Название: Otra historia de la ópera
Автор: Fernando Sáez Aldana
Издательство: Bookwire
Жанр: Изобразительное искусство, фотография
isbn: 9788499176338
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Quizás el rapto de locura más famoso de la historia de la ópera sea el de Lucía de Lammermoor cuando mata a Arturo en la noche de bodas.
Escena de La médium, de Gian Carlo Menotti.
Miedo insuperable
Aterrorizada por lo que cree un fantasma, Madame Flora (La médium) dispara su pistola contra el teatro de marionetas tras el cual se esconde el gitanillo mudo Toby.
B. Suicidio
Desde un punto de vista dramático, el suicidio es un modo de morir más noble, elevado y trágico que el homicidio. Sobre el escenario operístico, matarse da más juego teatral que sufrir una humillación, asumir un resto de existencia desdichado e incluso que ser asesinado. Lo más preciado que tiene el ser humano es su vida y para quitársela por su propia mano se necesita una poderosa razón que pueda llegar a justificarlo.
Así que, antes que caer en manos de los griegos, sin duda para deshonrarlas antes de asesinarlas, Casandra y una parte de las mujeres troyanas (Los Troyanos) prefieren quitarse la vida apuñalándose en masa. Antes que sufrir la tortura de la pérdida de su hijito durante el resto de su vida, Madama Butterfly se hace el harakiri y Suor Angélica ingiere un brebaje letal. Y antes que vivir atormentadas por el remordimiento, la desesperación, el desamor o la vergüenza, Abigaille (Nabucco), Lakmé, Magda (El cónsul) o Lucrecia (La violación de Lucrecia) prefieren quitarse de en medio con dignidad y, por qué no decirlo, con grandeza, porque renunciar a la vida para evitar la infelicidad engrandece al personaje. Se comprende que personajes operísticos de la talla de Julieta, Dido, Hermann, Fedora, Otelo o Brunilda prefieran morir con dignidad a sobrevivir en la amargura.
La soprano Karah Son como Cio-Cio San en Madama Butterfly, de Giacomo Puccini.
En las óperas más importantes en las que ocurre un suicidio, la proporción de mujeres casi duplica a la de hombres. Dado que la autolisis responde siempre a un estado psicológico de malestar crónico insoportable, se explica que los libretistas y compositores de óperas de todas las épocas, casi todos varones, hayan creado o adaptado muchos más personajes femeninos que masculinos desgraciados o desesperados.
Como veremos en los casos particulares, los métodos preferidos para el suicidio operístico son el veneno, el arma blanca y el fuego, seguidos por el ahogamiento, la precipitación y el ahorcamiento.
El «suicidador» de heroínas
A Giacomo Antonio Domenico Michele Secondo Maria Puccini (Lucca, 1858 – Bruselas, 1924) le pusieron tantos nombres como generaciones de músicos había regalado la familia al Duomo de su ciudad natal. Como su padre, su abuelo y su bisabuelo, el adolescente Giacomo estaba predestinado a tocar el órgano de la catedral, pero pronto dio síntomas de descarrío como aporrear el piano en tascucias y robar cañerías de plomo para comprar tabaco, hasta que el 11 de mayo de 1876 su vida se encauzó. Representaban la Aida de Verdi en Pisa y Puccini recorrió a pie los veinte kilómetros que lo separaban de la revelación de su destino: componer óperas. Tras la prometedora Le Villi y el fiasco de Edgar, el apoteósico estreno de Manon Lescaut lo entronizó como nuevo rey de la ópera italiana, es decir, de la Ópera, cuando contaba los 35 años que vivió Mozart.
Como la de su colega Chaikovski, la música de Puccini sigue debatiéndose entre el indiscutible éxito popular y el desdén esnob de presuntos intelectuales musicales que rebajan los «sensibleros» melodramas puccinianos por excitar conscientemente los instintos menos refinados del oyente. Pero ahí están La Bohème, Tosca y Madama Butterfly entre las diez óperas más representadas año tras año en todo el mundo, y ahí siguen generación tras generación millones de espectadores dispuestos a llorar una vez más con la muerte de Mimí, a romperse las manos tras otro Vissi d’arte, a embelesarse de nuevo con el Oh mio babbino caro o a enronquecer de tanto bravo al Nessun dorma, a sabiendas de que el mago de las emociones Puccini se la está jugando una vez más con sus viejos trucos.
Las heroínas puccinianas (Manon, Mimí, Cio-Cio San, Floria Tosca, Suor Angelica, Liú) son «mujercitas que solo saben amar y sufrir», casi siempre hasta la muerte y mayormente suicidándose. Solo tras el escándalo del suicidio real de la criada Doria Manfredi, injustamente acusada por Elvira5 —quien había dejado a su marido por Puccini— de mantener relaciones íntimas con el músico, el «poderoso cazador de aves silvestres, libretos operísticos y mujeres atractivas» compuso una ópera-western (La fanciulla del West) cuya protagonista Minnie no sólo no se mata sino que ni se muere.
Pero, pasado el mal trago, Puccini volvió a las andadas suicidando a la fiel esclava Liú tras dejarle cantar la bellísima aria Tu che di gel sei cinta («Tú, que estás rodeada de hielo») Sería su último suicidio porque el maestro, fumador empedernido, falleció sin acabar Turandot víctima de un cáncer de laringe.
Además del homicidio y el suicidio son menos frecuentes otras causas de muerte como las naturales (vejez, enfermedad), las catástrofes naturales, las emociones intensas, el «desfallecimiento» y las que calificamos de misteriosas o sobrenaturales (desaparición, condenación, ascenso al cielo, etc).
La agonía en la ópera
Aunque no todas, la gran mayoría de las muertes de personajes operísticos —hablamos de protagonistas principales— pertenecen a una de estas dos clases: fulminante o interminable.
Como es obvio, la muerte será más inmediata cuanto más violenta y cotundente lo sea el mecanismo que la produce: Ana Bolena, Jokanaán o Roberto Devereux, por ejemplo, no pueden permanecer vivos ni un instante tras su decapitación, lo que priva a estos personajes de la posibilidad de seguir cantando ni en pianissimo. Pero algunos personajes perecen nada más recibir su merecido, incluso con la cabeza en su sitio, casi sin decir ni palabra, como Melot tras caer fulminado por la espada de Kurwenal o Pelleas por la de su hermanastro Golaud. Otros tienen tiempo de lanzar algún alarido antes de expirar, como Clitemnestra a manos de su hijo Orestes, e incluso de articular alguna frase, como Atila cuando descubre que su asesina es su prometida, o varias, como el barón Scarpia después que Tosca le hinque el cuchillo de la cena en su pecho inflamado de lujuria. Y otros, en fin, han de seguir cantando todavía un buen rato —y con qué bríos— aunque estén desangrándose, como Werther y Tristán, éste último durante un largo tercer acto entero.
El «podio» de la muerte en el escenario
Resulta significativo que las tres óperas más representadas en todo el mundo finalicen con la muerte de sus protagonistas femeninas, dos de la misma enfermedad infecciosa (tuberculosis pulmonar) y la tercera asesinada por un amante despechado. Si existiera una competición por el número de veces que fallecen todos los años sobre los escenarios, el podio estaría ocupado del siguiente modo inalterable:
1º. Violeta (La traviata, de Verdi)
2º. СКАЧАТЬ