Название: Para volverse loco
Автор: A. K Benjamin
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Turner Noema
isbn: 9788417866778
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Cuando un médico se pone a redactar casos de estudio, podría muy bien estar escribiendo ficción dada la similitud que mantiene lo que escribe con lo que realmente ocurre en la sala. Tal y como dice Philip Roth, si juzgas equivocadamente a alguien antes de conocerlo, si lo haces de nuevo cuando lo conoces y una vez más cuando rememoras el encuentro, entonces cuando empieces a escribir estarás empezando de cero. Debemos cambiar los nombres y los detalles, pero esto no es todo lo que deberíamos hacer. Es inevitable dramatizar, es igual de necesario que contaminante. La imaginación podría ser de ayuda para el próximo paciente.
Pero eres realmente tú quien está aquí y ahora, inimaginable y aún por escribir. Estamos sentados cara a cara en un largo escritorio gris. Lo que tenga que ocurrir no va a detenerse; tú, la persona en sí, sencilla, indefensa, suplicante, silenciosamente devastada y sin embargo radiante. Sin que nadie lo note, hay una cadena de proteínas rebeldes que va a seguir creciendo hasta ensombrecer la parte blanca radiante de las imágenes de contraste.
—Tendré que acudir a consulta de nuevo.
—¿Cuándo?
—Dentro de doce meses.
—De acuerdo.
—Quizá nueve.
—De acuerdo.
—En recepción le darán cita.
Estoy alargando la situación con la esperanza de que comprendas lo que no puedo decirte.
—Bien.
—Bien.
—Se supone que tengo que hacer sudokus, ¿no?
—Solo si le gustan los sudokus.
—No.
—Entonces no.
—Bien, de acuerdo.
—Bien.
—Gracias. Bien. Lo siento.
Yo sí que lo siento.
II JB
—Tiene un umbral del dolor muy alto —dice Milner, el padre, sonriendo (no sé por qué) a través de una barba tan densa como un enjambre de abejas.
—No es verdad. No soporta el dolor —dice hoscamente la madre, que está sentada muy coqueta en el sofá de la esquina—. Es un crío.
—Ya tiene casi diez años.
—Es un delincuente infantil.
—Más bien un adolescente precoz.
—Se parece un poco a su padre —afirma ella, mirándome directamente a los ojos.
—Pero más a su madre —responde él, mirándome directamente a los ojos.
Se supone que yo debería estar centrado en la conversación, pero mi mente está divagando. Pretendo tomar nota de algo importante:
Están sentados uno al lado del otro, con sus abrigos de lana a conjunto para él y para ella, la nieve en sus botas aún no se ha fundido, los separa un mundo entero.
—Me gustaría saber por qué no ha venido él mismo.
—Se ha negado a venir, doctor.
—Tú has dejado que se niegue —replica ella.
—Es casi lo mismo.
—Sí, claro, casi lo mismo.
Llevaba menos de dos minutos en esa visita de una hora, menos de un mes en esa nueva profesión. No solo los pacientes son vulnerables. No había dormido casi nada en las últimas noches preguntándome cómo sería él en persona. Lo habían derivado para una valoración preliminar al CAMHS (Servicio de Salud Mental para Niños y Adolescentes, por sus siglas en inglés) donde acababa de establecerme. Se me heló la sangre leyendo los posibles diagnósticos que había escrito el médico de cabecera: TDAH, autismo, trastorno de la conducta, epilepsia juvenil, trauma sin diagnosticar, y muchos otros derramados sobre el informe como si fuera un cuadro de Jackson Pollock. Era evidente que el padre, un entomólogo, los recordaba todos. No es lo mismo estar en un seminario de la carrera y recitar las últimas críticas más o menos fundamentadas de los diagnósticos psiquiátricos: “acto de habla opresor”, “los que lamen el culo a las empresas psicofarmacéuticas”, “el último desconcierto total de una profesión terminal”; no es lo mismo que conocer a la persona a la que intentan diagnosticar. Y el hecho de que solo fuera un niño hacía que todo fuera aún más perturbador.
Pero llegado el momento va y ni se presenta.
—Y entonces, ¿por qué han venido ustedes?
—Sí, ¿por qué hemos venido? —Mira a su marido—. Cuéntaselo, cuéntaselo —dice mientras sus labios palidecen—. No te atreves, ¿verdad?
Cuando los padres traen a un niño extremadamente perturbado, la norma general es no perder el tiempo evaluándolos a ellos; es más que evidente que el “anormal” es el niño. Pero como el niño no estaba ahí, no tenía otra opción.
—Bueno, es un poco revoltoso y se mete en líos. No sabe lo que le conviene, ni sabe cuándo parar… —Sus palabras caen dentro de un pozo, y aunque espera un poco, no parece que lleguen al fondo. Por un segundo, la sonrisa pegada en la cara de Milner se desprende por las comisuras. Años atrás debió de tener un atractivo oscuro, como de cosaco, pero ahora está más bien regordete y tiene un cierto aspecto de fracasado, lentamente va perdiendo su esencia.
—Hace СКАЧАТЬ