Espasmo. Federico De Roberto
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Espasmo - Federico De Roberto страница 8

Название: Espasmo

Автор: Federico De Roberto

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4057664131706

isbn:

СКАЧАТЬ posible!... ¡Eso no puede ser!...

      Si hubiera muerto por mí, ¿no me lo habría dicho, no me habría dejado una palabra, la palabra de su dolor, un saludo, un adiós?... Ayer hablé con ella, y nada, nada podía hacerme sospechar que tuviera la idea de la muerte, ¡al contrario!... ¡No!—repitió con voz que se iba haciendo más firme a medida que su convencimiento iba reforzándose:—¡No! ¡Ella no se ha matado! ¡Ha sido asesinada!

      ¡Usted no lo cree porque no sabe, porque no la ha conocido!... Usted tiene necesidad de tocar con las manos para creer; pero yo estoy seguro de que aquí se ha cometido hoy un infame delito. Y me comprometo confundir a los asesinos, a vengar a la muerta. Deber de usted es no creer nada por ahora; de averiguar, de ayudarme a buscar las pruebas que hacen falta. ¡Ellas existen, y yo las encontraré!

      —¡Tanto mejor!—contestó Ferpierre—¡y puede usted estar cierto de que también yo las buscaré, de que las busco!...

      Y antes de dejarse persuadir por la fuerza de aquella fe, despidió a Vérod y dio orden de que hicieran entrar a la joven desconocida.

      —¿Su nombre?—le preguntó.

      —Alejandra Paskovina Natzichet.

      —¿Nacida en?...

      —Cracovia.

      —¿Cuántos años?

      —Veintidós.

      —¿Qué profesión?

      —Estudiante de medicina.

      —¿Domicilio?

      —Zurich.

      La joven contestaba con voz breve y tono seco casi sin oír las preguntas.

      —¿Cómo se encuentra usted en esta casa?

      —Vine a hablar con Alejo Zakunine.

      —¿A hablarle de qué?

      —De cosas que no interesan a la justicia.

      —¡O que la interesan mucho!

      La joven no contestó.

      —¿Es usted su correligionaria?

      —Sí.

      —¿Vino usted a hablarle de asuntos políticos?

      Nuevo silencio.

      El juez aguardó un momento la respuesta, y en seguida continuó lentamente:

      —Advierto a usted que las reticencias podrían perjudicarla.

      La nihilista manifestó su indiferencia encogiéndose de hombros desdeñosamente.

      —¿A quién acusa usted? ¿A mí, o a Alejo Petrovich, o a ambos?

      —¡Me parece que usted quiere invertir los papeles! A usted le toca contestar. ¿No es usted otra cosa que correligionaria del Príncipe?

      —No comprendo.

      —¿Es usted también su querida?

      La joven miró a su interpelante con ojos inflamados, casi con expresión de ira, pero no dijo una palabra.

      —¿Tampoco a esto quiere usted contestar? Voy a hacerle otra pregunta: ¿Dónde estaba usted en el momento de la muerte de la Condesa?

      —En el escritorio del Príncipe.

      —Y él ¿dónde estaba?

      —Conmigo.

      —¿Conocía usted a la muerta?

      —Nunca hablé con ella.

      —¿Hoy la vio usted?

      —No.

      —¿Sabía usted que hacía años que vivía con su amigo, que le amaba, que se amaban?

      Al prolongar el juez esta pregunta, en la cual hacía especial hincapié a fin de leer en el ánimo de la nihilista, no quitaba los ojos de los de ésta. Pero la joven contestó, impasible:

      —Sí.

      —¿Sabía usted que estaban celosos el uno del otro?

      —No.

      —¿Tenía usted conocimiento de que, después de haberse amado, estuvieran por largo tiempo en desacuerdo?

      —No.

      —¿Qué hizo usted cuando oyó la detonación?

      —Acudí.

      Esta respuesta llamó la atención de Ferpierre. Si era verdad que el Príncipe y ella habían estado juntos, ¿por qué no contestaba: «Acudimos»?

      —¿Sola?—le preguntó.

      —Con él.

      —¿Y estaba muerta?

      —Expiraba.

      —¿Por qué se habrá matado?

      —No lo sé.

      —¿Qué dijo el Príncipe?

      —Lloró.

      —¿Cuántas veces ha venido usted a esta casa?

      —Dos o tres veces.

      —¿No desagradaban a la difunta esas visitas de usted?

      —No sé.

      —¿Conoce usted a Vérod?

      —No sé quién será.

      —La persona que denuncia el asesinato.

      —No lo conozco.

      El juez cesó de interrogarla.

      —La ignorancia de usted es demasiado grande. Ya procuraremos ayudarla a usted a acordarse. Mientras tanto, permanecerá usted a disposición de la justicia.

      Конец ознакомительного фрагмента.

      Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

      Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.

      Безопасно СКАЧАТЬ