Otra historia de la ópera. Fernando Sáez Aldana
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СКАЧАТЬ La novia vendida, de Bedrich Smetana

      – Los maestros cantores de Núremberg, de Richard Wagner

      – El príncipe Igor, de Alexander Borodin

      – Sadko, de Nicolai Rimski-Korsakov

      – Iolanta, de Piotr Ilich Chaikovski

      – La chica del Oeste, de Giacomo Puccini

      – Las excursiones del señor Broucek, de Leos Janacek

      – El caballero de la rosa, Ariadna en Naxos y La mujer sin sombra, de Richard Strauss

      – Palestrina, de Hans Pfitzner

      – El amor de las tres naranjas, de Sergéi Prokofiev

      – Matías el pintor, de Paul Hindemith

      – El sueño de una noche de verano, de Benjamin Britten

      – La nariz, de Dimitri Shostakovich

      La mitad de estás óperas son cómicas (bufas) o comedias, lo que significa que hay pocas grandes óperas serias en el repertorio que finalicen sin personajes fallecidos, es decir, que escasean los dramas sin muerte, como si ésta fuese un desenlace difícilmente evitable

      La Muerte como personaje

      Existe una ópera sin muerte cuya protagonista, paradójicamente, es la mismísima Muerte. Formando parte de su campaña contra el «arte degenerado», el diabólico régimen nazi calificó de «música degenerada» (Entartete Musik) a la que compusieron músicos que fueron perseguidos por su origen judío o sus simpatías por el marxismo, o por las nuevas corrientes musicales como el jazz.

      Algunos, como Erich W. Korngold (La ciudad muerta), Arnold Schönberg (Moisés y Aarón), Berthold Goldschmidt (El cornudo formidable) o Ernst Krenek (Jonny empieza a tocar) salvaron la vida escapando de Alemania. Walter Braunfels (Los pájaros) fue prohibido pero conservó la vida; Franz Schreker (Los estigmatizados) murió antes de que lo mataran pero Hans Krása y Viktor Ullmann, no tuvieron esa suerte. Ambos fueron internados primero en el campo de concentración de Theresienstadt (hoy Terezín, en la República Checa), donde compusieron sendas óperas. Krása logró estrenar en aquel lugar su ópera para niños Brundibár, pero a Ullmann le prohibieron representar El emperador de la Atlántida porque olía a caricatura del mismísimo Hitler. Ambos morirían en el campo de exterminio de Auschwitz en octubre de 1944, con un día de diferencia.

      En El emperador de la Atlántida, subtitulada «La abdicación de la Muerte», el personaje principal es la Muerte, que se declara en huelga cuando el Emperador Overall («Por encima de todo») ordena una guerra en la que todos deben matarse hasta no quedar supervivientes. Ofendida por lo que considera una usurpación de competencias, la Muerte —papel encomendado, cómo no, a un bajo— deja de «arrancar las hierbas marchitas» y el resultado de su huelga de brazos caídos es que los soldados no mueren ni siquiera después de ahorcarlos o fusilarlos. Incluso surge una tierna historia de amor entre un soldado y una doncella enemigos. Pero los sufrientes no encuentran el consuelo liberador de la defunción y el Emperador acaba claudicando ofreciéndose a la Muerte como su primera víctima si empuña de nuevo la guadaña para que «salve a millones de la agonía de la vida». ¿Hubiese compuesto Ullmann una obra parecida fuera de un campo de exterminio nazi?

      El emperador de la Atlántida se estrenó en Ámsterdam en 1975.

      La muerte burlada

      En algunas de estas óperas, sin embargo, la amenaza de muerte se cierne sobre algunos personajes que finalmente se libran de ella gracias al triunfo final de Eros sobre Tánatos.

      Este final feliz es característico de las óperas barrocas y clásicas, ya que en el galante siglo XVIII y hasta el advenimiento del Romanticismo en el XIX la muerte como desenlace trágico no estaba bien vista, aunque hubiese merodeado por el escenario. Así sucede en títulos como Tamerlán, Agripina y Radamisto de Händel, en Alcestes e Ifigenia en Áulida de Gluck, Castor y Pólux de Rameau, Idomeneo y La clemencia de Tito de Mozart, Orlando Paladino de Haydn, Fidelio de Beethoven y La vestal de Spontini. Detengámonos en algunos casos.

      Radamisto

      El rey de Armenia Tirídates, casado con Polixena, pretende a Zenobia, esposa de Radamisto, rey de Tracia y hermano de Polixena. El cuadrilátero se complica con Tigranes, general de Tirídates que desea a Polixena. Para conseguir a Zenobia, Tirídates ataca a Tracia, captura a Radamisto y a su padre Farasmane y los condena a muerte, pero Tigranes desobedece la orden. Zenobia se arroja al río y Radamisto cree que ha muerto, pero Tigranes la rescata. Más tarde, Polixena se interpone entre su marido y su hermano para evitar que se maten y Radamisto propaga la falsa noticia de su fallecimiento. Después de tanta amenaza de muerte sobre el escenario durante las tres horas que dura la representación, resulta que al final no perece nadie y los matrimonios de los reyes de Tracia y Armenia acaban arreglándose felizmente.

      Agripina

      Pocas óperas pueden presumir de libreto escrito por un cardenal que fue embajador del Papa ante el Sacro Imperio y virrey de Nápoles. Tal fue el caso de Agrippina, con música de Georg Friedrich Händel y un texto de Vincenzo Grimani, repleto de falsedades históricas que, al parecer, reflejaba las maquinaciones del propio príncipe de la Iglesia y de su jefe, el papa Clemente XI. Sin embargo, el libreto, «repleto de intriga, cinismo y humor negro» está considerado como el mejor de cuantos Haendel musicó.

      Agripina es la esposa del emperador Claudio y madre de Nerón, fruto de un matrimonio anterior. Se difunde la falsa noticia de que Claudio se ha ahogado en el mar y Agripina se apresura a coronar a su hijo, pero resulta que el emperador fue salvado por el militar Otón, a quien en agradecimiento Claudio nombra sucesor. Para más lío, tanto Otón como Claudio aman a la misma mujer, Popea. Agripina se las apaña para que Popea rechace a Otón despertando a la vez los celos de Claudio, que acaba nombrando sucesor a Nerón. Al final Otón renuncia por amor a Popea y Claudio bendice a la pareja.

      Pero la historia real no fue tan amable: Nerón ordenó asesinar a su madre —la cual envenenó a su esposo Claudio con un plato de setas— porque se oponía a su unión con Popea, que era la esposa de Otón. Nerón acabó suicidándose con la ayuda de su asistente Epafrodito, el cual, por no haber impedido el suicidio, sería ejecutado por orden del emperador Domiciano, que fue asesinado en un complot palaciego… Demasiada muerte real silenciada en la ficción de esta ópera.

      La clemencia de Tito

      Buena muestra de la ingente cantidad de óperas olvidadas que existen son las ¡cuarenta y cuatro! compuestas con el título de La clemencia de Tito en menos de un siglo (1734-1832) por músicos como Niccolò Jommelli, autor de unas sesenta óperas tan olvidadas como el propio compositor. Pero se dice que de la cantidad sale la calidad y para corroborarlo está la versión de Wolfgang Amadeus Mozart del dramma per musica de Pietro Metastasio que posiblemente haya inspirado más libretos en la historia de la ópera.

      El lío argumental СКАЧАТЬ