Para volverse loco. A. K Benjamin
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Название: Para volverse loco

Автор: A. K Benjamin

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Turner Noema

isbn: 9788417866778

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СКАЧАТЬ la limpieza si ha dado de comer al gato y se lo volverás a preguntar cinco minutos después. Luego empezará la “dispraxia”: llegará un día en que olvidarás cómo funciona el mando de la televisión, hacia dónde girar la llave dentro del cerrojo, cómo atarte los botones de la blusa. (“¿Despistes?”). Siguiendo el patrón más frecuente, después vendrá la “anomia”: olvidarás el nombre de la ciudad de Caerphilly, después Cheddar, luego el nombre del queso, de los niños, de tus niños. La confusión incrementará constantemente: ¿Por qué el fin de semana empieza en martes? ¿Dónde está la sala de estar? (“¿No estamos en todas las salas?”) ¿La limpiadora ha asado el gato? ¿Para qué sirve una llave? (La excusa de que eres “despistada” ya se aguanta por los pelos). Miedo a pasar mucho tiempo fuera de casa, a estar con más gente, a estar sola. Una obsesión con las gominolas, el chucrut, las mandarinas, y de repente pierdes el apetito. Habrá veces que no llegarás a tiempo al baño, o llegarás pero el váter habrá vuelto a cambiar de sitio, otra vez. Pretenderás estar leyendo, dejarás de pretenderlo. Te volverás paranoica y creerás que los crucigramas cada vez más simples que te da tu marido son deliberadamente imposibles o que los ha codificado con un mensaje vengativo. Serás incapaz de escribir tu propia dirección, de leer los recordatorios que has escrito para ti misma, de recordar para qué sirve un bolígrafo. Así hasta quedarte sentada en el salón hora tras hora, sin televisión, ni radio, ni móvil (dejaste de decir lo de que eres “despistada” hace tiempo), y aun así estarás casi totalmente distraída de la menguante sensación de que lo estás perdiendo todo, incluso a ti misma y a todos los que están a tu alrededor, quienes, muy a su propio pesar, se quejarán, se lamentarán y protestarán. Casi… Me miras sin pestañear, con ojos apremiantes. Me gustaría darte algún consuelo, pero no puedo.

      Cuando un médico se pone a redactar casos de estudio, podría muy bien estar escribiendo ficción dada la similitud que mantiene lo que escribe con lo que realmente ocurre en la sala. Tal y como dice Philip Roth, si juzgas equivocadamente a alguien antes de conocerlo, si lo haces de nuevo cuando lo conoces y una vez más cuando rememoras el encuentro, entonces cuando empieces a escribir estarás empezando de cero. Debemos cambiar los nombres y los detalles, pero esto no es todo lo que deberíamos hacer. Es inevitable dramatizar, es igual de necesario que contaminante. La imaginación podría ser de ayuda para el próximo paciente.

      Pero eres realmente tú quien está aquí y ahora, inimaginable y aún por escribir. Estamos sentados cara a cara en un largo escritorio gris. Lo que tenga que ocurrir no va a detenerse; tú, la persona en sí, sencilla, indefensa, suplicante, silenciosamente devastada y sin embargo radiante. Sin que nadie lo note, hay una cadena de proteínas rebeldes que va a seguir creciendo hasta ensombrecer la parte blanca radiante de las imágenes de contraste.

      —Tendré que acudir a consulta de nuevo.

      —¿Cuándo?

      —Dentro de doce meses.

      —De acuerdo.

      —Quizá nueve.

      —De acuerdo.

      —En recepción le darán cita.

      Estoy alargando la situación con la esperanza de que comprendas lo que no puedo decirte.

      —Bien.

      —Bien.

      —Se supone que tengo que hacer sudokus, ¿no?

      —Solo si le gustan los sudokus.

      —No.

      —Entonces no.

      —Bien, de acuerdo.

      —Bien.

      —Gracias. Bien. Lo siento.

      Yo sí que lo siento.

      —Tiene un umbral del dolor muy alto —dice Milner, el padre, sonriendo (no sé por qué) a través de una barba tan densa como un enjambre de abejas.

      —No es verdad. No soporta el dolor —dice hoscamente la madre, que está sentada muy coqueta en el sofá de la esquina—. Es un crío.

      —Ya tiene casi diez años.

      —Es un delincuente infantil.

      —Más bien un adolescente precoz.

      —Se parece un poco a su padre —afirma ella, mirándome directamente a los ojos.

      —Pero más a su madre —responde él, mirándome directamente a los ojos.

      Se supone que yo debería estar centrado en la conversación, pero mi mente está divagando. Pretendo tomar nota de algo importante:

      Están sentados uno al lado del otro, con sus abrigos de lana a conjunto para él y para ella, la nieve en sus botas aún no se ha fundido, los separa un mundo entero.

      —Me gustaría saber por qué no ha venido él mismo.

      —Se ha negado a venir, doctor.

      —Tú has dejado que se niegue —replica ella.

      —Es casi lo mismo.

      —Sí, claro, casi lo mismo.

      Llevaba menos de dos minutos en esa visita de una hora, menos de un mes en esa nueva profesión. No solo los pacientes son vulnerables. No había dormido casi nada en las últimas noches preguntándome cómo sería él en persona. Lo habían derivado para una valoración preliminar al CAMHS (Servicio de Salud Mental para Niños y Adolescentes, por sus siglas en inglés) donde acababa de establecerme. Se me heló la sangre leyendo los posibles diagnósticos que había escrito el médico de cabecera: TDAH, autismo, trastorno de la conducta, epilepsia juvenil, trauma sin diagnosticar, y muchos otros derramados sobre el informe como si fuera un cuadro de Jackson Pollock. Era evidente que el padre, un entomólogo, los recordaba todos. No es lo mismo estar en un seminario de la carrera y recitar las últimas críticas más o menos fundamentadas de los diagnósticos psiquiátricos: “acto de habla opresor”, “los que lamen el culo a las empresas psicofarmacéuticas”, “el último desconcierto total de una profesión terminal”; no es lo mismo que conocer a la persona a la que intentan diagnosticar. Y el hecho de que solo fuera un niño hacía que todo fuera aún más perturbador.

      Pero llegado el momento va y ni se presenta.

      —Y entonces, ¿por qué han venido ustedes?

      —Sí, ¿por qué hemos venido? —Mira a su marido—. Cuéntaselo, cuéntaselo —dice mientras sus labios palidecen—. No te atreves, ¿verdad?

      Cuando los padres traen a un niño extremadamente perturbado, la norma general es no perder el tiempo evaluándolos a ellos; es más que evidente que el “anormal” es el niño. Pero como el niño no estaba ahí, no tenía otra opción.

      —Bueno, es un poco revoltoso y se mete en líos. No sabe lo que le conviene, ni sabe cuándo parar… —Sus palabras caen dentro de un pozo, y aunque espera un poco, no parece que lleguen al fondo. Por un segundo, la sonrisa pegada en la cara de Milner se desprende por las comisuras. Años atrás debió de tener un atractivo oscuro, como de cosaco, pero ahora está más bien regordete y tiene un cierto aspecto de fracasado, lentamente va perdiendo su esencia.

      —Hace СКАЧАТЬ