Название: Historia de la estrategia militar
Автор: Jeremy Black
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788432152924
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En la actualidad, la estrategia tiene una relevancia obvia. El modelo clásico de la confección racional de la estrategia, esbozado en el siglo XIX, ha dejado de existir bajo esa forma, aunque la idea de una solución óptima trata de proporcionar una ruta distinta. Adicionalmente, como otro de los obstáculos para la racionalidad, al tiempo que métodos cada vez más sofisticados nos proveen de datos más fiables para la toma de decisiones —datos que provienen de diversas perspectivas y fuentes—, faltan habilidades para cribar, procesar y codificar datos de manera apropiada. Todas estas son ya trabas para quienes toman decisiones.
La naturaleza cambiante de los contextos opera a varios niveles. Por ejemplo, la noción de experiencias distintivas generacionales[22] es valiosa no solo en referencia al contraste entre las distintas visiones de las posibilidades y la práctica de la estrategia, sino también en términos del carácter cambiante de la cultura estratégica. Estas experiencias son susceptibles de resultar políticamente cargadas, tanto en el tiempo como en la discusión subsiguiente, como en el nexo entre la idea de nación en armas y el republicanismo en Francia desde la década de 1790[23].
Aparte, tanto en las sociedades religiosas como en las seculares se daban diferentes explicaciones sobre los sistemas providenciales de comportamiento y los resultados previsibles en cuanto al deber-ser. La implicación era que un correcto entendimiento llevaría a un resultado seguro. Esta aproximación llegaría a ser muy común en el debate que siguió a la introducción de un lenguaje formal sobre la estrategia a finales del siglo XVIII. Dicha implicación era a la vez tranquilizadora y equívoca, y contribuye a la idea actual de un «arte perdido de la estrategia», una noción que en parte se sustenta en un supuesto pasado primigenio vinculado a una teoría del declive.
El retraso en el desarrollo del término «estrategia» refleja para algunos comentaristas limitaciones conceptuales e institucionales que afectan a cómo se entendía la estrategia en épocas anteriores. Sin embargo, en su estudio sobre la estrategia anterior a que se consolidase el término en el caso de Rusia, un imperio cuyos extensos territorios desde el siglo XVII, que iban desde el Pacífico al Báltico, entrañaban una amplia gama de compromisos y oportunidades, John P. LeDonne se enfrentó a las posibles críticas de que no estuviese presentando sino una «estrategia virtual» atribuyendo a la élite política rusa una visión que nunca había tenido y en un lenguaje que nunca habría usado[24]. LeDonne añadió una definición útil de lo que llamó «gran estrategia»: «Una visión militar, geopolítica, económica y cultural integrada»[25]. Se trata, en efecto, de una definición valiosa, aunque nada añade el adjetivo «gran» a «estrategia». Irónicamente, la expresión nos retrotrae al empleo de otra, «gran táctica», empleada en Francia a finales del XVIII, habitualmente para tratar de lo que hoy denominaríamos el nivel operativo.
Hacer hincapié en la relevancia de las perspectivas de la élite en el pasado es dar su lugar a los contextos históricos, y así pues rechazar cualquier marco ahistórico, no cultural y no realista del análisis de las opciones en cuanto a la estrategia. Cómo se veía una élite y se presentaba a sí misma y su identidad e intereses abarcaba (y sigue abarcando) el componente más importante de la elección estratégica[26], y, por lo tanto, de sus resultados. De hecho, las consecuencias estratégicas fueron centrales para un importante mecanismo de retroalimentación por el que las élites llegaron a reconceptualizar sus premisas, las que constituían su cultura estratégica. Este proceso es relevante para la evaluación contemporánea y posterior de las premisas estratégicas. Este énfasis en las élites se ha ampliado hasta abarcar el debate sobre cómo las naciones ven sus roles y objetivos[27]. Esta forma de presentar la cultura estratégica cubre también el carácter inherentemente político de la estrategia y las elecciones estratégicas, porque tales elecciones han sido objeto de disputa a medida que han sido planteadas y replanteadas.
INSTITUCIONES Y PENSADORES
Comparados con los procesos formales e institucionales para la discusión y planificación estratégica de las décadas más recientes, sobre todo su contexto militar como una actividad supuestamente distintiva, la estrategia anterior al siglo XIX parece, al menos en ese contexto, limitada y ad hoc en el mejor de los casos, y también se echa en falta tanto una estructura como una doctrina bien desarrolladas que den cuenta del proceso empírico del aprendizaje y la generación de ideas. Así, durante la guerra de Independencia norteamericana (1775-1783), la estrategia británica en Norteamérica la crearon esencialmente los comandantes sobre el campo de batalla antes que el Gabinete o el Secretario de Estado para América, Lord George Germain. Esto fue así incluso aunque la estrategia perteneciese a su ámbito de responsabilidad y aunque él mismo fuera un antiguo general, y pese a haber tenido experiencia en la guerra de contrainsurgencia.
Esta situación, sin embargo, no quiere decir que la estrategia fuera inadecuada para sus propósitos. Además, en el caso de la Europa cristiana (por entonces, «Occidente»), según ha expuesto Peter Wilson, un especialista en las fuerzas alemanas, fue en la guerra de los Treinta Años (1618-1648) cuando surgieron Estados Mayores diseñados para asistir al comandante en jefe y mantener las comunicaciones con el centro político. Dichos Estados Mayores empezaron siendo asistentes personales que sufragaba el propio general[28], aunque bajo dicha forma fueron bastante limitados en tamaño y métodos. De hecho, tal y como se aplicaba entonces, el término «Estado Mayor» puede resultar muy equívoco, porque es una expresión que mira más bien al siglo XIX.
Más allá de la guerra de los Treinta Años, hay otros episodios que han atraído la atención de los estudiosos. Por ejemplo, se ha argumentado que, bajo la dirección del conde Franz Moritz Lacy, mariscal de campo, Austria, que combatía contra Prusia durante la guerra de los Siete Años (1756-1763), estableció lo que se convirtió en la práctica en un proto-Estado Mayor[29]. Tal argumento pone necesariamente los desarrollos anteriores de la guerra de los Treinta Años bajo otra luz y/o implica un proceso de desarrollo episódico. La logística, un elemento clave en la planificación de las campañas durante ambos siglos, ciertamente implicó la intervención de equipos de apoyo.
En su History of the Late War in Germany (1766), Henry Lloyd (c.1729–1783), que había servido en la Guerra de los Siete Años, afirmaba: «Hay un consenso universal de que no hay arte o ciencia más difícil que el de la guerra; con todo, gracias a una de esas contradicciones inherentes al alma humana, quienes abrazan esta profesión se toman pocas o ninguna molestia en estudiarla. Es como si pensaran que el conocimiento de unas cuantas insignificantes e inútiles nimiedades bastan para convertirse en un gran oficial. Esta opinión es tan general, que se enseña poco o nada hoy en día en cualquiera de los ejércitos existentes»[30]. La afirmación era exacta en lo concerniente a la educación formal. Con todo, Lloyd subestimó el muy importante método de aprender haciendo, especialmente por el ejemplo, la experiencia y la discusión en vivo. Lo anterior regía no solo en el entrenamiento, sino también en la esfera pública, por ejemplo, a través de panfletos y periódicos en los que se debatía lo ocurrido en algunas operaciones particulares, criticándose su idoneidad, su concepción y su ejecución.
El carácter limitadamente institucional de la educación militar y la práctica del mando, durante la mayoría de la historia, ha reducido la posibilidad de avanzar desde la cultura estratégica a la estrategia o al menos a la planificación estratégica. A la inversa, la ausencia de un mecanismo para la creación y la diseminación del saber institucional sobre la estrategia ha provocado que el cuerpo de suposiciones y normas referentes a la cultura estratégica fuese más efectivo, incluso más normativo. Este cuerpo de suposiciones y normas afectó tanto a los pensadores como a los actores estratégicos, y a su vez ellos hicieron sus suposiciones. Diferenciar la cultura estratégica de la estrategia en términos muy taxativos tampoco es que sea muy útil en la práctica, aunque el intento puede captar hasta qué punto hay puntos de contraste.
Los argumentos y roles de los pensadores estratégicos (presentados por lo general como teóricos militares), los Lloyd, Clausewitz, Jomini, Mahan, Douhet, Fuller y Liddell Hart, СКАЧАТЬ