La caída. Guillermo Levy
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La caída - Guillermo Levy страница 17

СКАЧАТЬ Se puede percibir, ya antes de la explosión de 2001, porqué buena parte de este progresismo, que fue cambiando su agenda en la década de hegemonía cultural del neoliberalismo, muchos años después confluyó en Cambiemos.

      Ya a fines de los noventa, ese progresismo que siguió este recorrido, adhería a la política económica, pero impugnaba el estilo Menem y la corrupción. Esa “desmesura oriental” conectada con el antiperonismo y, a su vez, con ese honestismo neoliberal que ponía su mirada en el desborde del gasto público. De la Rúa constituía esa dimensión civilizatoria que el neoliberalismo esperaba de la clase política. “Un neoliberalismo de principios”, beneficiado con la adhesión a la convertibilidad y con el apoyo de una clase media moralista, pero muy decidida por el consumo. Luego, similar situación se repetiría con Macri, alguien muy beneficiado por el bienestar kirchnerista.

      De la Rúa se presentaba como la antítesis moral de Menem, cuando la moral parecía inundar casi todo el universo de la política.

      En 1997 se dio el gran salto. Se conformó la Alianza para medirse en las elecciones legislativas de ese año. El FREPASO, el radicalismo y otros partidos de izquierda moderada se sumaron a una plataforma para derrotar al peronismo en las próximas elecciones legislativas y lo lograron. A nivel nacional el triunfo fue por 10 puntos. La Alianza venció en la provincia de Buenos Aires y aventajó por casi 40 puntos al peronismo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En provincias como Córdoba se presentó el radicalismo con lista propia y venció al peronismo. La crisis económica, el desempleo, el estancamiento y el músculo de la maquinaria radical en CABA y en el interior permitieron al FREPASO encontrarse con un socio competitivo. Paradójicamente, el que había anulado el servicio militar obligatorio, puesto en caja a las Fuerzas Armadas e incorporado a una buena parte de los sectores populares al mundo del consumo y, específicamente al mundo dólar, había sido Menem. Los que habían cambiado a una agenda mucho más moderada que había hecho las paces con el neoliberalismo y se integraba sin grandes críticas a la sociedad cincelada desde 1989 por el mercado, la elite empresarial y el consumo dolarizado, era la Alianza que buscaba representar al universo progresista.

      Ese universo progresista se conectaba con cierto conservadurismo en torno a una lectura del menemismo. La crítica al liderazgo de Menem, la reivindicación del pluralismo y la lucha contra la corrupción parecían vasos comunicantes que los unían y referenciaba. La Alianza era efectivamente mucho más que una coalición: era la cohabitación inteligible de imaginarios políticos que articulaban un menú de opciones y de identificaciones. El menemismo hizo coherente dicha cohabitación de imaginarios, la dotó de una identidad precaria en el escenario político. Los indultos de Menem de 1989 a miembros de las Juntas de la dictadura militar, condenados en el histórico juicio impulsado por el Gobierno de Alfonsín, pero al mismo tiempo a militantes de organizaciones guerrilleras, con el propósito de forjar la unión nacional, había propulsado al progresismo a otras costas y la Alianza ofrecía cierta posibilidad de revisión de lo actuado. Pero la realidad los pasó por encima.

      En 1998, se realizaron internas en la Alianza, De la Rúa fue elegido como candidato a presidente y Chacho Álvarez volvió a perder una interna presidencial y volvería a ser candidato a vicepresidente. El progresismo adhirió a esta plataforma y prontamente se desilusionó con la situación económica, la conflictividad social y los sobornos promovidos por el oficialismo en el Senado para votar una ley que precarizaba aún más las condiciones de trabajo conocida como “Ley Banelco”. Toda conexión de ese progresismo con la prédica anticorrupción se derrumbaba, lo que se profundizó con la renuncia de Chacho Álvarez a la vicepresidencia. Pese a ello, el FREPASO se quedó en el Gobierno nacional y reivindicó el consenso en torno a la convertibilidad. Paradójicamente, un sector del peronismo ya había comenzado a cuestionarla –con Duhalde como uno de sus protagonistas– y a plantear una salida. Fue Carlos “Chacho” Álvarez, el que le había dado forma política al universo progresista, quien llevó al Gobierno de la Alianza al ex funcionario de la última dictadura y ministro estrella de Menem, Domingo Cavallo, para que se hiciera cargo de la economía. Quedaba muy poco del universo progresista hacia el año 2000 sosteniendo al Gobierno de la Alianza.

      Si miramos la coyuntura de 2015 a la luz del antecedente del progresismo encarrilado por la Alianza con su agenda infinitamente menos audaz que la de Alfonsín, se comprende más cómo parte de este universo progresista prefirió asumir el relato de que el kirchnerismo era una segunda parte del menemismo y adherir, ya con muchos menos matices, a un programa neoliberal encabezado por un apellido tan estrechamente vinculado a la última dictadura, al menemismo y a las corporaciones empresarias como Macri, antes que apoyar la continuidad vía Scioli en 2015 o la vuelta del peronismo vía Alberto Fernández en 2019. El menemismo y el kirchnerismo, para esa porción del progresismo que se cree superior moralmente y que no aspira más que a un neoliberalismo sin corrupción, son dos caras de la misma barbarie. Aun así, Cambiemos superó en complejidad las aspiraciones de ese progresismo descolorido. El Gobierno de Cambiemos no fue solo la aspiración de reeditar la Alianza sin el fracaso de 2001, como denunciaron sus detractores y aceptaban en secreto muchos de sus adherentes. Cambiemos fue más que eso. La Alianza, un antecedente lejano ineludible, un programa trunco a reeditar. La explosión de 2001 y el crecimiento económico logrado bajo el kirchnerismo son elementos mucho más cercanos para pensar al PRO y a Cambiemos.

      El cambio modernizador provisto por la globalización y el neoliberalismo revitalizaron un hilo cultural muy importante en el progresismo: su diálogo con el liberalismo. El proceso de individuación de los ciudadanos y ciudadanas, la globalización y el distanciamiento y recalibración de los individuos con respecto a las instituciones tradicionales, como la Iglesia católica, los sindicatos y los partidos, fue notorio y significativo en un ciudadano o ciudadana cada más autorreflexivo sobre sus derechos y deseos. Esto impactó en la política y en la relación de las personas con las distintas instituciones. El individuo retomó una fuerza inusitada. El mundo del consumo se fue personalizando y la crisis social y económica que atravesó a la Alianza reindividualizó los temores y las incertidumbres.

      La crisis de 2001, tras el fallido blindaje económico y la vuelta de Domingo Cavallo, hizo estallar todo. Luego de un enamoramiento generalizado con los primeros tiempos de Néstor Kirchner, las grietas que anidaban en el universo progresista, nunca del todo visibles en los noventa, explotaron cuando una parte del progresismo se fue volviendo furibundamente antikirchnerista y otra parte encontró en el kirchnerismo la realización de los objetivos más importantes que habían quedado inconclusos desde 1983, en el marco de un hemisferio que rompía con los legados del Consenso de Washington, las recetas del FMI y reivindicaba la vuelta de la política como herramienta de transformación social.

      Parte de esta porción del universo progresista, ya muy lejos de la militancia política y social, junto con otra parte de la población que había ido caminando por la senda de la denostación de la política y de la agenda neoliberal de la Alianza, tuvo un fugaz encandilamiento al principio del Gobierno de Néstor Kirchner. Su potente reivindicación de los ideales de la juventud militante de los setenta, la vuelta por una senda productiva, la fuerte impronta de la política educativa y los gestos fundantes como la solución inmediata de la huelga docente en Entre Ríos, la anulación de las leyes de impunidad y el fin del juicio irregular de la AMIA, fueron gestos que le ganaron el aplauso de buena parte de la militancia política y sindical que había resistido en los noventa, de los organismos de derechos humanos, pero también de parte de ese progresismo antiperonista que vio en el primer Néstor Kirchner un intento por restituir una agenda progresista y al mismo tiempo construirla por fuera del justicialismo. Esa parecía ser la situación para las elecciones de 2005 en la provincia de Buenos Aires, donde el kirchnerismo enfrentó al aparato del justicialismo conducido por Eduardo Duhalde.

      Al poco tiempo, la construcción efectiva de un relato de que el Gobierno kirchnerista era una vuelta al menemismo que usaba banderas progresistas solo a modo de oportunismo, junto a la aparición con fuerte presencia mediática de denuncias de corrupción y la relación privilegiada con la Venezuela de Hugo Chávez –personaje resistido por el progresismo liberal heredero del alfonsinismo– СКАЧАТЬ