Название: Vientos de libertad
Автор: Alejandro Basañez
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
isbn: 9786074572285
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—Quítate esa idea de la cabeza, mozalbete cabrón. Ya de por sí es una victoria que estés vivo y libre. Bien podrías seguir en una mazmorra encerrado hasta pudrirte en vida. El capital ya lo harás de nuevo. Ése va y viene, y tú tienes talento para eso.
Crisanto se quedó estático al tener enfrente de su rostro a un veloz y amenazante abejorro, semejante a una uva voladora. Después de hacer una tregua pacífica con aquel humano, el insecto continuó su vertiginosa exploración entre los aromáticos guayabos.
—Ya estoy trabajando en eso, padre. A mí ese carbón no me va a dejar sin nada con los brazos cruzados. Ya me recuperaré poco a poco.
Hidalgo sabía de las inicuas actividades de Crisanto por la mutua confianza que se tenían. El cura no lo trataba como feligrés, sino como a un amigo. Nunca lo había confesado. Lo mucho que sabía de su amigo era porque él se lo compartía.
—¿Ya empezaste a desplumar gachupines de nuevo?
Crisanto soltó una risotada cínica. Su atractivo varonil se acentuaba cuando se encontraba alegre. De su casaca sacó una cajita de finos puros y compartió uno con su amigo.
—Ahora lo hago pero en grande, padre. Ya no asalto viejecitas saliendo de misa.
Hidalgo rio por la ocurrencia de su amigo. Con sus dedos tomó un puro para encenderlo.
—¿Qué golpe grande diste ahora que te ves tan contento?
—Yo fui el que asaltó la hacienda del conde del Teúl.
Hidalgo detuvo el viaje del puro a su boca. Sus ojos se agrandaron ante el asombro y temor. El asalto a la hacienda había sido un escándalo en el Bajío. El virrey consternado había jurado atrapar a los culpables de los asesinatos del cortijo.
—¡Hubo muertos hijo!
—Tres, padre. ¡Mi cómplice los mató! Ellos tuvieron la culpa. —¿Por qué los mató?
—A veces no es posible dar un golpe sin ser visto, padre. Cuando uno es reconocido, no se puede dejar vivo al testigo. Al día siguiente te atraparían y te pondrían una soga al cuello. Por eso lo hizo.
—Qué Dios perdone a tu cómplice y dé descanso eterno a los caídos.
Crisanto dio una profunda fumada a su puro. Entrecerrando los ojos soltó la humareda, creando caprichosas figuras en el aire. Mirando serenamente al cura, le respondió:
—Mi cómplice es una mujer, padre.
—¿Una mujer?
Hidalgo puso una mano en el hombro de su amigo para comentar:
—Más aún, Crisanto. Una mujer está para engendrar vida y cuidarla, no para quitarla.
Crisanto, con gesto abstraído, clavó la mirada al suelo. Sabía que el cura tenía razón y encontraba difícil e incómoda la defensa de su compinche.
—Procuraré que eso no vuelva a ocurrir, padre. Hablaré con Amparo, y si es preciso la traeré ante usted para que se confiese.
—Eso no es necesario, amigo. Sólo te pido que evites a toda costa que tu gente mate. Eso es todo. Todas las vidas son sagradas y necesarias en el reino del señor, hijo. Por eso nuestro Señor las trajo a este mundo.
Crisanto, buscando salir de ese tema tan incómodo, hurgó en un maletín de cuero que llevaba a su lado para entregar algo al padre.
—Ahora es a mí a quien le toca entregarle una obra magna, padre.
Hidalgo abrió sus ojos como si fuera un chiquillo al que se le acercara un frasco con coloridos caramelos.
—¡El desengaño del hombre!
—Así es, padre. El mismo libro al que el virrey ha prohibido su entrada en la Nueva España.
—El mismito que Santiago Felipe Puglia escribió en Filadelfia en español.
—Una obra escrita en español que pone en duda la legalidad de la monarquía española, al argumentar que es un sistema antinatural, pues contraviene las leyes divinas y humanas, además de atentar contra la libertad del hombre.
Hidalgo palpaba extasiado el cuero del forro y examinaba algunos renglones del contenido.
—Este libro plantea con muy buenas bases la independencia de las colonias americanas.
—Tan buenas bases que por eso no es posible encontrarlo en ningún lado, padre.
—¿Cómo fue que lo conseguiste?
—De manos de un amigo que vigila el camino a Veracruz. —Muchas gracias, Crisanto. Me fascinó tu presente.
—En una hora vendrán unos amigos con los que ensayaremos una obra de teatro. Espero te quedes a verla y me des tu valiosa opinión.
—Con gusto, padre. Ya sabe que me encanta el teatro francés. ¿Qué obra es?
—Tartufo de Moliere.
—Tartufo, el cura farsante que quiere quedarse con los bienes y la hija de su amigo Orgón, además de seducir a su joven esposa.
—Ese mismo, amigo. ¡Me sorprendes!
—Nada más con que usted no la haga de Tartufo, padre. Eso no sería actuar.
Los dos rieron por la broma de Crisanto. En el fondo sabían que algo o mucho del personaje embonaba muy bien con la polémica personalidad del cura de San Felipe.
—Trataré de representarlo mucho mejor que en los teatros de París.
El virrey Miguel de la Grúa ordenó a su asistente que permitiera la entrada al importante invitado que aguardaba en la antesala de su elegante despacho. Era un hombre joven, de cabello rizado con largas patillas y ojos negros como el carbón. Su vestimenta reflejaba una modesta posición económica. El convidado se paró en el umbral del despacho para saludar con un gesto amable:
—Un honor ser invitado a platicar con el máximo jerarca de la Nueva España.
—No te desgastes en elogios zalameros, Manuel(4). Lo tuyo es crear con tus manos obras maestras para la posteridad, no lambisconear nobles haraganes. Es por eso que estas aquí.
—Usted dirá para qué soy bueno, señor virrey.
De la Grúa sirvió dos copas de coñac y entregó una a su importante invitado.
—Su majestad Carlos IV me tiene entre ceja y ceja por los escándalos de los últimos meses. Debo ganármelo, y para eso te llamé
Manuel. Necesito que diseñes una estatua del rey montando un brioso caballo en movimiento, como la del romano Marco Aurelio. Yo cargaré con los gastos, los cuales incluyen muy buenos honorarios para ti, amigo.
Manuel Tolsá echó una mirada a su copa, jugueteó con el cristal, haciendo que casi se derramase СКАЧАТЬ