Название: Historia de la estrategia militar
Автор: Jeremy Black
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788432152924
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Los métodos mongoles fueron reactivados por Timur el Cojo (1336-1405, después llamado Tamerlán). Un elemento clave de su estrategia fue el haber heredado el manto de Gengis Kan, el más célebre de los líderes mongoles; Timur sostenía ser descendiente de Gengis, lo cual constituía una significativa fuente de legitimidad, aunque, de hecho, no perteneciese, como aquel, al clan Borjigin. Timur se casó con una princesa de ese linaje para tener el título como yerno. Las campañas secuenciales contra una serie de objetivos fueron cruciales para la exitosa carrera de Tamerlán[50]. Por su parte, su caída, como la de otros imperios nómadas, reflejó no tanto sus limitaciones militares como sus dificultades para mantener la cohesión. Entre otras cosas, pasaron por numerosas luchas sucesorias.
En total contraste con la lógica estratégica de los objetivos de Tamerlán, los chinos presentaban su estrategia como destinada a mantener el orden y la paz y mantener a raya a los «bárbaros». Así, Zheng He, que condujo expediciones navales en el océano Índico a principios del siglo XV, hizo esta declaración de principios: «Cuando lleguéis a esos países extranjeros, capturad a los reyes bárbaros que se resisten a la civilización y se muestran desdeñosos, y exterminad a los soldados bandidos que se entregan a la violencia y el saqueo. La ruta oceánica estará a salvo gracias a esto»[51].
Los comentarios occidentales sobre la guerra, entonces y después, fueron un aspecto del pensamiento que se enfocó tanto en las oportunidades como en el contexto[52]. En el caso de Felipe II de España (r. 1556-1598), que hubo de enfrentarse a reiteradas a menazas a su vasto imperio[53], no hay consenso en cuanto a la calidad de su práctica estratégica. Hubo desde luego tensiones entre el objetivo de control y la más exitosa práctica de la autoridad ejercida con guante de seda, una práctica que incluía la amenaza de violencia junto a la propaganda, las iniciativas diplomáticas y la presión económica[54]. Los juicios inherentes a varios usos del término «estrategia», incluida la estrategia a largo plazo, la gran estrategia, la esquizofrenia estratégica, y la visión estratégica clara y coherente, son palmarios[55].
Se pueden plantear debates similares para muchos otros Estados y episodios. Con todo, se ha aducido más específicamente respecto a la guerra de los Treinta Años (1618-1648) en Europa, aunque también para el subsiguiente Ancien Régime europeo de 1648-1789, que los problemas logísticos planteados por el mantenimiento de los ejércitos hizo difícil seguir una estrategia que reflejase los objetivos políticos de la guerra, y así pues que fue difícil actuar de acuerdo con cualquier estrategia genérica[56]. En la práctica, siempre hubo objetivos políticos dirigiendo las operaciones militares, aunque los ejércitos tuviesen que desplazarse en función de condicionamientos logísticos. En términos más amplios, las opciones en las estructuras de los ejércitos y los métodos de mando a principios de la era moderna, en los siglos XVI y XVII, reflejaron constantemente la fusión de la estrategia y la política, surgiendo a menudo de premisas fundamentales sobre los métodos más adecuados para preservar las normas sociales y la integridad del Estado. Este fue el nexo clave con la política, y lo mismo puede decirse de otros periodos.
La adecuación de las competencias y las opciones podía verse afectada tanto por cambios institucionales como tecnológicos. Así, en la década de 1850, la dinámica de ofensiva costera en la planificación británica hacía hincapié en el papel de la Oficina Hidrográfica para el desarrollo de una estrategia para el teatro de operaciones, y, a su vez, contribuía a esa dinámica. En marcado contraste con la infructuosa invasión francesa de Rusia en 1812, la guerra de Crimea (1854-1856) se centró en la acción naval y anfibia contra Rusia del bando anglo-francés, una práctica a la que contribuyó decisivamente el reciente desarrollo de los buques de guerra propulsados a vapor[57]. Se ha vivido esta situación más recientemente con la creación de instituciones que aúnan el conflicto armado y las operaciones combinadas, instituciones que tratan de explotar sistemáticamente las oportunidades creadas por las nuevas opciones de desembarco y las tropas transportadas en helicóptero.
Como otro aspecto de la adecuación de los medios a los fines, cabe comentar que hubo siempre, una vez se desarrollaron los Estados, una estrategia funcional, aunque no contase con instituciones y un lenguaje específico. Puesto que la estrategia es contextual, y en gran medida, también lo son sus definiciones (o la ausencia de estas). La Encyclopaedia Britannica de 1976 apuntaba que «la demarcación entre la estrategia como un fenómeno puramente militar y la estrategia nacional en sentido amplio se vio difuminada» en el siglo XIX y es menos clara aún en el XX[58]. Esto no afectó a la adecuación entre fines y medios del aspecto militar de la estrategia.
LA PROPIEDAD DE LA ESTRATEGIA
Hay una dificultad recurrente en torno al asunto de la «propiedad», uno de los aspectos más relevantes en el análisis estratégico. La amplia variación en el uso del término «estrategia», y del concepto, proviene en parte de este mismo asunto, junto a problemas más corrientes derivados de la definición y el uso de los términos conceptuales, especialmente de aquellos que tienen diferentes resonancias en contextos culturales y nacionales específicos. En gran medida, aunque no desde luego de forma exclusiva, este asunto de la «propiedad» proviene de la determinación de y por cuenta de los militares al definir una esfera de actividad y planificación que está bajo su comprensión y control, un proceso que cuenta con el respaldo de los comentaristas civiles que les apoyan. Mucho de lo que se ha escrito sobre la estrategia ha sido escrito por o para los pensadores militares
Este contexto sigue siendo relevante hoy en día respecto a la estrategia, señaladamente porque los ejércitos modernos en muchos países siguen aspirando a una profesionalidad que tanto limite la intervención de otras ramas del gobierno como consecuentemente les permita definir su papel. La Doctrina Powell en el caso del ejército norteamericano en los años noventa (Colin Powell dirigió el Estado Mayor Conjunto de los Estados Unidos entre 1989 y 1993) fue un ejemplo de este punto[59], como lo fueron las discusiones sobre la intervención anglo-norteamericana en Afganistán e Irak en las décadas de 2000 y 2010. Junto a las áreas cedidas en general a la competencia de los líderes militares, especialmente el entrenamiento, la táctica y la doctrina, llegó la determinación de estos líderes, una determinación públicamente aireada, de mantener puestos clave en el abastecimiento, las operaciones y la decisión de las políticas. Unir todo lo anterior en términos de lo que se define como estrategia, y limitando el gobierno a un campo más general y anodino llamado «política», sirve a este fin.
En sentido más positivo, los líderes militares que insisten en la claridad de los roles, los términos, las misiones y las responsabilidades están en parte motivados por la sospecha de que los líderes políticos no entienden realmente lo que quieren. Como resultado, esta insistencia es un esfuerzo de forzar a los líderes políticos a que articulen sus objetivos. A veces este proceso se ve impulsado por un sentido de deber profesional y a veces surge porque los líderes políticos son, parecen o pueden ser presentados como incompetentes al vislumbrar una política y considerar la estrategia. En la práctica, basándose en las circunstancias y los criterios internacionales y domésticos, los líderes políticos han tomado frecuentemente sus decisiones sin consultar a los expertos militares, cuando dicha consulta no es más que un trámite para justificar lo que decidieron o no tiene otro fin que ayudar a que se implemente[60]. Este es un aspecto común de la política institucional.
De igual modo, las críticas de los líderes pueden constituir un intento de evitar ser culpados o de asumir el control, ante lo cual los políticos uniformados también suelen estar determinados a tener algo que decir. Ciertamente puede esgrimirse el argumento a favor de la independencia militar, tanto en términos concretos como generales. El debate en torno a la estrategia merece atención tanto a este respecto como en cuanto a la popular división entre política y estrategia, aunque depende en gran medida de la comprensión de contextos particulares y de culturas institucionales.
Otro ejemplo de este debate es la cuestión de si la confianza en la independencia militar es un aspecto —en СКАЧАТЬ