Vientos de libertad. Alejandro Basañez
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Название: Vientos de libertad

Автор: Alejandro Basañez

Издательство: Bookwire

Жанр: Социология

Серия:

isbn: 9786074572285

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СКАЧАТЬ en dos, cuando una punzada mortal en el estómago lo paralizó, segando poco a poco su vida.

      —Me has engañado cabrón... ¡Ah me muero!... ¡Ah mi panza!... ah...

      Don Crisóforo cayó muerto de bruces a los pies de la peligrosa mujer. El veneno vertido en la copa de su víctima había tenido un efecto fulminante, tal y como se lo había prometido la bruja negra Matilde. De su boca emanaba un ectoplasma espumoso como si fuera un perro rabioso.

      —Qué bueno que el veneno actuó a tiempo, vejete asqueroso, si no hubiera tenido que cortarte el cogote y el pito con mi daga de plata, antes de que intentaras algo más conmigo. Dos violentas patadas en los testículos de la víctima, causaron un morboso placer en la asesina. El rostro de Amparo era totalmente otro, comparado con el de la dulce jovencita de unos minutos antes. En su perturbada mente se presentaban nítidas imágenes de un hombre mayor, acariciando su intimidad y abusando de ella de niña. El fantasma de aquel abusador, su padre, era un espectro que atormentaba su mente desde la infancia.

      Sin perder tiempo se medió desnudó y llamó con un grito a uno de los compañeros de don Crisóforo pidiendo ayuda:

      —¡No sé qué tiene! Se puso mal de repente —dijo Amparo al confundido guardia, cubriéndose sus diminutos pechos con una sábana.

      El sorprendido guardia después de atisbar las tetillas de la dama, se arrodilló para sobarle el pecho a su tieso jefe, intentando resucitarlo. Al estar de espaldas sobre el suelo, Amparo lo atravesó por la espalda con el filoso sable del patrón. El guardia cayó muerto sobre el pecho de su patrón. Después de limpiar la filosa daga sobre las ropas del difunto, volvió a llamar al único guardia que quedaba y al entrar éste al salón, Amparo lo recibió por la espalda con un mortal sablazo que le cortó medio cuello, dejando la cabeza colgando del sangrante tronco, a punto de desprenderse por su propio peso. Una lluvia de borbotones sanguinolentos salpicó a la asesina y todo lo que se encontraba cerca. Amparo sonrió satisfecha, saboreando una gota de sangre que oportunamente cayó sobre sus labios carnosos. Su plan había culminado con éxito. La plata del conde del Teúl ya era suya. Con la ayuda su compinche vaciaría la bodega de las preciadas monedas de plata de los odiados dueños.

      Amparo contaba con la ayuda de Cipriano Villalobos, su cómplice de confianza. Cipriano era un hombre de treinta años de edad, un ex minero que consiguió su libertad huyendo de las minas de la Bufa en Zacatecas, dejando tres guardias muertos en el camino a su apreciada libertad. Cipriano era buscado por las autoridades virreinales y con Amparo encontró un remanso para rehacer su vida de nuevo.

      Cipriano era alto, de musculatura marcada, de cráneo rasurado protegido con una pañoleta roja. Usaba barba de candado que le daba un toque temerario. Un elegante traje de color café claro con chaleco y pantalones acampanados le daba una estampa de sanguinario pirata.

      Amparo le abrió la puerta principal. Cipriano entro con un carromato y lo dirigió a la entrada de la casona. Al contemplar los tres cadáveres en el cuarto principal, Cipriano dimensionó la peligrosidad de su patrona, y más temor, admiración y respeto crecieron en él.

      —Tenemos poco tiempo para sacar lo más que podamos de la bodega, Cipriano. No perdamos tiempo contemplando a estos infelices. Su último día era hoy y ya se los cargó el diablo.

      —Sí, patrona. Comencemos de inmediato.

      Fray Servando Teresa de Mier, presbítero dominico de tan solo veintinueve años de edad, había preparado su sermón con dedicación y ahínco, para presentarlo aquella fría mañana del 12 de diciembre de 1794, por motivo del festejo de la aparición de la virgen de Guadalupe en el Tepeyac, 263 años atrás. Sus investigaciones de años le daban la oportunidad de oro de deslumbrar al arzobispo de México, don Alonso Núñez de Haro y Peralta y al virrey Miguel de la Grúa con su revolucionaria teoría:

      “¿No es éste el pueblo escogido, la nación privilegiada y la tierna prole de María, señalada en todo el mundo con la insignia gloriosa de su especial protección?” —Comenzó Fray Servando con la parte normal o esperada del sermón. Así continúo por varios minutos, hasta que de pronto arrojó su incendiaria teoría:

      “Guadalupe no está pintada en la tilma de Juan Diego sino en la capa de Santo Tomé y apóstol de este reino. Mil setecientos cincuenta años antes del presente, la imagen de Nuestra señora de Guadalupe ya era muy célebre y adorada por los indios aztecas que eran cristianos, en la cima plana de esta sierra del Tenayuca, donde le erigió templo y la colocó Santo Tomé.”

      Los rostros de los fieles ahí presentes reflejaban sorpresa y preocupación. La cara del arzobispo Haro se tornó roja como un tomate. Fray Servando juraba que en cualquier momento le gritaría “Basta de tanta blasfemia.”

      —El descubrimiento del Calendario Azteca en la Plaza Mayor demuestra que la imagen de la Virgen María fue milagrosamente impresa en la capa del apóstol Santo Tomás, quien predicó el evangelio en el Nuevo Mundo desde hace siglos(2). El apóstol Santo Tomás, conocido como Quetzalcóatl entre los aztecas (Toltecas), estuvo en América aun antes que Cristóbal Colón y evangelizó a los indios desde antes de la conquista. —Fray Servando notó que el virrey y el arzobispo se dijeron algo entre cuchicheos. Sus caras denotaban molestia—. La Virgen de Guadalupe, no es otra más que la diosa Tonantzin del Tepeyac. La virgen de la tilma no es otra más que la virgen morena grabada por ella en la capa de Santo Tomás. Ahí plasmó la reina de cielos su efigie, la cual fue entregada a Juan Diego en 1531, diez años después de la conquista de México.

      El Arzobispo no espero a que Fray Servando terminara su infame sermón. Escuchar que la virgen del Tepeyac no era de Nueva España sino indígena, era un vomitivo para él. El cura se levantó de su silla haciendo un desplante de molestia, y junto con Miguel de la Grúa, abandonaron furiosos el recinto Guadalupano. Fray Servando temió lo peor por su imprudencia.

      El arzobispo, quién sentía escozor por todo lo criollo, le acusó de herejía y blasfemia ante el Santo Oficio, por lo cual fue excomulgado, encarcelado y despojado de sus libros malditos. Como si fuera una maldita coincidencia, el 28 de diciembre, Día de los Inocentes, Fray Servando fue condenado a diez años de exilio en España. Intentó3 apelar su condena, puesto que tanto los cargos como el procedimiento fueron ilegales. Por ser miembro del clero regular no podía ser sentenciado por el obispo de México (clero secular), además de que fue sentenciado sin previo juicio. Tras pasar dos meses en la fortaleza de San Juan de Ulúa, en la que casi muere, el 7 de junio de 1795 embarcó en Veracruz, rumbo a Cádiz.

      El cura se alegró de recibir esta inesperada visita en su nueva casa de San Felipe Torres Mochas. Crisanto Giresse era siempre bienvenido para don Miguel Hidalgo y Costilla. Don Miguel se econtraba sin camisa, empapado en sudor por estar partiendo leña.

      —Ya tenía tiempo que no nos veíamos, padre —gritó Crisanto, extendiendo los brazos para darle un cálido abrazo a su querido amigo.

      —¡Crisanto! Luces como un marquesillo de esos que andan por la capital todo el día lambisconeando al virrey para ver qué le sacan.

      —Yo no tengo nada que sacarle a ese cabrón, padre. Al contrario, él me dejó seco al robarse todo mi patrimonio por ser francés.

      —Sí, lo sé. Esa incautación de bienes a los franceses ha causado un escándalo en la Nueva España.

      —¡Me dan ganas de asesinarlo!

      Hidalgo se puso un sacó para evitar sufrir un enfriamiento. Extendió una copa de vino a su amigo. Los dos se sentaron en el СКАЧАТЬ