Название: Vientos de libertad
Автор: Alejandro Basañez
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
isbn: 9786074572285
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(4) La ciudad fue fundada en 1542 por el monje franciscano Fray Juan de San Miguel, quien bautizó el asentamiento como San Miguel el Grande. Era un punto de paso importante del Antiguo Camino Real, parte de la ruta de plata que conectaba Zacatecas con la capital de la Nueva España.
(5) Bartolomé de Medina (1497-1585), fue un metalurgista español, radicado años más tarde en Pachuca, México, donde descubrió el Beneficio de Patio, procedimiento minero para separar la plata o el oro y de otros metales, mediante el uso de mercurio y sales. Su método fue tan exitoso, que en menos de una década, en 1562, sólo en Zacatecas existían 35 haciendas de beneficio por dicho método que permitió explotar minas que por su escasa ley no eran aptas para la fundición.
(6) El Charco del Ingenio es un jardín botánico y reserva natural localizado a unos minutos del centro histórico de San Miguel de Allende. Está provisto de una gran biodiversidad, sus abundantes especies nativas de flora y fauna se aprecian en el matorral, el humedal y la cañada. Conserva una extensa colección botánica de cactáceas y otras plantas suculentas mexicanas, muchas de ellas raras, amenazadas o en peligro de extinción. Sitio consagrado como Zona De Paz por el Dalai Lama que consta de: Conservatorio de plantas mexicanas, miradores, senderos y vestigios históricos, jardín de los sentidos para niños, zona de acampar, tienda y cafetería; así como de diversas actividades como visitas guiadas, temazcales, talleres, conciertos, ceremonias de luna llena y más.
2 · Cuando los insurrectos se encuentran
Que se eduque a los hijos del labrador y del barrendero como a los del más rico hacendado. José María Morelos y Pavón
Transcurría el año de 1790, y el motivo del festejo no era para menos, el cura don Miguel Hidalgo y Costilla, a sus treinta y siete años de edad, y tras una exitosa carrera de sacrificio dentro de la institución, fue nombrado rector del prestigioso Colegio de San Nicolás Obispo en Valladolid.
Don Miguel, lleno de orgullo y felicidad, organizó una pequeña reunión para festejar con sus amigos y seres queridos el importante ascenso.
—Muchas felicidades, padre. Es un honor estar en esta reunión para celebrar su importante ascenso dentro del colegio —comento uno de los invitados, estrechando amistosamente la mano del cura.
—Muchas gracias por acompañarnos, José María. Tu presencia hace más grato este momento.
El rector vestía un elegante traje de color negro con chaleco rojo y pantalones holgados. Unas lustrosas botas de color negro soportaban las fuertes piernas del sacerdote. Un sombrero de palma protegía su calvo cráneo ante los embates flamígeros del sol de aquella calurosa tarde en el hermoso jardín, que el cura cuidaba como si fuera el Edén mismo. José María, muy al contrario, vestía un sencillo pantalón de arriero de color café claro, con una camisa blanca de manta. Un paliacate de color rojo coronaba su cabeza. Su rostro afilado de piel morena, con grandes ojos negros bajo dos frondosas cejas, contemplaba con admiración y agradecimiento al cura.
—Todo un reto dirigir este grandioso colegio, padre.
Hidalgo saludó con un gesto amistoso a tres invitados que se fueron directo al fondo del jardín.
—En cierta manera ya lo vengo haciendo desde hace tres años que fui nombrado vicerrector, José María. El anterior casi no se metía y me dejaba manga ancha para trabajar a gusto.
—Todos sabemos de su gran capacidad, padre.
—Llámame Miguel, José María. Aunque hasta ahora te había tratado como mi alumno, nuestra amistad es algo diferente. De entre todos mis alumnos, te invité a ti porque eres el de más edad y con el que me puedo abrir de manera diferente. Eres especial José María. Estudiar para sacerdote a tus treinta años es algo singular dentro del colegio. Solo te llevo siete años. Bien podríamos ser compañeros de banca en cualquier otra escuela.
—Muchas gracias, Miguel. En verdad me honras con esta distinción.
—Está muy cerca tu ordenación, José María.
—Sí, Miguel. Este año me traslado al Seminario Tridentino de Valladolid para ampliar mis estudios de teología, filosofía y retórica. —No sabes el gusto que me da que ya pronto te ordenes como
cura y empieces a ejercer en alguna iglesia de Michoacán.
—Sin duda que con su valiosa ayuda esto pronto se dará, padre. —¡Miguel! —reiteró el cura su nombre, chocando su copa de
vino con la de José María.
Un grupo de mujeres de mediana edad soltó una sonora carcajada en una de las mesas bajo un frondoso sabino. El cura Hidalgo gustaba del teatro y con ellas ponía en escena algunas de sus obras favoritas.
—Sí... Miguel... perdón —Morelos sonrió, tomando al cura Hidalgo del hombro.
En una esquina del jardín había tres guitarristas tocando música flamenca para deleitar a los invitados. Los músicos, todos ellos con sus cabezas blancas, pasaban de sesenta años y eran grandes amigos del cura.
Una bella mujer de rasgos indígenas, con tres niños, de doce, seis años y cuatro respectivamente, se acercó a don Miguel para entregarle un jarrito con fresco pulque. Morelos miró discretamente la cintura y busto de la atractiva india, y por respeto desvió la mirada hacia unos rosales que estaban al lado.
—¡José María! —Dijo Hidalgo a Morelos en voz baja— Ella es mi mujer, Manuela Ramos, y mis hijos, Martiniano, Agustina y Lino Mariano.
Morelos entendió perfectamente el juego de discreción que manejaba su amigo y maestro. Muchas cosas se empezaban a decir del polémico cura penjamense.
La bella Manuela estrechó sonriente la mano de Morelos. Martiniano y Lino sólo saludaron con una sonrisa. Les urgía escapar de ahí para ir a comer pastel. Agustina, el vivo retrato de su madre, sólo miró a Morelos conteniendo una risita juguetona.
Los ojos verdes del cura hicieron un rápido atisbo a todas las mesas e invitados para ver que todo estuviera bien.
—Que no falte nada en las mesas, Manuela. Diles a las muchachas que te ayuden.
—Sí, padre.
Manuela y los niños caminaron hacia otras mesas donde había más invitados. Antes de irse dijeron con permiso, con una sonrisa en sus rostros, lo que hablaba de su buena educación. Hidalgo y Morelos volvieron a su charla.
—Manuela cuida de mis hijos. Martiniano es adoptado. Vive conmigo desde hace cinco años que quedó huérfano por la hambruna de Michoacán. Lo rescaté de las manos de un cerdo degenerado que explotaba niños para vivir. Agustina y Lino Mariano son los hijos que tengo con Manuela.
—Sin lugar a dudas una mujer muy bella, Miguel. Además de ser toda una responsabilidad. Como curas debemos ser discretos y no hacer alarde de esto.
—Así es, José María. Discreción ante todo. Antes de ser curas somos hombres y contra eso simplemente no se puede luchar. Es como querer amarrar a un toro con listones para que se esté quieto en el corral.
Morelos soltó una sonora carcajada y dio otro СКАЧАТЬ