Historia de los abuelos que no tuve. Ivan Jablonka
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Название: Historia de los abuelos que no tuve

Автор: Ivan Jablonka

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

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isbn: 9789875994478

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СКАЧАТЬ ido a visitar a Mates a la cárcel de Lublin; Reizl, la desesperada de Chelm que se hubiera convertido en una loca de la Plaza de Mayo si su hijo hubiera sido empujado del avión. Finalmente, la autorizan a hablarle diez minutos. Le pregunto a Mauricio si cuando uno está en el calabozo, lejos de los suyos, lejos de todo, se pone a dudar. No, jamás: uno está seguro de sus ideas, uno sabe que el comunismo es la mejor elección posible, uno no cambia ni un ápice. Un revolucionario no duda, no tiene miedo. La revolución no es una idea romántica, es tu vida. Mucha gente ha optado por lo mismo. Uno no se considera un héroe. Uno actúa y ya.

      Benito, el hijo de Simje, me pasea por Buenos Aires. Visitamos el cementerio de la Recoleta, donde está enterrada Evita Perón, la madona de los pobres: “Todos los reaccionarios de Argentina están acá”, suspira Benito barriendo con la mano los pretenciosos edículos. Si el tío Simje no dedica su vida a la revolución como Mates, enseña a sus hijos a ser buenos comunistas, les habla todo el día de la Revolución de Octubre, de las Brigadas Internacionales, del Ejército Rojo, del Sputnik. Benito se siente comunista desde siempre, “nació comunista”. Juventudes comunistas a los 15 años. Tres períodos de cárcel: cuatro meses en 1956 por haber criticado al gobierno militar, un mes en 1958 por actividad subversiva, cuatro meses en 1969 por propaganda antigubernamental. Curso de marxismo-leninismo en Moscú.

      A menudo, de regreso de la Unión Soviética, Benito hace escala en París. Un día, a finales de los años ochenta, llega a nuestra casa completamente deprimido:

      –Los profesores dicen que el comunismo está terminado. Son los estudiantes de América del Sur quienes defienden al comunismo contra sus profesores. En el Comité Central, ya nadie cree en él. Dicen que los ideales del comunismo se concretan mejor en los países capitalistas. Dicen que la Unión Soviética ha perdido la batalla científica y tecnológica.

      Benito le pregunta a mi padre si eso es cierto. Mi padre asiente. Benito calla. Ha dedicado toda su existencia, su energía, sus momentos de ocio, sus fines de semana al comunismo, durante cuarenta años. ¿Existe la posibilidad de que se haya equivocado? Mi padre también militó en los años cincuenta, y mucho después de la invasión de Checoslovaquia en 1968. Creo que su militancia duró hasta la elección de Mitterrand. “Era mi familia, dice, mi religión”.

      Benito, su hermana y yo estamos sentados en la terraza de un café chic de la Recoleta, bajo la sombra de un ombú gigante. Benito me interroga sobre Francia, sobre Sarkozy: “¿Cuándo va a hacer la revolución la gente?”. Le respondo que el tema de mi libro son los héroes del siglo xx, aquellos que dieron su vida por cambiar al hombre y a la sociedad. Benito me pregunta quién hará la revolución hoy, quién destruirá el “capitalismo reaccionario” y cambiará la vida. Apoyo mi mano sobre su hombro. Benito se exalta: “¡Pero no se puede vivir sin utopías! ¡Todo el mundo necesita tener esperanzas!”. ¿Mi abuelo también me habría dicho, con más de 80 años, “la idea es buena, la aplicación ha sido mala”? ¿Habría invocado sin cesar la “revolución”, embriagándose ante el poder de la palabra?

      No es el fracaso de sus sueños sino el antisemitismo lo que triunfa sobre los judíos comunistas de Polonia. Principios de los años cincuenta, bajo el mando de Bierut: purgas antijudías en el Partido, el ejército y la función pública, creación de un archivo de los judíos que polonizaron su apellido, Jakub Berman es excluido del Partido como “responsable del período de errores y desviaciones”. Año 1967-1968: discurso de Gomulka denunciando una “quinta columna”, campaña contra los “sionistas”, nuevas purgas en todos los sectores de la sociedad, desmantelamiento de los periódicos judíos, de las escuelas judías, editoriales judías, cooperativas judías, 25.000 judíos abandonan el país. Los viejos judíos, comunistas de siempre, se ven calumniados, condenados al ostracismo, echados de sus trabajos y del Partido, obligados al exilio. Se los acusa de traicionar a la patria, como en los años treinta, pero esta vez son los camaradas quienes están en el poder. Así pues, en el otoño de sus vidas, hacen sus valijas y se marchan, algunos a Israel con los “sionistas reaccionarios”, otros a Europa Occidental con los “enemigos de clase capitalistas”. Es el final de la generación, el desenlace de esa epopeya en la cual participan, desde el shtetl de Parczew, distrito de Wlodawa, región de Lublin, Mates Jablonka e Idesa Korenbaum Feder, Hershl y Henya Jablonka, Mayer Rapoport, Icek Sznajder y su abrigo manchado de pintura, Abram Fiszman, padre de Colette, y Szapsel Rojzman, que en la noche del 13 al 14 de enero de 1935 se expuso a una pena de prisión grave intentando convencer a la juventud campesina de que se uniera al frente unitario.

      Mis abuelos son, definitivamente, héroes y víctimas. Mates, con su petición de 1936 al fiscal de la Cámara de Apelaciones de Poznan, encarna la fuerza de espíritu, la dignidad del hombre frente a la opresión. ¿Pero debo traducir la descripción de Colette –“tu abuelo era un marxista puro y duro”– en el lenguaje de Hannah Arendt, quien describe a unos militantes fanáticos, inflexibles, tan crédulos como cínicos, a quienes los lavados de cerebro no dejaron ninguna huella de duda ni de humanidad? (Arendt, 1972: 90-95). Es el mismo retrato que esboza Arthur Koestler (1978) en El cero y el infinito: para los torturadores estalinistas, al igual que para los viejos bolcheviques que ellos machacan, la existencia no debe ser un “burdel de emociones metafísicas”. Simpatía, amistad, amor, nostalgia, arrepentimiento, todo eso es misticismo y bazofia pequeñoburguesa. ¿Tengo derecho a decir que los revolucionarios profesionales de Parczew le allanaron el camino a la dictadura estalinista de Bierut?

      No me arrogaré semejante derecho. No existe continuidad entre la esperanza de 1933 y la represión de 1953. Esos Prometeos quieren extraer del orden de las cosas el beneficio de la libertad bajo todas sus formas, y no hay nada más fatuo que proclamar con bombos y platillos, con nuestro siglo de distancia, que el horror ya estaba germinando por entonces. Es una ilusión creer que era una ilusión. Mucho más que un cabecilla y un ideólogo sin entrañas, Mates es un hijo, un hermano, un camarada, un chico enamorado, un hombre indignado por todas las injusticias. Así y todo, lo que no deja de obsesionarme es que su libertad y su verbo hayan sido envenenados, a sus espaldas, por el totalitarismo.

      1 Archivo de Estado (AE) de Lublin, Urząd wojewodzki lubelski, wydział społeczno-polityczny (Oficina de la administración de Lublin, departamento sociopolítico), 1918-1939, n.º 403, en adelante UWLWSP 403.

      2 El Komintern, o Tercera Internacional, agrupa los partidos comunistas bajo el influjo de Moscú. Sobre el KPP (inicialmente KPRP) en el período de entreguerras (Dziewanowski, 1959; Davies, 1981).

      3 El conflicto culmina mediante el Tratado de Riga, el 18 de marzo de 1921. Con la anexión de los territorios orientales, la población de Polonia está compuesta de un 14% de ucranianos, 10% de judíos, 3% de bielorrusos y 2% de alemanes.

      4 AE (Lublin), UWL-WSP 403, artículo 2012 (p. 17).

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