Para volverse loco. A. K Benjamin
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Название: Para volverse loco

Автор: A. K Benjamin

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Turner Noema

isbn: 9788417866778

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СКАЧАТЬ no, seguiré adelante como si fuera un profesor de mates robot. ¿Preparada?

      —Preparada —respondes con voz robótica.

      —Cortaúñas, Chile, granada, alce…

      Te leo las palabras deliberadamente sin inflexión, a una velocidad de una cada dos segundos, dieciséis en total, tan claramente abstractas como un poema de John Ashbery. Es un ejercicio de corta duración, demasiado para que tu formación hipocampal (el área anatómica asociada con la memoria) pueda codificarlo en un solo intento. Si tu cerebro está bien, conseguirá aprender:

      —…lima, pinzas, bisturí, Dinamarca. Ahora le toca a usted.

      —Vale… Era un día frío en… ¿Bélgica? Se comió la granada, o la obligó a comérsela, grano a grano, su padre, con un par de pinzas diminutas, bisturí en mano.

      Pienso en lo mucho que nos cuesta resistir esta necesidad narrativa, evitar juntar las piezas como si fueran parte de algo mayor, como si quisiéramos transformar “lo vivo” en “una vida”.

      —No lo sé… ¿Empezó a llover?

      —Me temo que no puedo decírselo.

      —Por supuesto que no.

      Quiero ayudarte.

      —Volvamos a intentarlo. Recuerde, solo es una lista de palabras, nada más.

      Mientras leo la lista por segunda vez, me doy cuenta de que mágicamente han aparecido rizos en tu pelo medio mojado, cada vez más salvajes, liberados como el genio de la lámpara. Mi frecuencia cardíaca ha aumentado de cinco a diez latidos por minuto, mi respiración (el indicador proximal de lo que pensamos y sentimos) es ahora superficial y rápida: quiero que lo hagas mejor.

      Tus resultados podrían deberse solo a tus “despistes”, a tu propio temperamento. O ser una consecuencia de tu pasado de trotamundos. Fumaste mucha hierba y tomaste “un poco” de heroína en los años en que viviste en la carretera en Kerala, al norte de Pakistán, o en la costa oeste de Guatemala. Ahora bebes demasiado vino blanco. Hay muchos factores que actualmente te causan estrés: una hija con bulimia, un padre que vive en casa y necesita atención después de un derrame, un marido distante (“No, no es agresivo, eso requeriría demasiada energía”) y un insomnio que va en aumento. Todo esto podría estar afectando negativamente a tus resultados, ¿hasta qué punto es fiable lo que estoy viendo? Y esto sin siquiera tener en cuenta si me estás diciendo la verdad o solo parte de la verdad; los estudios han demostrado que tu generación, nuestra generación, miente de media dos o tres veces cada diez minutos, los hombres para aparentar ser mejores y las mujeres para sentirse mejor. Entonces, ¿cuántas mentiras serían por cada visita normal y corriente? ¿Cincuenta? ¿Cien? Quizá incluso más, porque en este caso sentirse bien es cuestión de vida o muerte. ¿Qué parte de lo que me has contado es mentira? ¿Qué es lo que quieres mostrarme y lo que quieres ocultar? Y lo mismo va para mí: quiero que me veas de cierta manera, agradable, comprensivo, experto y apuesto (a mi manera), pero quiero ocultarte todo lo que va mal. Quiero tranquilizarte, decirte exactamente lo que quieres oír, mentir en nombre de la salud. Me acuerdo del médico rural de Kafka. Estaba totalmente convencido de que no le pasaba nada a su lánguido paciente y así de claro se lo dijo a su familia, pero tras examinarlo más detenidamente encontró una herida terminal infestada de gusanos en el costado del joven.

      El segundo y el tercer intento no salen mejor que el primero. Al cuarto, te acuerdas de dos nuevas palabras y te olvidas de una que habías recordado antes.

      —Lo he hecho fatal, ¿verdad?

      —Lo calcularé después.

      —¿Soy la peor de la clase?

      —Cuesta un poco. Sigamos.

      Tus ojos brillan. Puedo ver el pulso en tu cuello.

      —Siempre he odiado los cuestionarios. Un amigo me dijo que ordenara las palabras como si fueran una historia.

      Te acerco suavemente la caja de pañuelos, pero me gustaría poder hacer más.

      —Que estúpida soy… por lo menos todavía se me da bien dibujar.

      Treinta minutos después volvemos a la misma lista y esta vez aguanto la respiración igual que hacía de pequeño cuando estaba debajo del agua, durante el trayecto entre dos farolas cuando iba en coche, mientras recibía una reprimenda o al oír que alguien comía una manzana. Practicaba para aprender a prescindir de las cosas y para que el mundo hiciera lo que yo quería…

      Pero no, vuelve a salir fatal.

      Somos expertos en cráneos, nuestra capacidad identificadora no tiene límites. Tu cara, tu voz y tu respiración están en constante evolución, cada una es diferente a la anterior, totalmente irreconocibles desde que nos encontramos por primera vez hace dos horas. Mirar a alguien es mucho más íntimo que cualquier exploración física.

      La tensión cambia de nuevo, los síntomas empiezan a acumularse, como tramas secundarias que forman parte de una historia mayor jamás contada; una comedia, un asesinato, un romance. Mariposas en el estómago, el ritmo cardíaco palpitando a una velocidad terrorífica: 145 latidos por minuto, 150, 155, al límite de la zona 4. Tengo la respiración desbocada, me tiemblan las manos, imito tu postura sin quererlo, intentando esculpir simpatía en mi cuerpo de barro… La intensidad de la activación neuronal se procesa a través de estructuras límbicas profundas, y cuando la intensidad excede el umbral definido genéticamente se activa el sistema nervioso autónomo, que desencadena cambios automáticos inconscientes en el sistema cardiovascular y respiratorio, preparándonos para luchar, huir, bloquearnos o amar. Somos seres sensibles, no tenemos otra opción.

      Mírate, no eres ningún accidente. Por una vez, mi primitivo compañero tenía razón: eres realmente “encantadora”. Hemos pasado toda la mañana juntos, y eso es más tiempo de calidad del que ninguno de los dos dedica a sus hijos o pareja en una semana cualquiera.

      ¿Podría ser que el hecho de desear que todo les vaya bien (porque por algún motivo más o menos inextricable el paciente te conmueve con su docilidad o te entusiasma con su presencia) o desear que todo les vaya mal (porque te roban demasiado tiempo, son extranjeros, desagradecidos, insistentes, o porque tienes dolor de cabeza, te han puesto una multa de aparcamiento, o tienes un bulto oscuro bajo la axila) influya en pequeñas cosas que se van sumando hasta adquirir una coherencia capaz de transformar nada en algo? ¿O viceversa? Nunca lo sabremos. Al menos por ahora no podemos tener esta conversación porque no existe un lenguaje médico que admita que los sentimientos podrían interponerse a los hechos en vez de servirlos a ciegas. Existe la intuición, pero yo hablo de algo muy por debajo de la intuición. Algo de allí abajo, al oscuro alcance del hielo, donde solo tenemos sentimientos.

      —Peón, problema, pipí, ¿pene?

      Hace un rato que nos hemos desviado del estilo de John Ashbery. Afuera una paloma está intentando aterrizar en la estrecha repisa antipalomas de la ventana.

      —Preston, pendejo, patético…

      —Me temo que se ha acabado el tiempo.

      Di en un minuto todas las palabras que se te ocurran que empiecen por la misma letra, excepto nombres propios y palabrotas.

      —Oh, Dios mío. ¿Es así como actúan los que tienen un proceso orgánico incipiente? —preguntas—. ¿Estoy posmórbida?

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