Vientos de libertad. Alejandro Basañez
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Название: Vientos de libertad

Автор: Alejandro Basañez

Издательство: Bookwire

Жанр: Социология

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isbn: 9786074572285

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СКАЧАТЬ Fray Servando fue conducido por soldados fuera de la Ciudad de México rumbo a Veracruz. El polémico cura fue escoltado desde la capital a la prisión del puerto por el eficiente militar español, conocido del virrey y del arzobispo.

      Montoya estaba maravillado con las ideas flamígeras del cura. Ganas no le faltaban de liberarlo, la cuestión era que el destierro del cura era orden directa del virrey y el arzobispo, algo imposible de eludir, bajo el riesgo de morir en el paredón por traición al marqués de Branciforte.

      El cura sufría de altas fiebres que fueron curadas por la atención directa que Montoya prestó al prelado caído en desgracia. Aunque el fraile debía estar en total reclusión, sin visita de nadie, Rodolfo se jugó el puesto atendiendo y evitando que un personaje tan importante en la historia del virreinato, pereciera consumido por aquel infierno del puerto, como otros tantos presos antes que él.

      —Te expones demasiado, hijo. El arzobispo, si es posible, me quisiera muerto antes de embarcarme para España.

      —Pues no lo permitiré, padre. Mi misión termina una vez que usted haya puesto pies en el barco. Jamás me lo perdonaría el verlo morir en esta celda inmunda, sin que yo haga algo.

      —Espero no perjudicarte con esta noble acción de tu parte, hijo.

      Montoya acercó la cuchara sopera con el delicioso caldo de res. Los guardias del alcázar, era un hecho que habían corrido el chisme de que en Ulúa, Rodolfo Montoya se desvivía por atender al infeliz que había dicho que la Santa Virgen era una indita insignificante de un cerro árido en Tenayuca.

      —Tengo una duda, padre.

      —¿Cuál hijo?

      —Israel está muy lejos de América, padre. Nadie sabía que todo esto existía hasta que Colón lo descubrió hace tres siglos. ¿Cómo diablos le hizo Santo Tomás para cruzar el océano y llegar hasta acá? Fray Servando esperó a que el delicioso trozo de carne del

      caldo viajara a su reducido estómago para contestar.

      —Quizá el mismo Cristo lo transportó, como en la Biblia dice ocurrió con Jonás y Ezequiel. Los misterios de Dios son inalcanzables e incomprensibles, hijo.

      Montoya dejó que el prelado tomará el plato y la cuchara él mismo. La mejoría del cura hereje era sorprendente.

      —¿Entonces la Tonantzin es una diosa azteca que ha estado en ese mismo cerro por siglos antes de la llegada de los españoles? —Así es, hijo. No tiene nada de española, ni la trajo ningún gachupín de la conquista como la generala de Los Remedios, que

      trajo Juan González de Villafuerte.

      —¿Y todo este castigo que usted sufre es sólo por su sermón del día de la virgen?

      Fray Servando rascó con su mano derecha su abundante barba. No se rasuraba desde diciembre, mes en que fue aprehendido.

      Acomodándose sus lentes de aro prestó atención a la pregunta contestando:

      —El arzobispo odia a los criollos, Rodolfo —Montoya sonrió al escuchar su nombre y no el hijo con el que lo llamaba al inicio—. Además de ser un ignorante empecinado en engrandecer todo lo español sobre lo indígena. No me soltará el cuello hasta asfixiarme. Entre más lejos esté de él mejor.

      —¿Qué es lo mejor para la Nueva España, padre?

      —Romper con España y buscar la independencia, Rodolfo. Debemos seguir el ejemplo de los Estados Unidos. Si unimos todas las federaciones en un solo gobierno destacaremos sobre España como una nación soberana e independiente. Tenemos todo para ser autónomos. No es justo que toda la plata y el oro viajen a España.

      —Decirlo suena fácil, pero el hacerlo es lo difícil.

      —Si en verdad quieres participar en esto y lograrlo, busca unirte con gente de influencia y poder, Rodolfo. Qué mejores aliados para esto que los sacerdotes criollos. Busca su alianza y verás que habrá una luz de esperanza.

      —¿Por qué ellos y no militares como yo?

      —Porque nadie, mejor que los curas, conocen la injusticia que se cierne desde hace tres siglos sobre los indígenas. Ellos saben que en cierto modo se han coludido con la corona española para permitir esta explotación. Hombres como Fray Bartolomé de las Casas pusieron un grito de basta al imperio, pero la explotación no desapareció por completo. Los indios son los verdaderos dueños de este territorio. Si los indígenas son dirigidos por una fuerza religiosa superior se pueden convertir en ejércitos peligrosos para los virreyes. Eso cerdos son la fuerza opresora que ha tenido su bota sobre el cuello de los hijos de Moctezuma desde que Cortés conquistó México.

      —¿Y los militares criollos?

      —Ellos son los generales que deben dirigir a las huestes que exalten los religiosos. Si se lograse unir la fuerza de los indígenas con un nuevo ejército mexicano, totalmente ajeno al virreinal, se conseguiría la independencia.

      Rodolfo caminó hacia la ventana del húmedo recinto, donde llevaba casi dos meses encerrado el cura. A través de la ventana divisó el mar y a la carabela que llevaría al cura a

      España para continuar su indefinida prisión en el convento dominico de Las Caldas, en Santander.

      —Buscaré la manera de hacer realidad su sueño, Fray Servando.

      El sacerdote miró la sombra que proyectaba la figura de Montoya al estar en la ventana. Una satisfacción gratificante creció en su interior al contar con un aliado para cumplir su sueño.

      —No sabes el gusto que me da haber sembrado en ti la inquietud de generar un cambio en la Nueva España. Te recomiendo que busques a un cura que conocí en Valladolid. Su nombre es Miguel Hidalgo y Costilla. Él es diez años más grande que yo. Sé que la flama libertaria crece en su corazón. Acércate a él y exponle lo que platicamos. A ver qué le parece. Lo peor que te puede ocurrir es que te diga que no o que aún no es tiempo. Puedes estar tranquilo de que jamás te delatará con la policía virreinal.

      La reja de la entrada de la celda se abrió de nuevo. Los guardias del barco español venían por Fray Servando. La plática quedó ahí y los dos se despidieron con un emotivo abrazo. Sólo Dios sabía si volverían a encontrar de nuevo algún día. Tras pasar dos meses en la fortaleza de San Juan de Ulúa, el 7 de junio de 1795, Fray Servando embarcó en Veracruz rumbo a Cádiz, España.(1)

      Don Anselmo Larrañeta no escatimó un peso en hacer de los XV años de su única hija, uno de los eventos más grandes y recordados en la historia de Guanajuato. El platero echó la casa por la ventana para presentar a su hija Elena como una distinguida señorita española que cumplía los quince años de edad y estaba lista para desposarse con el mejor chambelán de la ciudad. Todo Guanajuato hablaba de los XV años de La Gachupina, como la apodaban en el pueblo.

      Las fiestas de XV años en la Colonia eran eventos para asegurar quién sería el futuro marido de la festejada. Por ello se invitaba a las familias de más abolengo y dinero en la región. Los chambelanes bailaban y competían para que ese mismo día el padre decidiera quien sería el futuro marido de la festejada. Más que una fiesta inolvidable para la adolescente, el jolgorio se tornaba en una desdicha, al ser arreglado su matrimonio con un muchacho al que seguramente ella aborrecía. СКАЧАТЬ