El capitaloceno. Francisco Serratos
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El capitaloceno - Francisco Serratos страница 19

Название: El capitaloceno

Автор: Francisco Serratos

Издательство: Bookwire

Жанр: Изобразительное искусство, фотография

Серия:

isbn: 9786073043229

isbn:

СКАЧАТЬ convirtió en una epidemia que atacaba en especial a los jóvenes citadinos que, bajo las nuevas presiones económicas y laborales, caían víctimas de agotamiento y depresión. Para finales del siglo XIX, gran parte de la sociedad estadounidense vivía en centros urbanos y trabajaba en sectores de la industria, lo que sometió a la población a nuevas exigencias biológicas que repercutían en su salud. En esa época la neurastenia ya era una obsesión entre los educadores y conservacionistas debido al aumento de casos entre los jóvenes varones, y la causa, según ellos, era la vida urbana que había afeminado a los hombres que antes trabajaban al aire libre, construían trenes, casas y caminos, y por ello los recién venidos migrantes estaban superando en número a los nórdicos. La política de inmigración se fortaleció, sobre todo, durante esas décadas. Si se atienden las estadísticas, antes de 1883, señala Powell, los principales grupos migrantes hacia Estados Unidos provenían de países como Bélgica, Dinamarca, Inglaterra, Francia, Alemania, Irlanda, Países Bajos, Noruega, Escocia, Suecia, Suiza y Gales. Pero entre los años 1883 y 1907 la migración masiva proveniente de Hungría, Bulgaria, Grecia, Italia, Polonia, Portugal, Rusia, Serbia, España, Siria y Turquía comprendía el 80% de los migrantes europeos, es decir, en poco tiempo los nuevos migrantes comenzaron a superar en número a los viejos europeos nórdicos.

      Como es de esperarse, esta tendencia comenzó a generar una ansiedad de extinción entre los primeros colonizadores americanos, al grado de que varios pioneros del conservadurismo culparon a grupos étnicos de ser una amenaza para las especies que ellos intentaban preservar. Entre los naturalistas de la época se encontraba William Temple Hornaday, el primer director del Zoológico de Nueva York y autor de varios libros de peso en el campo de la conservación natural en el continente americano, entre ellos The Extermination of the American Bison (1887). Para Hornaday, los italianos, sobre todo, eran una amenaza para la fauna americana: «son una especie de mangosta humana cuando se trata de fauna y flora. Denle un poco de poder y rápidamente exterminará toda forma de vida animal con plumas o pelo […] En el norte, los italianos se pelean por el privilegio de comer cualquier animal emplumado», escribió Hornaday, mientras que en «el sur, los negros y blancos pobres están matando a todas las aves cantoras […] para alimentos».

      No lejos de estas aseveraciones se encontraban las palabras de otros colegas de Hornaday, entre ellos Henry Fairfield Osborn, Madison Grant e incluso Theodore Roosevelt; todos ellos, explica Powell, desarrollaron una ciencia de la conservación que sólo se puede entender en términos de raza y género. Incluso bien avanzado el siglo XX, estas opiniones eran comunes en la nueva generación de conservacionistas, como la de Harold J. Coolidge, encargado de trabajar en Latinoamérica promoviendo la conservación y protección de animales. Ante la falta de voluntad de gobiernos latinoamericanos para cooperar con su proyecto, Coolidge le escribió a su colega Julian Huxley: «Tal vez en unos cuantos años las cosas vayan a cambiar y, si las conferencias son exitosas, nuestros vecinos latinoamericanos abran los ojos. A mi parecer, es más probable que adopten la conservación por una moda y no como un beneficio para ellos mismos. En muchas maneras son iguales a los chinos, quienes tienen poca consideración por la vida humana y aún menos por la de los animales y aves». Esto, mientras su país y Europa sometían a una explotación inédita en la historia del planeta a las demás naciones americanas, africanas y asiáticas.

      La ecología como ciencia, en suma, no se puede explicar sin sus implicaciones racistas y con esto no me refiero a sus meras raíces, sino a sus aplicaciones más contemporáneas. Ernst Haeckel, quien acuñó el concepto de ecología, creía en la eugenesia, en la supremacía racial nórdica y fue un reacio opositor al mestizaje racial. En su tierra natal, Alemania, las mismas ideas que circulaban en Estados Unidos a finales del siglo XIX eran muy populares y se materializaron incluso en instituciones como las Wandervögel —traducido como «pájaros errantes» o «pájaros excursionistas»—, que consistían en clubs de excursión al campo para escapar de las urbes y entrar en contacto con el pasado agrario alemán. Las Juventudes Hitlerianas copiaron mucho de Wandervögel, como los uniformes y su disciplina castrense. Otro seguidor de Haeckel fue el geógrafo Friedrich Ratzel —volveré a él más tarde—, quien acuñó un concepto también influyente en la ideología nazi, Lebensraum —espacio vital—, y que justificó la expansión de la raza aria en Europa para expandir las fronteras de recursos que ayudarían a construir la utopía aria.

      Otros dos conceptos surgidos del lado oscuro de la ecología son holismo y superorganismo, mismos que surgieron como una manera de clasificar la naturaleza y luego a la sociedad. El botánico estadounidense Frederic Clements, a principios del siglo pasado, comenzó a pensar la vegetación como una «comunidad biótica» compleja cuyos procesos evolutivos eran coordinados y armoniosos, es decir se movían de la misma forma que las manecillas de un reloj son impulsadas por un mecanismo candente y constante: los órganos trabajan al unísono dentro de un gran organismo, pero ninguno domina a otro, sino que ambos son codependientes. Esta idea haría resonancia en Sudáfrica durante pleno Apartheid. Ahí un grupo de ecólogos liderados por Jan Christian Smuts, general y primer ministro de aquel país, implementó el holismo en la sociedad. En su libro Holism and Evolution (1926) Smuts argumentaba, alejándose del mecanismo de Clements, que «todos los organismos sienten la fuerza y efecto modelador de su medio ambiente como un todo». Cada organismo se autorregula por sus propias leyes autorreflexivas, por lo que, si el todo se daña, una parte es capaz de sanar la herida, y este proceso es evolutivo, es decir se mejora con el tiempo. Los organismos pueden crear más organismos, unos más grandes que otros, más complejos, más perfectos. Dentro de ellos se establece una jerarquía en la que los organismos menos evolucionados tienen mayor dependencia de otros porque son incapaces de controlar su medio ambiente para satisfacer sus necesidades y sobrevivir, mientras que los más complejos y grandes gozan de mayor libertad; por tanto, no debían contaminarse uno con otro y, si acaso sucedía ello, era para que los últimos mejoraran a los primeros. No es difícil imaginar hacia dónde se dirigía Smut: los europeos, según sus conferencias dadas en Oxford en 1929, debían continuar su empresa colonialista en África para poder salvar a sus habitantes de la barbarie; el proceso será doloroso, admitió, pero a final de cuentas justo y benéfico para los africanos. Para poder controlar el proceso, Smut acuñó el término apartheid en 1917 —casi al mismo tiempo que acuñó holismo, refieren Foster y colegas—, porque «no podemos permitir la mezcla de razas porque esto significa la degradación de la superioridad racial y cultural». Abogaba por una «gran aristocracia de raza blanca» y durante su administración como primer ministro de Sudáfrica no dudó en defender los valores liberales del mercado por encima de la dignidad de las minorías. Los miembros de sindicatos de trabajadores eran fuertemente reprimidos, asesinados y bombardeados por Smut; a veces los expulsaba del país o impedía que entraran. Aunque como hombre de ciencia entendía la importancia de África en la historia de la evolución humana, consideraba a los africanos contemporáneos como niños inmaduros, estancados en un tiempo arcaico del cual no podían escapar. Su cultura, su religión, su literatura, su arquitectura eran inferiores. «Estos niños de la naturaleza», escribió, «no cuentan con la tenacidad y persistencia inherentes de los europeos, tampoco con los incentivos morales y sociales para el progreso que han construido la civilización europea en un periodo de tiempo comparativamente corto» y por tanto «era claro que una raza tan peculiar, tan diferente de mentalidad y de cultura de las de los europeos, demandaba una política mucho muy diferente a la de los europeos». O sea, el Apartheid.

      Los versos del controversial poeta sudafricano Roy Campbell, esposo de Mary Margaret Garman, una de las hermanas asiduas del grupo de Bloomsbury y amante de Vita Sackville-West, quien a su vez mantenía una relación sentimental con Virginia Woolf, describen a la perfección el legado de Smut, los orígenes de la ecología y sus aspectos racistas.

      El amor por la Naturaleza que ardía en su corazón

      Nos lo ofrece el nuevo San Francisco en su libro—

      El Santo que alimentó a las aves en Bondelswart

      Y engordó a los buitres en Bull Hoek.

      Конец СКАЧАТЬ