Название: Profunda atracción - Nuestra noche de pasión
Автор: Catherine Mann
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Ómnibus Deseo
isbn: 9788413751634
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Ella también miró hacia el carrito de la comida, mientras el quejido se transformaba en un instante en llanto a pleno pulmón.
–¿Qué diablos es eso? –inquirió él, mirando a Mari desconcertado.
–A mí no me mires –repuso ella, alzando las manos.
Con dos grandes zancadas, Rowan llegó hasta el carrito, levantó el mantel y, debajo, encontró un bebé.
Capítulo Dos
El eco de su llanto resonó en la habitación. Mari miró conmocionada al pequeño. Parecía tan indefenso… No debía de tener más de dos o tres meses. Llevaba un pañal, una camisetita blanca y una manta verde enrollada en las piernas.
–Oh, cielos. ¿Es un bebé? –dijo ella, tragando saliva, sin poder creerlo.
–No es un perrito, desde luego –repuso Rowan, y se agachó junto al carrito. Con la maestría de un médico experimentado, tomó al bebé en sus brazos.
El pequeño dejó de dar patadas y apoyó la cabeza con un suspiro en el pecho de Rowan.
–¿Qué hace aquí? –inquirió ella, echándose a un lado para dejar pasar a Rowan, rumbo al sofá.
–No soy yo quien ha traído el carrito –repuso él y le metió el dedo al bebé en la boca con suavidad, como si quisiera comprobar algo.
–Bueno, yo no lo puse ahí.
–¿Está bien? –preguntó ella tras unos segundos en que él seguía examinándolo–. ¿Es niña o niño?
–Niña –informó él, después de volver a colocarle el pañal–. Debe de tener unos tres meses, más o menos.
–Deberíamos llamar a las autoridades. ¿Y si quien lo ha abandonado sigue en el edificio? –señaló ella–. Antes vi a una mujer alejándose del carrito. Pensé que estaba contestando una llamada de teléfono, pero igual era la madre del bebé.
–Habrá que investigarlo. Espero que las cámaras de seguridad lo hayan grabado. Ahora repasa cada detalle de lo que vas a contarle a las autoridades, para que no se te olvide nada –sugirió él con tono profesional–. ¿Viste a alguien más cerca del carrito antes de llevártelo?
–¿No me estarás echando la culpa a mí?
–Claro que no.
Aun así, Mari no pudo evitar sentirse culpable.
–Igual metí la pata al llevarme el carrito. Tal vez no sea un bebé abandonado. ¿Y si su madre solo quería tener a su bebé con ella mientras trabajaba? Debe de estar buscándola como loca.
–O temiendo tener problemas –añadió él con tono seco.
–Tenemos que llamar a recepción ahora mismo –indicó ella.
–Antes de llamar, ¿puedes pasarme la bolsa que había junto a ella en el carrito? Igual tiene alguna pista de quién es. O, al menos, igual hay pañales para cambiarla.
–Claro. Espera.
Mari sacó una bolsa del carrito, dando gracias al cielo porque el bebé estuviera sano y salvo. Solo de pensar que alguien pudiera haberle hecho daño, apretó los dientes con frustración.
Después de entregársela a Rowan, descolgó el teléfono para llamar.
–Un momento, por favor –respondió una voz al otro lado del auricular y, acto seguido, comenzó a sonar un villancico por el hilo musical telefónico.
–Me han dejado la llamada en espera –informó a Rowan con un suspiro.
Él la miró con gesto de desesperación.
–Quien decidiera celebrar un congreso en esta época del año debe de estar mal de la cabeza. El hotel ya estaba lleno de turistas y ahora, encima, también de los asistentes a las conferencias.
–Por una vez, estamos de acuerdo –replicó ella, sin quitarle los ojos de encima al bebé y a Rowan. Con la pequeña en brazos, estaba todavía más atractivo, así que cambió la vista a la ventana, para pensar en otra cosa.
Los jardines del hotel estaban relucientes de decoración navideña. El país de su padre era una mezcla muy heterogénea de religiones y tenía una arraigada tradición cristiana, establecida por los portugueses.
Aunque Mari no solía celebrar en familia aquellas fiestas ni darles demasiada importancia, tampoco podía ignorar por completo el mensaje de paz y amor de la Navidad. Que un padre abandonara a su bebé en esa época del año le parecía especialmente dramático. Ansiando tomar a la niña en sus brazos para protegerla de todo mal, volvió a posar la vista en Rowan.
–¿Qué pasa? –preguntó ella, al ver que él rebuscaba dentro de la bolsa con el ceño fruncido.
–Puedes dejar de preocuparte porque alguna madre hubiera traído a su hija al trabajo de incógnito –señaló él, mostrándole una hoja de papel–. He encontrado esta nota.
–¿Qué dice? –preguntó ella, corriendo hacia él.
–La madre pretendía dejar el carrito, con la niña, en mi habitación –afirmó él y le tendió la nota–. Lee esto.
Doctor Boothe, es usted famoso por su generosidad. Por favor, cuide de mi niña, Issa. Mi marido ha muerto en un enfrentamiento fronterizo y no puedo darle a Issa lo que necesita. Dígale que la quiero y que pensaré en ella todos los días.
Mari releyó la nota, atónita, sin poder creer que alguien fuera capaz de renunciar a su hijo con tanta ligereza.
–¿La gente suele dejar bebés en tu puerta de forma habitual?
–Ha pasado un par de veces en mi clínica, pero nunca me había pasado algo así –repuso él, y le tendió el bebé–. Toma a Issa mientras llamo por teléfono. Tengo algunos contactos que pueden ayudarnos.
Mari dio un paso atrás.
–No tengo mucha experiencia con bebés.
–¿Nunca trabajaste de niñera cuando ibas al instituto? –preguntó él y se sacó el móvil del bolsillo mientras sujetaba al bebé en el otro brazo–. ¿O las princesas no cuidan niños?
–No fui al instituto. Me llevaron directa a la universidad –contestó ella. Como consecuencia, sus habilidades sociales y su sentido de la moda eran un desastre. Sin embargo, nunca le había importado hasta ese momento, reconoció, alisándose la falda arrugada–. A mí me parece que sujetas a Issa muy bien con un solo brazo.
Y no solo eso. Con la niña en brazos, tenía un aspecto irresistible. No era de extrañar que las revistas del corazón lo hubieran declarado uno de los solteros más deseados.
Sin poder evitarlo, Mari notó que le subía la temperatura. De todos los hombres del mundo, tenía que sentirse atraída precisamente por Rowan.
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