” (Alzate, 1831, p. 137).
(2) Aunque la mina fue descubierta en 1548, la Valenciana alcanzó sus niveles máximos de producción de 1768 a 1804. En 1760 el joven Antonio de Obregón y Alcocer obtuvo un préstamo del mercader de la mina de Rayas, Pedro Luciano Otero. Durante varios años ambos siguieron invirtiendo en la mina hasta que en 1768 su producción se incrementó de manera considerable. Durante varias décadas la mina de La Valenciana produjo más plata que todas las minas del virreinato del Perú, siendo socios de Obregón, los señores Diego Rul y Otero.
(3) El 20 de marzo de 1780 СКАЧАТЬ