Apologética en diez respuestas. Antonio Cruz Suárez
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Название: Apologética en diez respuestas

Автор: Antonio Cruz Suárez

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9788417620318

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СКАЧАТЬ reconocer que están por encima de las realidades físicas, a las que la ciencia humana tiene acceso.

      Aunque el Nuevo ateísmo no se ha enfrentado seriamente al problema del origen de la racionalidad, la vida, la conciencia, el pensamiento simbólico y el yo, la respuesta es evidente. Lo metafísico (o espiritual) solo puede proceder de una fuente metafísica. Todas estas características humanas solamente pueden tener su origen en lo divino, consciente y pensante. Es inconcebible que la materia, por sí sola, sea capaz de generar seres que piensan y actúan. Por tanto, desde el nivel de la razón y de nuestra experiencia cotidiana, podemos llegar a la conclusión de que el mundo de los seres vivos, conscientes y pensantes debe tener su origen en una Fuente viviente, que nosotros consideramos como la mente de Dios.

      No es erradicando la religión como vamos a terminar con el terrorismo en el mundo, sino como propuso Ángela Merkel: “Volviendo a la Iglesia y a la lectura de la Biblia” (16.11.2015). Como dijera el apóstol Pablo en su discurso en el Areópago de Atenas (Hch. 17:24-28): El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay.. de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres… para que busquen a Dios, si en alguna manera palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos.

      Todos los seres humanos tenemos a nuestra disposición, en nuestra experiencia cotidiana, la evidencia necesaria para llegar a creer en Dios. El ateísmo, el deseo de negar la realidad de Dios, se debe solo a una resistencia deliberada a la fe. Sin embargo, a Dios se llega por medio de la fe, según Hebreos 11:6: Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.

      La Biblia no está interesada en demostrar la existencia de Dios mediante pruebas metódicas. La existencia del Altísimo se da como evidente, como una creencia natural del ser humano. Porque la fe, aunque pueda apoyarse en los datos de la razón, no surge necesariamente de un proceso demostrativo. La doctrina cristiana enseña claramente que la fe, esa capacidad para creer aquello que está más allá de la razón humana, es un don de la gracia divina. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Ef. 2:8).

      La fe es, por tanto, el don de Dios que viene a justificar al ser humano. Dios habla, aparece; el hombre escucha y contempla. Dios se acerca al ser humano; acuerda un pacto o inicia relaciones especiales con él; le da mandamientos. Y la persona lo recibe cuando se acerca a Dios, cuando se abre a la divinidad, cuando acepta su voluntad y obedece sus preceptos.

      La Biblia no presenta jamás a Moisés, a los profetas o a los apóstoles en actitud pensante, como si fueran filósofos, elucubrando sobre el Invisible y llegando a conclusiones filosóficas con respecto a él. Es justamente al revés: el Dios Invisible se manifiesta ante ellos, y ellos descubren su don. Pero solo cuando el ser humano deja de resistirse a Dios, el don de la fe puede florecer en su alma.

      A Dios por el ADN

      Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. (Gn 2:7).

      Según el escritor del libro bíblico de Génesis, Dios creó al ser humano del polvo de la tierra. En el año 1929, el astrónomo norteamericano, Harlow Shapley, dijo que los seres humanos estábamos hechos de la misma materia que las estrellas. De ahí que otro astrónomo, mucho más famoso, Carl Sagan, pronunciara años después aquella frase tan poética de que “somos polvo de estrellas”. ¿Qué quiso decir Sagan con esto? Pues que los elementos químicos que componen nuestro cuerpo y el del resto de los seres vivos se encuentran también en las rocas de la tierra, en el polvo y en los astros del universo.

      Hoy, la astronomía y la cosmología creen que las estrellas son las fábricas de todos los átomos que constituyen la materia. Se sabe que cada segundo el Sol produce 695 millones de toneladas de helio a partir del hidrógeno. Otras estrellas más grandes que el Sol generan carbono (C), silicio (Si), aluminio (Al) o hierro (Fe), en función de los miles de millones de grados de temperatura que pueda alcanzar su núcleo. Cuando se quema (o fusiona) todo el combustible de una estrella, ésta puede quedarse simplemente como una masa inerte (enana blanca) o bien puede estallar violentamente (supernova) y expulsar al espacio todos los elementos químicos que contenía.

      Se cree que tales elementos pudieron agruparse después y formar planetas como la Tierra. Y del polvo de la Tierra surgieron nuestros propios cuerpos. Este sería pues, según la ciencia actual, el origen del oxígeno, el carbono, el hidrógeno, el nitrógeno, el fósforo o el azufre que forman la materia viva. De manera que cuando tomamos una lata de cualquier refresco, podemos pensar que los átomos de aluminio que la componen se formaron en el interior de una antigua estrella gigante, a 1.500 millones de grados de temperatura. Y lo mismo se puede decir de los átomos de hierro que hay en la hemoglobina de nuestra sangre, o del flúor de nuestros huesos y dientes, o del fósforo que forma parte del ADN, etc. Es decir que Dios nos formó del polvo de la tierra.

      Sin embargo, muchos se refieren hoy a este popular dicho: “somos polvo de estrellas” con la intención de negar la realidad de un Dios creador y la dimensión trascendente del ser humano. Como si el Sumo Hacedor no hubiera podido crear los átomos de la materia por medio de los hornos naturales que hay en los núcleos de las estrellas. Así lo hacía en su tiempo Carl Sagan, y así lo siguen haciendo hoy muchos otros, que piensan que el origen del materia es fruto del azar ciego. Sin embargo, cuando se analiza detalladamente la estructura íntima de un simple átomo sorprenden el orden, la precisión, la previsión y el designio que evidencia. Según la teoría del Big Bang, los primeros átomos de hidrógeno y de helio fueron creados a partir de la nada y posteriormente, al agruparse en estrellas, dieron lugar a todos los demás elementos químicos. Pero todo eso no fue al azar, como creen algunos, sino exquisitamente programado.

      El término “Big Bang” o “Gran Explosión” puede inducir a error en este sentido. No fue una explosión caótica y destructiva, como las que se producen cuando estalla una bomba, sino todo lo contrario. Fue la creación de complejidad y orden meticulosamente calculados por una Mente inteligente. Si nos maravilla la física cuántica, al mostrar que a partir de unas pocas partículas subatómicas (electrones, protones, neutrinos, quarks, etc.) salen todos los elementos químicos que forman la inmensa variedad de las moléculas del universo, desde los silicatos de las rocas a las proteínas de los seres vivos, ¿qué diremos de la información y programación que hay en el ADN, que es capaz de convertir una célula microscópica en un ser humano? Un montón de ladrillos no es una casa. Una agrupación de protones y neutrones no es un átomo de carbono. Un puñado de átomos no es una persona.

      Es evidente que la simple acumulación de partículas no es lo que les da a los seres su identidad y sus propiedades. Se necesita una información, una orientación, una coordinación, una mente inteligente que ordene y acople todos los elementos de la manera adecuada, siguiendo un plan previo. Pues bien, todo esto muestra la inteligencia del Creador, que ha programado y diseñado todas las partículas elementales para formar átomos, moléculas, células, órganos, plantas, animales y seres humanos.

      Tal como escribe el salmista: Oh Señor, cuán numerosas son tus obras! ¡Todas ellas las hiciste con sabiduría! ¡Rebosa la tierra con todas tus criaturas! (Sal. 104:24). Hace muchos años que empecé a interesarme por estos temas científicos, desde la perspectiva apologética. Recuerdo a mi antiguo pastor y maestro, Samuel Vila, cuando nos hablaba de estas cosas, en la escuela bíblica infantil. Él escribió un librito a finales de los 50 que se titulaba así: “A Dios por el átomo”, del que se hicieron después muchas ediciones. Confieso que hoy, casi 60 años después, ese título me ha inspirado, el de mi último libro: “A Dios por el ADN”, saltando así de la física a la biología.

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