Название: Cien años de sociedad
Автор: Carles Sentís
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
isbn: 9788416372041
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Prácticamente todos sus colegas reconocían su suprimacía, y algunos, como Givenchy, se consideraban sus discípulos. Creaba y dibujaba como ellos, pero, además, sabía cortar y coser. Había aprendido en el taller de su madre, modista muy considerada en San Sebastián.
Como la mayoría de diseñadores, Balenciaga era un hombre culto y forofo de las artes. En su piso de la avenida Alma tenía buenas pinturas, como también en la gentilhommière o casa de campo, que visité con mi mujer alguna vez, en las afueras de París.
En sus últimos años, cuando desaparecieron una gran parte de la clientela de modelos exclusivos, otros modistos se lanzaron al prêt-à-porter. Él, carente de sucesor, cerró su gran establecimiento en la avenida Georges V, y se quedó solamente con la delegación que poco antes había montado en Madrid.
Conocí también a Christian Dior en el momento de su triunfo, cuando lanzó una moda de falda larga que exigía muchos metros de tela del fabricante Boussac, que fue quien lo financió.
También fui amigo personal de otro creador de moda: Antonio Cánovas del Castillo, director de la casa Lanvin. Su apellido coincide con el de un reconocido restaurador de la monarquía de Alfonso XII, que era tío-abuelo (o bisabuelo) de Antonio, de tan alta calificación en el mundo de la moda.
Otros corresponsales de la época evitaban tratar el tema de la moda. Consideraban que era un mundo exclusivo de señoras y homosexuales. Yo no compartía este prejuicio. Asistía a menudo a las presentaciones, cuando todavía las modelos no eran tan marcadamente protagonistas.
En los días todavía gloriosos de la alta costura, Shoura, una eslava viuda de un embajador español, muy introducida en el mundo de la moda, me dijo: “Te arreglaré una entrevista con un chico que pronto será muy famoso. Una gran promesa”. De este modo, una mañana me encontré en la Casa Dior ante un joven de 20 o 21 años, llamado Yves Saint Laurent, que –de tan tímido como era– resultaba casi imposible armar con él una entrevista periodística.
El célebre diseñador de moda Cristóbal Balenciaga
Es probable que yo no supiera lo suficiente de moda para plantearle preguntas oportunas, pero él, de entrada, no dejó de hablarme de la preocupación que entonces le abrumaba. Estaba obligado a trasladarse a Argelia, donde había nacido (era un pied noir) para incorporarse al ejército francés en guerra. Había conseguido una prórroga para su incorporación a filas, pero justamente entonces se le terminaba.
Sin tener yo certeza alguna de la importancia futura de aquel joven (mi amiga podía equivocarse), no me atreví a convertirme en pregonero de un éxito no lo suficientemente intuido. A la vista del material disponible, decidí finalmente no escribir un texto que hubiera resultado una crónica anodina.
Más tarde me enteré que Yves Saint Laurent no permaneció mucho tiempo en el ejército. Le diagnosticaron una depresión. De todas maneras su angustia era razonable porque perdió su puesto de trabajo –el de diseñador de la Casa Dior–, que ocupó Marc Bohan. A la larga este percance provocó que Yves Saint Laurent se estableciera por su cuenta y resultara más importante que nadie en sus años de madurez.
La época de Saint-Germain-des-Prés
El reencuentro con Melcior Font fue para mí un gran momento de la posguerra. El poeta Melcior Font, que había sido secretario de Ventura Gassol cuando éste era conseller de Cultura de la Generalitat, tenía su despacho junto al mío como secretario del conseller de Finanzas, Martí Esteve. Esta vecindad contribuyó a afirmar nuestra amistad. Éramos ambos amigos de Joan Alavedra, secretario del presidente Companys.
Con las dos guerras entremedio, la Civil y la Mundial, cuando el azar dispuso que nos encontráramos en París, reapareció la amistad de antaño. Melcior Font en aquella época estaba metido en el mundo del cine. Incluso Unifrance, el organismo exportador del cine francés, lo nombró representante en Madrid, donde iba de vez en cuando. Esas visitas no gustaban a algunos compañeros suyos del exilio. Sin embargo nada tenía de político este trabajo.
Melcior Font iba algo caracterizado de poeta: cabellos rizados y relucientes, seguramente por el efecto de alguna gomina. Era muy risueño y con un gran sentido del humor. Fue Melcior quien me presentó gente diversa de Saint-Germain-des-Prés, donde íbamos a comer o a cenar frecuentemente. Uno de los lugares era el restaurante Le Petit Saint Benoit, donde a menudo coincidíamos en las mismas modestas mesas, con mantel de papel, con el gran Robert Schuman, uno de los padres de Europa, que entonces era ministro francés de Asuntos Exteriores. Robert Schuman era un alsaciano sencillo y discreto. Llevaba una vida muy austera. Los habituales de aquel restaurante guardaban su servilleta en las típicas estanterías divididas en casillas o compartimentos de uso individual. Schuman también lo dejaba allí, con naturalidad y circunspección. Nos saludábamos, pero no hablamos nunca. Los otros habituales del restaurante no se atrevían a molestarlo.
Melcior y Magda, su mujer, vivían cerca de allí, en el Quai des Orfèvres, tan conocido por la comisaría del inolvidable Maigret, personaje de los primeros libros de Georges Simenon. Era un pisito con ventanas sobre el Sena y a dos pasos del puente Henri IV. Cerca de allí había una antigua librería convertida en vivienda. La casa tenía entrada por el Quai des Orfèvres y por la parte trasera daba a la plaza Dauphine. Entonces vivían allí unos amigos suyos, la pareja Simone Signoret e Yves Montand.
Gracias a Melcior desde el principio no fui un simple turista en Saint Germain-des-Prés. Él era un poeta, y cuando murió, el colega Amades le dedicó la poesía “Qu’elle est lourde à porter l’absence de l’ami”, que cantaba Gilbert Bécaud.
Había gente de Saint-Germain que no se movía de allí durante meses. Pasar a la rive droite era para ellos toda una expedición. Entre los artistas de Saint-Germain había numerosos catalanes.
Cerca del Pont Neuf –el puente Neuf ahora es el más viejo de París– tenía su estudio el pintor Xavier Valls. Su hijo, Manuel Valls, es diputado, alcalde y un alto dirigente del Partido Socialista Francés.
Yo iba bastante a menudo a otro bistrot importante, Chez Lipp, frecuentado casi diariamente por quien años después fue presidente de la República Francesa, François Mitterrand. El local, a la hora de la cena, era un punto de reunión de muchos políticos por el hecho de encontrarse cerca de la Chambre des Députés. Era un típico bistrot con abundantes espejos y con asientos dispuestos en forma de bancos adosados a la pared. Mitterrand era entonces un joven diputado. Le gustaba mucho la choucroute alsaciana.
Carles Sentís entre Jean Cocteau y Marcel Achard en París, en 1954
Junto al bulevar Saint-Germain, en la Rue de Bac, vivía Mauricio Torra Balari. Había venido a Francia a principios de la Guerra Civil. Se matriculó en Sciences Po (ciencias políticas) en la Sorbona, donde fue condiscípulo de Christian Dior. Torra Balari era muy extrovertido y un buen promotor cultural. Colaboraba con la agregaduría cultural de la embajada de España. Estaba vinculado también a las actividades de la Alliance Française, circuito de conferenciantes itinerantes que dio tanto СКАЧАТЬ