La caída. Guillermo Levy
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СКАЧАТЬ El peronismo y sus prácticas posibilitaron y habilitaron ese nuevo actor que pululaba por las tiendas del radicalismo. La Coordinadora radical supo representar esa vocación progresista que debía articularse desde el Estado y sus poderes. Era la fusión simbólica de las expectativas que abría el Nunca más (en materia de derechos) y del bienestarismo que proponía la caja PAN en un contexto de “economía de guerra”.

      El levantamiento carapintada dirigido por Aldo Rico en 1987 –en contra de los juicios a todo aquel que hubiera obedecido órdenes destinadas a desaparecer y torturar a militantes populares– provocó la reacción de un conjunto de hombres y mujeres que se movilizaron a diversas instituciones militares a manifestar su repudio. Los militares recibieron una fuerte impugnación por parte de ese progresismo movilizado y colgado de las vallas de Campo de Mayo. Pese a ello, Alfonsín tuvo que negociar y acordar con los insurgentes. Ya un año antes había promulgado la Ley de Punto Final (1986) y, con los sucesos carapintadas, se sumaría la Ley de Obediencia Debida (1987), que eximía judicialmente a casi todos los que habían participado de la represión salvo las planas mayores. Evitar la sangre, la muerte y el conflicto –como ya se habían visto en otras épocas– orientó la acción presidencial. Alfonsín negoció con Rico con el apoyo del peronismo. No el de Herminio Iglesias, sino la renovación peronista liderada por Antonio Cafiero. Un peronismo que leyó la época y que comprendió que algo se estaba gestando. En 1985, Cafiero, Grosso, Bittel y Menem organizaron la renovación para conducir ese peronismo que controlaban Ítalo Luder, Herminio Iglesias y sectores ortodoxos. Cafiero, al no poder participar en internas del peronismo bonaerense, se presentó con un nuevo espacio, el Frente de la Justicia y la Democracia y la Participación (FREJUDEPA), en alianza con el dirigente de la Democracia Cristiana, Carlos Auyero. En espejo, algo similar haría el kirchnerismo en 2005, veinte años después, para presentarse a elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires y enfrentar al aparato justicialista controlado en ese entonces por Eduardo Duhalde. Cristina Fernández, como candidata a diputada, le sacó 28 puntos de ventaja a Hilda “Chiche” Duhalde que iba con el sello del Partido Justicialista. Un dato para pensar escenarios posteriores de esa elección en la que el kirchnerismo despegaba e iba hacia la reelección: una dispersión de ofertas electorales que diez años después confluirían en Cambiemos arañaban en total los 30 puntos en la provincia de Buenos Aires.

      Cafiero logró ser elegido como diputado en las elecciones legislativas de 1985 y el peronismo comenzó a reconfigurarse. Con la inflación y el Plan Austral, el peronismo renovador y un sector del sindicalismo buscaban establecer un diálogo distinto al que proponían los ortodoxos. El peronismo comenzaba a releer la recuperación democrática en clave argentina y europea. En 1987, Cafiero construyó una unidad política en el Frente Justicialista Renovador, el cual enfrentaría al candidato radical Juan Manuel Casella. Logró la gobernación de la provincia de Buenos Aires y la presidencia del Consejo Nacional de Partido Justicialista y, ese mismo año, Aldo Rico realizó el primer levantamiento militar en democracia. Hay una suerte de casualidad: el ascenso de un peronismo decidido a avanzar con una agenda progresista, alejándose del peronismo ortodoxo, marcó la “soledad” de los militares y su aislamiento de la clase política. Ese peronismo ortodoxo que le había puesto el oído a los reclamos militares había perdido su poder.

      El progresismo que coagulaba en la transición a la democracia revalorizaba las instituciones liberales y el liberalismo político. De esta manera se selló un pacto entre esos universos políticos progresistas –tanto del partido radical como del peronista–, que a su vez mantuvieron una tensión y un diálogo con los sectores conservadores de ambos partidos. Una apropiación del liberalismo se construyó sobre esa imagen que persiste sobre el peronismo, del desborde y de la desmesura: ya sea del ejercicio del poder, de verticalismo y de cierta banalización de las instituciones como territorios para dirimir las diferencias.

      El campo progresista ya no estaba solo poblado por el alfonsinismo, los herederos del viejo Partido Socialista. Toda una intelectualidad que venía de distintas experiencias confluyó en el alfonsinismo. Se puede mencionar al grupo Esmeralda –en el que sobresalían Juan Carlos Portantiero, Emilio de Ípola y Margarita Graziano– o algunos centros de investigación, think tanks, que proveyeron técnicos e intelectuales al Gobierno de Alfonsín, como por ejemplo el CISEA (Centro de Investigaciones Sociales sobre el Estado y la Administración) –del que salieron el canciller Dante Caputo y Jorge Sabato, ministro de Justicia–, el CEDES (Centro de Estudios de Estado y Sociedad) –de donde provenía Oscar Oszlak– y el IDES (Instituto de Desarrollo Económico y Social), de donde vendría Juan Vital Sourrouille, quien fuera ministro de Economía e ingeniero del Plan Austral. El grupo Esmeralda fue un antecedente de lo que sería Carta Abierta durante el kirchnerismo. Intelectualidad comprometida con un gobierno al que le construyó relatos y también, a veces, le marcó críticas.

      Por otro lado, la renovación peronista y el Partido Intransigente –que aglutinó muchos ex militantes de grupos revolucionarios no peronistas de los setenta–, que en 1985 sacaron el 6% de los votos a nivel nacional, fueron reconfigurando el campo progresista y al mismo tiempo dividiéndolo en dos sectores: por un lado, peronistas y por otro, una izquierda que tenía una valorización positiva sobre el rol del peronismo en la historia argentina y sentía más empatía con la renovación de ese partido que con el alfonsinismo. Mucho de ese progresismo cada vez más lejano de Alfonsín, se referenciaba en la figura de Alan García, joven presidente del Perú que mostraba una actitud más dura que Alfonsín con los acreedores externos. Por otro lado, el progresismo que se definía fundamentalmente por su antiperonismo, que seguía marcando la cancha de la democracia liberal, no solo enfrentaba a los militares sino también, más o menos explícitamente, al peronismo.

      Ambos partidos mayoritarios tenían en sus filas otra “grieta” que iría dividiendo aguas: progresistas y conservadores. El radicalismo tenía a Alfonsín, pero también a De la Rúa, el peronismo tenía a Cafiero y también a Domingo Cavallo.

      La Unión del Centro Democrático (UCEDE) fue la contracara del Partido Intransigente. Una parte del desgranamiento del voto radical y peronista se convirtió en una expresión pura del neoliberalismo conservador, mientras otra parte de esta deriva terminó en una expresión más pura de un progresismo que se proponía una agenda liberada de todas las contradicciones de los partidos mayoritarios. En la legislativa de 1985, la UCR perdió ocho puntos con respecto a 1983 y el peronismo cinco puntos y medio. La mayoría del desgranamiento se repartió, por derecha e izquierda, entre el PI y la UCEDE que entre los dos arañaron los 10 puntos en todo el país.

      Volviendo a 1987, Alfonsín debió negociar con Aldo Rico y ese progresismo ilusionado con el juzgamiento de todos los responsables de la represión estatal comenzó a decepcionarse. A Cafiero, ya gobernador, no le fue mejor. Su apoyo a la agenda alfonsinista, la crisis económica y, paradójicamente, la realización de internas –inéditas en ese partido– fueron estragando su poder.

      En 1988, Cafiero perdió las elecciones internas contra el binomio Menem-Duhalde y se fue estableciendo otra estrategia dentro del peronismo que terminaría con una oposición a ese progresismo que venía cimentando la renovación. Cafiero se fue quedando sin acuerdos al interior de su propio peronismo bonaerense. No logró reformar la Constitución bonaerense para obtener la reelección como gobernador. Alfonsín y Cafiero se desgastaron. Uno, por la crisis económica y el daño moral que le había ocasionado la Ley de Obediencia Debida, y el otro, por la interna del justicialismo. Ese progresismo quedó como un “espacio circulante” decepcionado y aterrado por la crisis económica y luego por la hiperinflación.

      El progresismo “gorila” y el progresismo “nacional y popular” súbitamente quedaron en retirada cuando todo indicaba que Antonio Cafiero sería el próximo presidente. Una agenda progresista con control estatal se diluyó y debería esperar varios años para retornar. El kirchnerismo protagonizó, sin dudas, la recuperación de esta agenda progresista de la transición democrática trunca en 1989. No todos los herederos del campo progresista de esos años lo vieron así.

      En 1989 se produjeron dos hechos conmovedores: СКАЧАТЬ